Un hombre recibió una invitación para ir a comer a la lujosa mansión de una de las personas con más poder económico de la ciudad. Llegó a la reunión luciendo un traje sencillo y se dio cuenta de que todo el mundo lo evitaba para no tener que saludarlo. Así que abandonó la casa y se fue a la suya para cambiarse de ropa. Eligió una de las mejores prendas que tenía, una túnica de seda de primera calidad y que, a simple vista, ya se veía que era cara. Regresó a la mansión y, nada más cruzar la puerta, los asistentes se acercaron para saludarle y mostrarle respeto y cordialidad, algo que antes no había pasado. Tras unos minutos, lo invitaron a pasar al comedor y le pidieron que presidiera la mesa. Entonces, el hombre se quitó la prenda de seda, la lanzó sobre la silla y dijo:
—Ya que es a esta túnica a la que prestáis el respeto y la cordialidad que antes no me habéis dispensado a mí, os la dejo aquí y me marcho. ¿Por qué no organizáis una comida para túnicas como esta?
Todos se quedaron estupefactos, tal vez pensando que al fijarse sólo en el aspecto externo se habían perdido la oportunidad de conocer a alguien muy interesante. Y es que cuando aprendamos que lo importante es el interior y no la apariencia exterior empezaremos a crecer como personas.
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