La vida comienza cada día y la luz del sol te guía y te indica el horizonte,
donde la vida no tiene ni principio ni fin,
es lugar de eternidad, y en la eternidad solo habita el amor y la verdad.
La tierra está plagada de trampas humanas y el que las pone,
se cree poderoso porque tiene capacidad de hacer daño.
En esa actitud hay una explicación,
en ciertos individuos en su interior anida la envidia y el rencor,
y con esas posesiones solo pueden manifestar maldad.
Ese tipo de gente pueden triunfar entre los que les son afines,
pero más allá del horizonte no hay espacio para albergarles.
Tras el horizonte cae la careta y queda al descubierto la autenticidad de cada alma.
Al nacer y morir cruzamos el horizonte,
esa frontera entre lo auténtico y lo aparente, lo verdadero y lo falaz.
Todos los días unos van y otros vienen de ese lugar maravilloso dónde reina la inmortalidad,
mientras los mortales siguen con sus afanes como si eso no fuera con ellos,
apegados a sus miserias y vanidades.
Debemos tener presente que nada es para siempre,
que este camino tiene un final,
y nada mejor que ir de la mano segura que guía hacía el horizonte perfecto.
Mientras, vivo aquí y ahora el presente,
porque el ayer es historia y el futuro es un misterio.
Tomemos conciencia de que,
cada día es un regalo que nos sirve para enmendar el pasado y restablecer el futuro,
pero siempre, desde el amor y la verdad.
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