«La más bella palabra en labios de un hijo es la palabra madre, y la llamada más dulce: ¡madre mía!». El amor de una madre por un hijo no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. Es el milagro de amor de madre. Una madre se entrega, se preocupa y se sacrifica por su hijo. Una madre es la que antes de concebirte ya te quiere. Antes de que nazcas ya te ama, y al tenerte en sus brazos ya muere por ti y se olvida de su persona para dedicarse en cuerpo y alma al ser nacido de sus entrañas, y como sangre de su sangre da la vida por ti. Pero los hijos exigimos a nuestras madres lo que no les damos y muchas veces sin tenerla en consideración, nos olvidamos de que nuestras madres fueron niñas necesitadas de cariño y protección, porque también tuvieron madres y también tuvieron miedos e incertidumbres.
La mía nació tal día como hoy, hace 94 años. Fue la primera niña del joven matrimonio que ya tenía dos varones. Fue una buena niña, muy responsable y atenta con sus padres, y por ser la mayor tuvo que cargar con duras tareas para ayudar en la casa. Fue una niña que creció muy rápido, casi no tuvo niñez por tener que implicarse en la crianza de sus hermanos, pero ella era generosa por naturaleza y se daba porque era feliz haciendo feliz a los suyos. Por su forma de ser y actuar fue muy querida y admirada.
Se casó con un joven noble de buenos principios y formaron una gran familia. Transmitieron a sus hijos los mejores valores. Nos enseñaron a ser buena gente, sin rivalidades, sin envidias, sin mentiras. Nos educaron en la nobleza, en la bondad y la generosidad. Nos inculcaron la solidaridad y la armonía en las relaciones, sabiendo esperar, perdonar, socorrer, y dar sin esperar nada a cambio, porque no hay mayor satisfacción que poder ser útil y de ayuda para con los demás.
De niños creemos que una madre todo lo puede, que no siente cansancio, que no sufre. Esa creencia con el tiempo desaparece al descubrir que nuestra madre también le faltan fuerzas y se cansa, sufre, llora y calla ocultando su dolor. Ellas nos entregan su amor sin esperar nada a cambio, y si no les prestamos atención, pacientemente esperan a que nuestro corazón se dulcifique, porque siempre ponen la esperanza en el camino de sus hijos. Sí que me puedo imaginarme a mi madre siendo niña y admiro a esa niña-mujer que al conocerla la amé y la amo, y me siento orgullosa de su belleza de alma y de ser. Cómo voy a olvidar a mi madre si soy parte de ella y vive en mi corazón avivando mi memoria. Su eco llena cada poro de mi cuerpo y todos los rincones por donde dirigió sus pasos conservan sus huellas. El eco de su voz, de su risa, me acompañan y reavivan el cariño y la fuerza de los lazos fraternales.
El eco es un fenómeno acústico que percibimos cuando aquello que lo produjo ya es pasado. Aunque sólo sea por un segundo, lo que escuchamos es el reflejo, el recuerdo, de una acción anterior. Hay áreas en nuestro cerebro en las que imágenes y sonidos se entrecruzan y se mezclan, y se hacen inseparables. En ellas las imágenes evocan sonidos y los sonidos imágenes y se activan sentimientos y nostalgias. Los ecos de la memoria nos transportan a los paisajes de imágenes sonoras por los que ha transcurrido la historia de las personas que en algún momento han formado parte de tu vida. Los recuerdos es un viaje al pasado para sacar de la penumbra vivencias cargadas de imágenes sonoras, y nos embarga la emoción al percibir hasta los aromas de entonces. No podrá el tiempo devorar mis vivencias, porque mis vivencias están grabadas con toda su intensidad en mis recuerdos y los recuerdos es el único paraíso del cual nadie puede ser expulsado. Yo cierro mis ojos y me dejo llevar, porque necesito revivir para reavivar aquellos recuerdos que me aportan las fuerzas para seguir caminando.
Me veo niña apegada a mi madre, a la que quiero, respeto y admiro. Mi madre era y es mi protectora, mi maestra y mi ejemplo a seguir. Todo lo que sé se lo debo a ella, aprendí atendiendo, preguntando e imitando. Madre es sinónimo de amor, dulzura, fuerza y temple. Quiero repetirte la última frase que te dije en nuestra despedida: "Mamá, eres la mejor madre del mundo y nunca te podré olvidar, en ti tengo mi mejor maestra y un ejemplo a seguir. ¡Te quiero con toda el alma, y vivirás siempre en mi corazón!"
Gracias mamá por todo lo que me has dado. Gracias por traerme al mundo, por arrullarme en tus brazos, por alimentarme, cuidarme, educarme y hacerme una persona de bien. Gracias por lo que me enseñaste, por el amor que derramaste y por la fe que me inculcaste. Gracias por hacerme comprender que el amor verdadero es ese que se entrega sin esperar nada a cambio. Una madre no es la que da la vida, eso sería demasiado fácil, una madre es la que entrega todo su amor a sus hijos.
Una madre de verdad es la sufre, llora, entiende, perdona, olvida, defiende, pero sobre todo ama a sus hijos, más que a ella misma. Yo, si después de esta vida, volviera de nuevo a nacer, una sola cosa le pediría a Dios: ¡Que me diera la misma madre otra vez!
Mamá, aunque te fuiste, porque Dios te llamó, no te olvido y siempre te tengo presente. Cada flor que veo me recuerda a ti y en cada amanecer te veo entre las flores. Sé que no quieres que esté triste y me das fuerzas para que no desfallezca y siga avanzando… En el eco escucho tu voz que me susurra: "Hija, cuando quieras verme, no me busque en el recuerdo del dolor de tus lágrimas, búscame en el cielo de tu corazón, pues seguro que ya brilla en él una nueva estrella y su luz no se apagará jamás".
¿Cómo no amarte, madre, si me enseñaste a hablar tu lenguaje y soy viento nacido de tu roca? ¡Madre, mía! Te recuerdo hoy y siempre, y cada día me habla de ti. Mientras más tiempo pasa, más me doy cuenta de que la vida sin tu presencia carece de sentido, porque si me diste la vida te necesito para vivirla.
Una madre es una estrella fugaz que pasa por nuestra vida solo una vez. Ámala, porque cuando te falte echarás de menos su compañía, su calor y su luz. Solo existe una persona que siempre va a estar a nuestro lado, que nos acompaña durante toda la vida y nos seguirá acompañando más allá de la vida; una persona que nos profesa un amor de verdad y para siempre, y que además nos envuelve en cariño, nos ofrece apoyo y protección, esa persona es tu madre.
Cuando los padres a los que amamos mueren, nunca lo superamos por completo. Simplemente aprendemos poco a poco a seguir la vida sin ellos y siempre los mantenemos bien guardados en la memoria y en lo más profundo de nuestro corazón.
Si la gente solo muere cuando se le olvida, tú no has muerto, mamá, porque siempre vivirás en mí y siempre te recordaré. Te extraño hoy y toda la vida. Mamá, que Dios te de ese beso y ese abrazo que yo no puedo darte. ¡Te quiero, mamá! ¡Feliz cumpleaños!
Fotografía: Garrett Sears.
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