Un caballo salvaje saciaba su sed cada día en un río poco profundo. Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con su hocico y las patas, enturbiada el agua. El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco. El equino, lleno de ira, fue a buscar a un hombre y le pidió ayuda...
—Yo me enfrentaré a esa bestia, pero tú debes permitirme montar sobre tu lomo—, dijo el humano, y el animal estuvo de acuerdo.
Encontraron al jabalí cerca del bosque y el hombre lo mató. Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado.
Pero el hombre no tenía ninguna intención de bajar de su lomo.
—Me alegro de haberte ayudado. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo —, le dijo.
Y, aunque el animal se resistió, el hombre lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura.
El caballo, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida, tuvo que obedecer a un amo: «Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparado con esto», se lamentaba.
Esto nos enseña que, a veces, con el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien sólo tiene interés en dominarnos y al final, salimos perdiendo...
No hay comentarios :
Publicar un comentario