viernes, 19 de abril de 2019

Viernes Santo


“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. 

El Viernes Santo es una festividad cristiana en la cual se conmemora la Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret. Celebramos la muerte de Jesús, quien ha muerto por cada uno de nosotros y por toda la humanidad para reconciliarnos con el padre. En este día se conmemora el amor extremo de Cristo para rescatarnos. 

Es importante interiorizar el hecho de que Jesús se entregó en la Cruz por cada uno de nosotros. Y hay que comprender que la Cruz es un signo de victoria sobre la muerte, especialmente que es una victoria sobre el pecado.

Con su sacrificio, Cristo pagó el precio que la humanidad debía pagar por sus pecados. Por eso, en este día necesitamos meditar, pensar y sentir sobre el significado de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

Una de las actitudes que el cristiano debe tener durante el Viernes Santo es la reflexión para comprender y profundizar en el sentido de la muerte de Cristo, y toda la Iglesia nos unimos al duelo por la muerte de Jesucristo, y debemos hacer propios los sentimientos de la Iglesia. 

El Viernes Santo es, fundamentalmente, un día de duelo durante el cual se recuerda la crucifixión de Jesucristo en el Calvario, quien se sacrifica para salvar del pecado a la humanidad y darle la vida eterna. De allí que la cruz se haya tomado como el símbolo de la gloria para la adoración de los cristianos. 

A este respecto, escribe, en la Biblia, Pedro: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu” (1 Pedro, 3: 18). 

Una de las tradiciones más populares del Viernes Santo, es la Representación del Vía Crucis. Esta costumbre viene desde finales del siglo V, cuando los cristianos en Jerusalén, se reunían por la mañana del Viernes Santo a venerar la cruz de Jesús. 

El Vía Crucis es una manera de recordar la pasión de Jesús y de revivir con Él y acompañarlo en los sufrimientos que tuvo en el camino al Calvario. Se divide en catorce estaciones que narran, paso a paso, la Pasión de Cristo desde que es condenado a muerte hasta que es colocado en el sepulcro: 

1.- Jesús es condenado a muerte. 
2.- Jesús es cargado con la cruz. 
3.- Jesús cae por primera vez. 
4.- Jesús encuentra a María. 
5.- Jesús es ayudado por el Cireneo. 
6.- La Verónica enjuga el rostro de Jesús. 
7.- Jesús cae por segunda vez. 
8.- Jesús consuela a las santas mujeres. 
9.- Jesús cae por tercera vez. 
10.- Jesús es despojado de sus vestiduras. 
11.- Jesús es clavado en la cruz. 
12.- Jesús muere en la cruz. 
13.- Jesús es bajado de la cruz. 
14.- Jesús es colocado en el sepulcro. 

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 

Hoy también recordamos las siete palabras que Jesús pronunció antes de su muerte. Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases de Jesús en la cruz. Pregón de las Siete Palabras… 

Primera Palabra: 

"Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen". (San Lucas 23, 24) 

Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor. 

Segunda Palabra: 

"Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso". (San Lucas 23,43) 

Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido. 

Tercera Palabra:

"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre". (San Juan 19, 26-27) 

La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres. El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores. 

Cuarta Palabra: 

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (San Marcos 15, 34) 

Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre. Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto. 

Quinta Palabra: 

"¡Tengo sed!" (San Juan 19, 28)

La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere. Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor. 

Sexta Palabra: 

"Todo está consumado". (San Juan 19, 30) 

Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día. 

Séptima Palabra: 

"Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". (San Lucas 23, 46) 

Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre. Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en la vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas. 

Hoy también veneramos a la Virgen en su soledad. Ay, Virgen de la Soledad, roto el corazón de madre… El Viernes Santo se acompaña a María en la experiencia de recibir en brazos a su Hijo muerto. Acompañamos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya realizado jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos. 

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no lo comprendamos. Es Ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos del dolor, en los sufrimientos diarios y pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella y comprendamos que, en el dolor somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad. 

La imagen de la Virgen dolorosa y en soledad, nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Los cristianos encontramos en María la compañía y la fuerza para dar sentido a nuestros propios sufrimientos. 

Yo tengo sed: sed de verdad, sed de justicia, sed de paz y sed de amor...

Fotografía: Internet


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