jueves, 15 de octubre de 2020

Santa Teresa de Jesús

 


“En la cruz está la gloria y el honor, y en el padecer dolor, vida y consuelo, y el camino más seguro para el cielo.”

Hoy 15 de octubre la Iglesia católica celebra la Fiesta en honor a Santa Teresa de Jesús o de Ávila, Virgen y Doctora de la Iglesia, una española y mística carmelita, patrona de las escritoras: La primera mujer, junto a Santa Catalina de Sena que recibe el título de Doctora de la Iglesia.

“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta”. Estas líneas corresponden a uno de los poemas que escribió la gran Santa Teresa de Jesús, la primera mujer declarada Doctora de la Iglesia, y que pueden ser consideradas como una de las plegarias más hermosas que existen. Santa Teresa de Jesús —o de Ávila, en virtud del lugar donde nació— fue la reformadora del Carmelo en el siglo XVI, y fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas.

Santa Teresa de Jesús nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515. Su nombre, Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila Ahumada. En su casa eran 12 hijos. Tres del primer matrimonio de Don Alonso y nueve del segundo, entre estos últimos, Teresa. Escribe en su autobiografía: “Por la gracia de Dios, todos mis hermanos y medios hermanos se asemejaban en la virtud a mis buenos padres, menos yo”.

A los 18 años ingresó al Carmelo y a los 45 años, buscando responder a las gracias extraordinarias que recibía del Señor, emprendió una reforma de su propia Orden, con ansias de auténtica renovación y fidelidad al espíritu original del Carmelo. Apoyada por San Juan de la Cruz, dio inicio a la gran reforma carmelitana.

A pesar de las incomprensiones, el rechazo de muchos, las habladurías y las falsas acusaciones —algo que la llevaría a comparecer frente a la Inquisición— Teresa no se detuvo en el proyecto que el Señor le había encomendado. Siempre con la orientación y guía de las autoridades eclesiales y su director espiritual, Teresa fundó nuevos conventos y reorganizó la vida de las religiosas de claustro, optando por una vida más austera, sin vanidades ni lujos.

Teresa tuvo tanto un corazón apasionado como una inteligencia vivaz. Sin embargo, eso no la libró de pasar buena parte de su vida religiosa sumida en cierta mediocridad y desasosiego, acentuados por enfermedades y dolencias físicas. Dios permitió incluso que experimente en carne propia eso que los místicos llaman “la noche oscura de la fe”.

Después de muchos años, cuando Teresa se dejó conducir por Dios a través de la oración, su interior empezó a redescubrir el primer amor a Cristo. Pasando largas horas en oración contemplativa de cara al amado Jesús, empezó a experimentar éxtasis y arrebatos místicos. Y, contra lo que el prejuicio podría sugerir, jamás perdió el sentido práctico ni la habilidad para atender situaciones cotidianas. Es cierto que, como la mayoría de mujeres de su tiempo, tuvo escasa educación, pero eso no pareció ser impedimento para mostrar su talento y sabiduría singulares. Tal era ese saber de origen divino que personajes ilustres y poderosos se rendían ante ella y le pedían consejo —empezando por algunos obispos y miembros de la nobleza—. Muchos de ellos, en gratitud, cooperaron con recursos materiales y financiamiento a su “reforma”, esa que bien describía como “el llamado dentro del llamado”. La santa carmelita sabía muy bien que toda obra de Dios es una tarea conjunta que requiere de mucha generosidad: "Teresa sin la gracia de Dios es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia".

Santa Teresa, cuyos escritos son guía segura en los caminos de la oración y de las virtudes cristianas, son fundamentalmente una invitación a la perfección de la santidad. El Papa Emérito Benedicto XVI nos lo recordaba hace una década: “Santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, Santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción” (Audiencia general, 2 de febrero de 2011).

Teresa de Jesús partió a la Casa del Padre el 15 de octubre de 1582. Fue canonizada en 1622 y reconocida Doctora de la Iglesia por San Pablo VI en 1970.

Su faceta como escritora: Cartas, oraciones, poesías, frases, memorias... Santa Teresa escribió muchos textos que recogían los puntos de su doctrina místico-espiritual. En primer lugar, enunciaba las virtudes evangélicas como la base de toda la vida cristiana y humana. Esta visión incluía la necesidad de separarse de los bienes terrenales para abrazar la pobreza, pero también el amor al prójimo; la humildad; la determinación; la esperanza teologal.

Pero Santa Teresa también predicaba la necesidad de una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y una especie de amistad necesaria entre el hombre y Dios. En su “Vida”, hablando de la oración, ella escribió: “Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con Quién sabemos nos ama”.  (Vida, 8,5).

Santa Teresa de Jesús inició su labor de escritora en plena madurez. Todos sus libros datan de los dos últimos decenios de vida. El primero de ellos, su autobiografía, está escrito en 1565, cuando la Autora contaba unos 50 años. De fecha anterior nos dejó sólo tres composiciones breves, las tres Relaciones primeras, escritas entre los 45 y 50 de edad. También las Cartas de la Santa son de data tardía. Salvo una, escrita a su hermano Lorenzo en 1561, y un par de billetes más, el carteo que de ella nos ha legado es posterior a sus 53 años. Ocupa los tres últimos lustros de su vida, consumada a los 67 de edad.

El retraso no es casual. Se debe a hechos fuertes, que sólo entonces pusieron en marcha su vocación de escritora. El acontecimiento determinante para el brote de su magisterio y la composición de sus obras mayores, fue su entrada en la experiencia de Dios. Como en el caso de los profetas bíblicos, no se trató de un hecho aislado sino de un entramado de acontecimientos en cadena. Ellos la introdujeron en una existencia nueva. Y la obligaron desde dentro a hablar de Dios, de su experiencia profunda y de una nueva visión de la vida, de las cosas y del alma humana. Presionada por la fuerza de esa nueva densidad interior, intenta escribir. Resultan fallidos sus primeros tanteos literarios: es demasiado delicado y friable lo que quisiera decir. Pero no tarda en liberar la pluma; y comienza a redactar con fluidez y sin trabas. Primero, para testificar en grande su caso personal: el Libro de su Vida. Luego, para trasmitir sus consignas de pedagogía espiritual: el Camino de Perfección. Por fin, para formular su gran síntesis del misterio de la vida cristiana: el Castillo Interior. Por las mismas fechas en que escribe este último libro místico, llega al apogeo su epistolario: años 1576-1578.

Pero el carteo teresiano, con cuanto tiene de fenómeno singular en la historia de la literatura y de la espiritualidad, fue determinado por resortes diversos. No se trata en él de una expansión mística, ni del resultado de una interior fuerza profética. Ni siquiera del desbordamiento de su riqueza y densidad interiores. Ante todo, ella escribe para comunicarse. Humanamente, posee alma abierta. Amiga de soledad, dirá ella. Pero no menos necesitada de vasos comunicantes a nivel humano. Es intuitiva, dinámica, dotada de fino sentido práctico; pero sin autosuficiencia. Para vivir y actuar, necesita el refrendo ajeno. Amistades y asesorías. Hermanas religiosas y teólogos letrados. Personas en comunión con sus ideales y sus empresas. Nace así el primer brote epistolar, como simple prolongación de la comunicación oral cotidiana, en familia, amistades, vida religiosa…

Rápidamente, el cuadro se adensa y se dilata. La vida misma introduce a la Madre Teresa en una plataforma de acción compleja y cargada de responsabilidades. Con ella en medio, desempeñando un caudillaje femenino poco corriente en aquella hora de la historia y en el marco de aquella su «cristiandad». Para fundar, viajar, comprar y vender, discutir de jurisdicciones y reformas, seleccionar vocaciones, prioras y letrados, allegar dineros, negociar en la corte de Madrid, tramitar licencias en Roma, arreglar casorios y herencias, dar consejos de oración, celebrar la llegada de novedades americanas como las patatas, y mil cosas más, tendrá que empuñar la pluma y entablar el diálogo. Surge así una red de comunicaciones humanas que cruzan la geografía castellana, atraviesan los más variados estratos de aquella sociedad y tienen en ella —en el alma de la Santa— una especie de nudo de comunicaciones. Eran tastas las cartas que escribir que se pasaba encerrada en su despacho hasta las dos de la madrugada. Y, puesta a escribir, la “lástima es que no sé acabar”, decía.

Todo ello sin traumas para su vocación mística ni para su alma de contemplativa. Y a la vez sin problemas para la vida religiosa que ella promueve y acaudilla. Al contrario. Precisamente dentro del grupo monacal que ha congregado en torno a su persona, pone en marcha un estilo de fraternidad y convivencia que exige la comunicación humana con la misma fuerza que la comunión en los ideales místicos. Cada carmelo suyo es un grupo de personas abiertas en las dos dimensiones: en la comunión mística del ideal contemplativo y en la comunicación humana de la vida de cada día, con sus alegrías, problemas y quehaceres. De ahí que cuando los carmelos de la Madre Teresa se multiplican, rebrota a nivel intercomunitario la misma necesidad de comunicar. El carteo, de Carmelo a Carmelo, crea una red de comunicaciones que prolongan la apertura de alma de la Fundadora. Todo ello visto al trasluz de un prisma excepcional: los ojos vivaces y purificados de la Madre Teresa. Su epistolario resulta, así, un jirón de historia al natural, modesta y humilde, pero veraz; y una lección de vida humana y cristiana integral, sin adobos ni alambiques. «Entre los pucheros anda el Señor», había escrito ella. Las alturas de la experiencia mística contadas en las Moradas, resulta que eran vividas entre el ajetreo de carteros y carromatos, tal como queda documentado en este epistolario.

Santa Teresa fue beatificada en 1614 y luego santa por el Papa Gregorio XV en 1622. En 1970, Pablo VI la inscribió entre los doctores de la Iglesia, junto con Catalina de Siena. Se celebra el 15 de octubre, día de su muerte. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Al final, muero como hija de la Iglesia. Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos”.

Teresa, mujer inconformista, luchadora y valiente. A pesar de los prejuicios antifeministas de su época (500 años atrás), la vida y los escritos de Teresa son una defensa a ultranza del derecho de la mujer a pensar por sí misma y a tomar decisiones y no quiso que nadie se entrometiera en la vida cotidiana de sus monjas. Hubo de realizar muchos esfuerzos para que ellas pudieran autogestionarse y tuvieran libertad de elegir confesores y consejeros, y no estuvieran sometidas en todo a los varones; algo inconcebible en su época.

Admirable la fuerza y el coraje de esta mujer. Santa Teresa, lucha contra la injusticia y defiende el derecho de gobernar y dirigir sus propios asuntos. Ella no se deja amedrantar por el machismo imperante y lleva a cabo aquello en lo que cree sin achantarse. Y de esto hace más de quinientos años…

Ella decía: El tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos.

Vida, ¿qué puedo yo darle

a mi Dios, que vive en mí,

si no es el perderte a ti

para mejor a Él gozarle?

Quiero muriendo alcanzarle,

pues tanto a mi Amado quiero,

que muero porque no muero.

 

Fotografía: Internet

 

 

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