sábado, 29 de agosto de 2020

Mi papá cumple cien años




Cien años, un siglo. Hoy me encuentro inmersa en un mar de sensaciones, donde las emociones de los recuerdos me traen y me llevan de la alegría al llanto, del bullicio a la soledad, de la nostalgia a la añoranza. Muerte y vida de la mano, cuerpo y alma se funden, cielo y tierra se manifiestan…

Tal día como hoy veintinueve de agosto, pero de mil novecientos veinte nacía el primer hijo del joven matrimonio formado por Isabel de diecinueve años y Juan de veintiuno. Se habían casado trece meses antes, el veintinueve de julio de mil novecientos diecinueve. Como es lógico, ese niño llenó de alegría la casa y fue bautizado con el nombre de Froilán Jenaro, y a los veinte meses nació una hermanita.

Ese niño, el mayor de doce hermanos, creció feliz junto a sus padres, rodeado de gente buena y servicial. Como niño jugó y fue a la escuela y colaboró en las tareas del campo. Con dieciocho años fue llamado a las milicias, España estaba en guerra y las pérdidas de soldados había que cubrirlas con los muchachos. Ocho años después regresa a la vida civil y conoce a una hermosa mujer, buena persona como él. Se casaron y al nacer su cuarta hija, que soy yo, se convirtieron en mis padres. Mis padres tuvieron diez hijos, Nuria la última que nació murió a los doce días de nacida y la recuerdo durmiendo en mis brazos durante horas, mientras mi padre y yo, recorríamos el camino hacia la consulta del médico. 

Sí, mi padre hoy cumpliría cien años, pero hace cuarenta que Dios se lo llevó al cielo. En los sesenta años que estuvo por esta vida dejo huellas imborrables en todos los que le conocieron. Era un hombre muy generoso y servicial, alegre y con sentido del humor.

Tal día como hoy de hace un siglo fue un día muy especial. Sí, muy especial porque nació mi padre. Un niño que fue la alegría de sus padres: buen hijo, buen hermano, buen esposo, buen padre, fue una buena persona durante toda su vida.

Papá, te fuiste antes que la abuelita, tu madre, y yo que estaba con el alma rota me dolía ver a la abuela llorando desconsolada por su niño: “Ay mi niñito del alma”. “Ay mi niñito bueno”. 

La misma historia se repitió con mamá. Fue la primera niña, una buena hija, buena hermana, buena esposa, buena madre, buena persona durante toda su vida. También se fue antes que su madre, y ver a la abuela llorando por su niña, ella que era poco de mostrar sus sentimientos, me entristecía profundamente. Es desgarrador ver a mis abuelas llorando por sus niños, pero esos niños a los que lloraban eran mis padres y se te rompe el corazón. El dolor es tan grande que te quedas sin aliento.

Haciendo honor a la verdad, tengo que decir que tanto mi madre como mi padre fueron para sus padres los mejores hijos. Hijos que respetaron, admiraron y agradecieron, y que siempre estuvieron pendientes de sus preocupaciones y necesidades; en estas buenas actitudes es donde se diferencia unos hijos de otros. Esos otros son los egoístas, los que no respetan, los déspotas, los que no les tienen afecto, los que se rebelan y se ríen del dolor que les ocasionaron a sus padres.

La vida es una incógnita, nunca sabemos que nos trae de vueltas, pero las alegrías y las penas se suceden como alternando los tiempos difíciles con los más agradables y cuando somos conscientes de que nada dura para siempre, nos apena que el tiempo nos limite las vivencias con las personas que más queremos.

Me siento orgullosa de mi padre y de mi madre, considero que el mejor de los tributos es recordarles con el cariño que les profesé y teniendo en cuenta sus enseñanzas. Fueron personas ejemplares dedicados a sus hijos y familia. Conservo de mis padres hermosos recuerdos y guardo en mi memoria los valores que me transmitieron, sin olvidar las tribulaciones que pasaron con su prole.

Hay que decir que somos los hijos los que, valorando a nuestros padres, preocupándonos y ocupándonos de sus necesidades, anhelos y deseos hacemos la diferencia, y en mí tuvieron la diferencia. Viví apegada a mis padres con los que mantenía una relación basada en el respeto, la confianza y la confidencialidad, y ellos contaban conmigo para todo.

Papá, hoy hace cien años que llegaste a la vida terrena para contribuir a que se sucedan las generaciones: “Creced y multiplicaos” dijo el Señor. Y encontraste a una mujer maravillosa, y se llenaron de hijos…

Y en este día tan especial para ti, no puedo evitar unir a mamá a la alegría de sentirme agradecida de que sean mis padres; agradecida de mis raíces y de la sangre que riega mis venas; agradecida se ser quien soy y como soy; agradecida de lo que he vivido y he recibido; agradecida por la fe que me transmitieron que es mi fuerza y baluarte; agradecida de mis principios y valores que me sostienen frente a los que, recibiendo lo mismo, hoy pisotean el buen nombre de la casa. Papá, mamá: Mamá papá ¡Gracias!  

Para conocer a las personas hay que saber de su vida, de cómo piensan, cómo sienten, lo que sueñan y lo que añoran. Siempre me gustó escuchar a mis padres, eran grandes conversadores y les pedía que me contaran sus historias de niños y de juventud, y mi padre que fue llevado a una guerra tenía muchos duros episodios gravados en su memoria.

Es maravilloso vivir, y recordar es revivir para reavivar aquellas vivencias añoradas. Los recuerdos son nuestro mayor tesoro y vivimos tantos años y nos pasan tantas cosas, que los recuerdos, al fin de cuentas, es lo único que nos queda de lo vivido. Hay a quienes los recuerdos se le escurren entre los dedos, pero hay quienes los lleva escrito en la sangre, grabado a fuego en la memoria y palpitante en el corazón.

Mamá, papá, sí que añoro las largas conversaciones que manteníamos. A veces nos volvíamos filósofos o adivinos saltando por los vericuetos de las posibilidades para dar soluciones a tantos desaguisados. Yo les decía que ustedes se merecían toda una vida de mañanas preciosas, porque un hoy bien vivido hace que cada ayer sea un sueño de felicidad y cada mañana una visión de esperanza. Parece que les estoy escuchando, y tú, papá, me decías que la vida no es fácil y no siempre es justa, que las rosas tienen espinas y nos hace llorar. Que en la vida debemos ser buenas personas, pero tenemos que ser fuertes porque los problemas vienen solos y sólo debemos intentar buscar la solución. Que las alegrías y las penas nos rondan por igual.  Que hay que ser valiente y plantar cara a lo que no es de nuestro agrado. Que no debemos vivir con la cabeza gacha, hay que levantar la mirada y quitar las piedras que no nos dejan avanzar, ya que nuestra responsabilidad es tomar las mejores decisiones. Pero siempre, siempre hay que ir con la verdad por delante, así serás libre de ir y venir por la vida…

Papá, ¡que la vida y la verdad duelen! Claro que duele, pero si te quieren vapulear te tienes que defender con la verdad. Si eres alguien con inteligencia sabrás qué hacer o qué pensar cuando en la vida te muestren la cara más desagradable. Sé honesta y sincera, a veces hay que utilizar la astucia e ir con cuidado, porque la maldad y la envidia tienen el sueño ligero. Sé que eres fiel a tus principios y valores, y nadie podrá arrastrarte fácilmente: yo creo en ti, llegarás a ser una gran persona porque la bondad te la he sembrado y amor no te ha faltado. Y ¡qué más da si no todos te han querido! Tú no te preocupes, nunca vas a poder caerles bien a todos, pero no por eso vas a dejar de crecer. Dios está contigo.

Ya dijo, Jean Jacques Rousseau: Un buen padre vale por cien maestros. 

¿Cómo no amar a mi padre? Siempre sabio, siempre honesto, siempre pendiente de todos. En sus consejos va la escuela de la vida. A medida que pasan los años me doy cuenta que nuestros padres son ángeles de luz que dejan en nosotros su rastro para que sigamos por el camino del bien. Hoy miro al horizonte y la verdad es que ya no están. Pero me digo a mí misma, que me podrán quitar todo, podré quedarme sin nada, pero las enseñanzas y el amor de mis padres permanecerán eternamente en mi corazón, hasta que llegado el día vuelva a verlos.

Certera frase de Marco Tulio Cicerón: Es la propia naturaleza la que nos impulsa a amar a los que nos han dado la vida.

Papá, mamá, es largo y solitario el camino sin ustedes, pero los llevo en mi alma y revolotean por mis recuerdos más hermosos.  Sé que desde ese lugar celestial iluminan mis pasos y cuidan de mí. Tras la oscuridad están ustedes que me llenan de luz, ilusiones y esperanza. En la vida no busco la aprobación de nadie, yo ya tengo la aprobación de ustedes.

¡Cuántas vivencias! Cuántos recuerdos que me vienen a la memoria como torrentes que golpean mis heridas y deseando verlos, cierro los ojos para visualizarles y me quedo en silencio, como atascada en un rincón de mi vida del cual no quiero salir. A veces con la mirada perdida y con lágrimas en mis ojos pienso que la vida es muy cruel y vengativa. Siempre los tengo presente, y para los dos mis pensamientos, mi agradecimiento y mi cariño.  

Sé que alguien me está soñando y ustedes me sueñan… ¡Gracias, Dios mío, por mis padres! Mamá, papá, sé que nací a la vida terrena a través de ustedes, pero sé que soy un ser espiritual y sé que se acerca la noche de los tiempos en que mi espíritu se despoja de mi cuerpo cansado y trasciende al lugar de donde vine, el lugar donde ustedes me esperan… La ausencia termina por convertirse en presencia y la presencia en compañía.

Papá, nacimiento es nacer a la vida y tu paso por la tierra ha sido un regalo para mí. Sin ti y mamá yo no hubiera nacido. Siempre recordaré esa sonrisa especial y ese corazón cariñoso. Estaré por siempre recordándote agradecida. En este día grito al viento que tuve el mejor padre del mundo, al que rindo homenaje eternamente.

La eternidad es tu vida, por eso no te digo ¡Feliz Cumpleaños! Porque junto a Dios no cumples años, junto a Dios eterna es tu vida. Algo de mí se fue contigo y siento un gran vacío...

¡Papá, te quise, te quiero y te querré!


Fotografía: Tante Tati


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