Había una jarra de agua fresca y cristalina, en la que todas las gotas de agua se sentían orgullosas de ser transparentes, y día tras día se felicitaban unas a otras por su limpieza y belleza. Como lo bueno no dura siempre, un día, una de aquellas gotas aburrida de su limpia existencia, quiso probar a ser una gota sucia. Las demás trataron de disuadirla de semejante locura, pero no pudieron hacer nada. Sin apenas darse cuenta, en cuanto la gota se volvió sucia ensució a todas las gotas de su alrededor, y la suciedad se fue extendiendo por toda la jarra y toda el agua quedó contaminada.
Las gotas trataron de limpiarse, sin éxito. Hicieron de todo, pero era imposible terminar con la suciedad contagiada por una gota descontrolada. Un tiempo después, la jarra acabó en una fuente, y sólo cuando volvió a entrar mucha agua limpia, las gotas recuperaron su transparencia y belleza. Ahora todas saben que, si quieren ser gotas limpias, todas y cada una deben serlo siempre, aunque les cueste, porque arreglar lo malo de una sola gota cuesta muchísimo trabajo.
Lo mismo pasa con todos en la vida; la sociedad, los amigos, la familia… Si queremos ser una jarra de agua limpia, todos tendremos que ser gotas limpias. No podemos salir de la jarra y pretender entrar sucia a la jarra, con la intención de limpiar tu gota a costa de manchar a las demás. Eso no es justo…
Y tú ¿cómo tienes tu gota?
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