viernes, 18 de enero de 2019

Habitar la palabra


«Las palabras son poderosísimas. Pueden llegar a determinar el rumbo de nuestro pensamiento, nuestra actitud ante la vida e incluso, nuestra salud y longevidad». Esa es la teoría de Luis Castellanos y su equipo, expertos en neurociencia, y autores del libro «La Ciencia del lenguaje positivo». En él plantean que el uso de determinadas palabras (o la ausencia de estas) en el día a día puede suponer la diferencia entre el éxito y la derrota en cualquier ámbito. «El lenguaje nos permite gestionar nuestra propia inteligencia», asegura. «Si nos parece normal dedicar todos los días un tiempo a cuidar nuestro cuerpo, a asearnos, vigilar nuestra dieta o hacer algo de ejercicio, ¿por qué no dedicar también a cuidar cada una de nuestras palabras?», se pregunta Castellanos.

Los autores de «La ciencia del lenguaje positivo» en una entrevista explicaron hace tiempo a Carlota Fominaya para abc.es, cómo construir un plan lingüístico familiar, porque según el Doctor «Castigar con silencio es más peligroso que con palabras. Y se hereda de padres a hijos». 

La mayoría de nuestros deseos están centrados en mejorar nuestras circunstancias, pero estamos lejos de plantearnos mejorar nuestro lenguaje: así somos, así hablamos: El lenguaje refleja nuestra existencia, nuestra historia, nuestras esperanzas. El lenguaje es un espejo de cómo somos. Cuando somos conscientes de nuestras palabras nos damos cuenta de que no vemos el mundo tal y como es, sino tal y como hablamos. Por eso quizá cambiando el enfoque de ese espejo también podremos enfocarnos de otra manera, cambiar, ambicionar cosas más grandes, una vida mejor, con más bienestar, más alegría y más salud. 

¿Cómo podemos cambiar el uso de las palabras? Habitando las palabras. Hablar es habitar el mundo. Deberíamos hacernos cargo de nuestros vocablos, de su destino. Un buen ejercicio es intentar identificar las palabras que queremos que adquieran importancia en nuestra vida, aquellas que queremos «habitar». Nos referimos a esas que te ayudan a crecer, que son las que deberíamos compartir, las que nos ayudan a transformar nuestras vidas y a dar lo mejor que tenemos a las personas que nos rodean. 

¿Por qué es tan importante buscar ese lenguaje positivo? Porque está científicamente comprobado que el lenguaje positivo busca evolutivamente dirigir nuestra atención y nuestra voluntad hacia el aspecto favorable de las cosas y de la vida. Tomar conciencia de nuestro lenguaje es fundamental para escribir nuestro destino. Es más, las palabras influyen en nuestra posibilidad de supervivencia, ya que la expresión de emociones positivas hace que nos fijemos, que prestemos atención a aquellos estímulos físicos y mentales que cada vez son más relevantes para llevar una vida duradera, plena y con el mayor grado de felicidad posible. Somos unos firmes convencidos de las funciones vitales del lenguaje positivo en nuestra mente ejercen una influencia creativa en las decisiones más profundas que tomamos. Nuestras decisiones lingüísticas crean nuestra historia. 

¿Palabras son hechos? Palabras son hechos siempre. Tanto si haces lo que has dicho que vas a hacer, como si no lo haces. En el primer caso estarás mostrando un estilo de acción que genera confianza, mientras que en el segundo caso tu estilo de acción generará otro tipo de respuestas. Este es el poder de las palabras. 

También en el sentido negativo. La pareja, los padres, o los hijos son los que suelen soportar los efectos devastadores del lenguaje de la ira. Es lo que José Luis Hidalgo, coautor del libro, ha denominado el «Hulk en casa»: Esto es así. El enfado desmesurado se propaga con mayor facilidad en los entornos íntimos. Se trata de una cuestión de confianza y hacemos uso de ello. Las mayores muestras de enojo las solemos cometer en casa, ese terreno que sabemos seguro y donde no hay que fingir. Después del enfado sabes que nadie se irá de casa, que te seguirán queriendo y que todo quedará en un hecho puntual. Sin embargo, a menudo maltratamos a las personas que nos quieren bien con nuestros gestos indisimulados de fastidio, con nuestro lenguaje descuidado, con palabras hirientes. 

Sabemos entonces que descuidamos los entornos más queridos, pero, ¿qué podemos hacer para evitarlo? ¿Cómo podemos reconocer y reconducir estas reacciones exageradas ante hechos insignificantes? Hay dos momentos clave para nuestro entrenamiento: Uno tiene que ver con «cómo llegamos a casa», y el segundo, con reconstruir o reparar lo que inconscientemente, hemos dañado.

En lo relativo a la actitud de «cómo llegas a casa», es importante realizar un pequeño acto, una señal de respeto frente a la puerta de entrada, que puede consistir en respirar antes de girar completamente la llave. Es un simple gesto con el que asumir que accedemos a otra energía, a un escenario con otro ritmo y que al cruzar el umbral de la misma nos vamos a incorporar a un nuevo espacio. Físicamente tiene que ver con la pausa, con un momento de silencio que aprovechamos para observar, para ver de verdad a las personas que nos esperan. 

Pero, ¿cómo reparamos los daños una vez que Hulk ha hecho estragos? En este caso es importante cuidar nuestro diálogo interior y no culpabilizarnos en exceso. Solemos tratarnos duramente cuando perdemos los papeles, lo pasamos mal precisamente por haber hecho que lo pasan mal los demás, renegamos más de la cuenta y alargamos innecesariamente la reflexión sobre las causas de nuestro comportamiento. Pensamos que así podremos curar las heridas cuando es precisamente lo contrario. Para enfrentarnos a los daños causados por nuestra ira podemos decir: «devuélveme lo que te he dicho, no era para ti». 

Igual que las palabras curan, en el libro cuentan que el silencio es asesino y que se hereda de padres a hijos: Castigar con el silencio es más peligroso que con palabras. Es un pozo sin fondo porque cuando se intenta salir ya no hay marcha atrás, se trata de un camino sin retorno cierto. Pertenece a la familia de la ira, pero puede ser más dañino que ella. Cuando se habla enfadado, decimos las cosas sin pensar, bruscamente con la intención de herir y ofender, mejor dejar pasar el enojo y luego aclarar las cosas.  

¿Qué hacer con esta variable tan temida de la ira? A esta pregunta contestaba el doctor, que han identificado una cosa que se puede utilizar para romperlo: el tacto. Con el tacto surge...la palabra. Una cosa lleva a la otra. Lo hemos comprobado muchísimas veces en las formaciones que solemos impartir: a los alumnos les privamos de vista, los dejamos sentados en soledad y se callan. Entonces, les damos la mano de un compañero, da igual de quién sea, y empieza la conversación. Siempre obtenemos el mismo resultado. Sin duda, el tacto es la antesala del lenguaje verbal, de la comunicación fluida y sincera, es el gran desatascador de las relaciones humanas. 

Consejos del Doctor Castellanos para trazar un plan lingüístico en nuestro entorno familiar:

Incrementemos las palabras que tienen que ver con el sentimiento positivo y hagamos visibles esas palabras de algún modo; una forma creativa consiste en hacer de la cocina un «fortín» de positividad, es allí donde solemos invertir más tiempo, tomar decisiones, compartir una buena charla o desvelar lo que nos preocupa en busca de un buen consejo mientras tomamos un café o preparamos la cena, así que colocar a la vista —en los azulejos o en la nevera— unas simples palabras elegidas hacen que nos sintamos francamente bien. 

Sorprendamos con algún «detallito», música, algo rico para compartir y, por supuesto, algún mensaje especial; elijamos las palabras y el momento donde ese mensaje puede ser más eficaz. Atrevámonos, incluso, a dejarlo en algún lugar donde esa persona tarde en encontrarlo, como en el bolsillo de un abrigo, debajo de una almohada o la sorpresa de la luna del coche. 

Rebajemos el verbo «ser» y sus consecuencias que nos limitan, etiquetan y generan prejuicios; utilicemos mejor el verbo «estar», «parecer» o «comportarse», de forma que un «eres tonto» quede en un «estás tonto». 

Hagamos asambleas divertidas centrándonos en las fortalezas de cada uno, juguemos a decirnos cómo nos vemos desde lo positivo, precisamente, para construir posteriormente aquello que tenemos que mejorar. Podemos expresarlo mediante palabras, mímica, cuentos, etc. 

Cuando preguntemos «¿cómo estás?», procuremos sentarnos, apagar la tele y callar, no sólo exterior, sino interiormente, anulemos los prejuicios, detengamos los argumentos o las interpretaciones que suelen ocupar nuestra mente y busquemos la calma interior. 

Incrementemos la cantidad de «síes» y rebajemos la de los «noes», fijémonos más en lo que tienen y no tanto en lo que les falta, anotemos logros, méritos, agradecimientos, hagámosles saber unos y otros de forma directa, sencilla, pública y abundante; equilibremos de una vez las incapacidades con las capacidades, convirtamos los imposibles en improbables, cambiemos la tendencia y empoderemos a las personas que nos acompañan vitalmente.  

Demos más importancia a la voz humana... La tradición oral, escuchar algo de alguien, algo que nos importa de alguien. Pensemos que las historias que se cuenta en el reino confortable de la cama les da seguridad a nuestros hijos y les ayuda a confiar abriéndose emocionalmente, y se vuelven más inteligentes, porque su inconsciente aprende y retiene nuevas palabras para desarrollar la  comunicación. 

De todas las historias, las que más captan nuestra atención son las que hablan de nosotros mismos, las que hablan de lo cotidiano, de nuestros idas y venidas de nuestras dudas y aciertos, y de todo lo que les sucedió hace ya tiempo a nuestros mayores. Saldremos realmente favorecidos.

Recordando yo... Los encuentros familiares alrededor de la mesa ya no se dan, ahora se come en el sofá frente a la tele o cuando a cada cual le apetece; aparte del desorden que ocasiona en la cocina, se pierde la oportunidad de compartir la comida y compartir vivencias, inquietudes, sueños y deseos... 

Hubo un tiempo que conversar era el mejor entretenimiento, y pensar que hoy en día las prisas y las redes sociales nos están robando tiempo para habitar la palabra, cara a cara, mirándonos a los ojos, dejando que se manifiesten los sentimientos y afloren a flor de piel las emociones…

Fotografía: geralt

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