sábado, 19 de enero de 2019

¡Vivan los novios!


Hace setenta años, aquella mañana fría de invierno de un día como hoy, diecinueve de enero, pero siendo miércoles de mil novecientos cuarenta y nueve, una joven pareja se disponía a casarse. Por entonces las bodas se celebraban al amanecer y las novias vestían colores oscuros; negro, marrón o azul, azul en el caso de mi madre. 

Mis padres: Margarita y Froilán, aunque del mismo pueblo, se habían conocido dos años y cuatro meses antes. Pasó que en el año mil novecientos treinta y ocho, al cumplir mi padre los dieciocho años, lo llevaron a la guerra; la guerra civil estalló en el treinta y seis, y como las bajas se sucedían, fueron cubriendo plazas con los jóvenes, por tanto, mi padre sin tener enemigos fue llevado a la península a una contienda de tiros cruzados entre españoles. Para aquel muchacho pacífico, verse con un fusil en las manos frente a un escenario dantesco, era algo aterrador. Gracias a que eligió enfermería, dejó el arma de matar por los apósitos para curar a los heridos; de practicante estuvo cinco años por varios puntos de España, y al volver a Gran Canaria lo destinaron al ‘Destacamento Militar’ del norte de la isla, unos tres años más, o sea, que a la Patria le entregó ocho años de su vida, y a aquel jovencito cuando lo ‘Licenciaron’ y volvió con su familia, era un hombre ‘desconocido’ para muchos del lugar.

Era verano cuando lo ‘Licenciaron' del cuartel, yo diría, cuando lo dejaron libre, comenzaban las fiestas del pueblo, y la romería de la ‘Ofrenda de la Rama a Santo Domingo de Guzmán’ sirvió de punto de encuentro para conocerse y comenzar un noviazgo que terminó en boda.

Por entonces se iba al Pinar en busca de la Rama, en el recorrido se rezaba, se cantaba y se bailaba, todos vestían con la ropa de domingo, con la formalidad de un acto religioso, pero las mujeres llevaban unos zapatos cómodos para el camino y otros nuevos en una bolsa que se cambiaban al llegar a la Plaza. Pues, un hombre apuesto se le ofreció a mi madre a llevarle la bolsa, se la dejó y continuaron el camino, pero mi madre no le conocía y preguntó quién era, y le dijeron que era el hijo de Juanito Tomás que volvió de la guerra. Mi padre había oído hablar muy bien de mi madre y se acercó a ella sabiendo quién era; mi madre había sido la madrina de boda de su hermana mayor y de sus dos sobrinos mayores, decir que su hermana se casó con un primo hermano de mi madre mientras él estaba en las milicias.

Cuando mis padres se casaron mi madre tenía veinticinco años recién cumplidos y mi padre veintiocho, y los dos contaban con hermanos-niños; el hermano pequeño de mi madre tenía cuatro años y la hermana pequeña de mi padre tenía casi seis. 

En cuanto a la posición social, tanto la familia de mi madre como la de mi padre estaban bien situados, poseían tierras y bienes y vivían holgadamente. En esa época las bodas eran de mañana de un día cualquiera de la semana, el por qué de la norma no la sé, pero el Sacramento del Matrimonio es un acto para celebrar. Aquel miércoles todos madrugaron, mi padre atendió a los animales, como solía, y mi madre organizaba la jornada, porque los dos eran muy responsables y si podían, aliviaban el trabajo de los demás. Se arreglaron y se pusieron en camino. 

Mi padre vivía cerca, debajo de la Iglesia subiendo una pendiente, mi madre tenía por delante, más de un kilómetro de camino polvoriento, mejor dicho, embarrado porque, aunque ese día no llovía, los días anteriores sí había llovido. 

A las ocho de la mañana recibieron el Sacramento, los dos muy elegantes y guapos, por fuera y por dentro. Mi madre llevaba un precioso vestido azul con pedrería en el pecho, una pamela negra adornada con unas plumas blancas y un velo que cubría la cara. Mi madre morena con ojos verdosos, tenían el pelo lacio y por entonces se hacían la permanente; rizarse el pelo era la forma de estar bien arreglada. Los padrinos fueron, Teodomiro, hermano de mi padre y su cuñada-prima Adela. 

Al término cada invitado se iba a su casa y al mediodía se reunían en casa de la novia para celebrar la boda con un banquete. Mientras los familiares de mi padre se fueron a sus casas, mi padre acompañó a su ya mujer hasta la casa de sus suegros en compañía de la familia de mi madre. Mi padre dejó a mi madre y se marchó a la casa paterna. 

En casa de mi madre tocaba zafarrancho, cocinar los manjares para cuando los invitados llegaran sobre la una tener el banquete preparado. Después del banquete el nuevo matrimonio se fue a estrenar la casa-cueva que mi padre cavó en terreno familiar, para emprender una vida en común con amor, ilusión y alegría. 

¡Vivan los novios! ¡Vivan mis padres! Dos almas gemelas que se amaron en armonía y cariño. Dos corazones nobles, generosos, serviciales, solidarios. Dos cristianos bondadosos que sembraron las enseñanzas de los valores de convivencia; respeto, sinceridad, humildad, verdad. Dos personas admirables que transmitían bondad y paz, y deseaban que sus hijos fueran buenas personas, que ni mienten ni calumnian y si en algo se equivocan, rectifican y piden disculpas. ¡Hogar, dulce hogar! 

Ya dijo, Confucio: Una casa será fuerte indestructible cuando esté sostenida por estas cuatro columnas: un padre valiente, una madre prudente, un hijo obediente y un hermano complaciente.

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