Un pastor tenía dos ovejas que habían parido corderitos. Por las noches los encerraba a todos en un corral para que no se los comieran los lobos y, durante el día soltaba a las ovejas y dejaba a los corderitos a resguardo. En una ocasión, un temporal de lluvias sorprendió a las ovejas y desbordó un río que les impedía volver al corral para amamantar a sus crías. Una de las ovejas se puso a pastar paciente en la orilla, esperando que bajaran las aguas.
La otra se impacientó pensando que no volvería a tiempo para dar de comer a los corderos y éstos se morirían de hambre, además de que podían ser devoradas por los lobos.
—Tranquila, las aguas bajarán y mañana podremos volver a casa sanas y salvas—, le dijo su compañera.
De nada sirvió ya que la oveja se arrojó igualmente al agua. El pastor que había intentado ayudarlas, vio impotente desde la otra orilla cómo el cuerpo de la oveja era arrastrado por la corriente y la empotraba contra las rocas. Pasadas unas horas el nivel del río descendió y la otra oveja pudo volver a casa. A partir de entonces se hizo cargo de sus hijos y de los huérfanos.
Esto nos hace ver que sin esperanza es imposible tener paciencia, pero también que la impaciencia por alcanzar las cosas rápido nos hace perder la oportunidad de conseguirlas en el futuro.
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