Un hombre se perdió en el desierto. Al cabo de unos días y a punto de morir de sed, vio una caravana que se acercaba. Como pudo, llamó la atención de los viajeros que presurosos se dirigieron hacia el necesitado. Éste, con un hilo de voz, apenas pudo decir:
—Aaaguaa...
—Pobre hombre, parece que quiere agua, rápido, traigan un pellejo—, reclamó uno que parecía ser el jefe.
—Un pellejo no, por Dios —contestó otro—, no tiene fuerzas para beber en un pellejo, ¿no se dan cuenta? Llevémosle una botella y un vaso para que pueda hacerlo cómodamente.
—¿Un vaso de cristal?
—¿Estás loco o qué te pasa? —protestó otro— ¿No ves que lo cogerá con tanta ansia que puede romperlo y dañarse?
—¡Démosle un cuenco de madera!
Otro de los presentes sugirió que sería mejor ofrecerle vino, «para animarlo», justificó.
—¡No sabemos si es musulmán, tal vez no puede beberlo—, opinó una quinta persona.
Pero el que decía ser médico creyó conveniente llevar al hombre a la sombra antes de darle nada y «alejarlo del pleno sol, ya que tiene fiebre y está agotado».
Mientras pasaba el tiempo y sin recibir una gota de agua el moribundo moría de sed, hasta que finalmente no aguantó más y murió.
Esta historia nos sirve para reflexionar sobre lo fundamental y lo accesorio, porque muchos veces discutimos y perdemos el tiempo en superficialidades y nos olvidamos de centrarnos en el asunto principal e importante.
No hay comentarios :
Publicar un comentario