Para alcanzar la felicidad: Vive remansadamente… En el remanso hay tranquilidad, y en la tranquilidad, decía Facundo Cabral: «Hay salud y plenitud dentro de uno. Perdónate, acéptate, reconócete y ámate. Recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad».
Terminada la visita del Papa a Colombia, y aun en el eco viajan sus palabras llenas de esperanza… «Hoy rezamos juntos por la justicia y no la venganza, por la reparación de la verdad y no el olvido». Sí, la verdad debe prevalecer, siempre. Ahora es tiempo de reflexión. Nos encontramos frente a un panorama desolador: la sociedad ha perdido el norte; ya no hay respeto por nadie ni por nada. Los valores pisoteados nos llevan a un callejón sin salida. El todo vale, no vale. El núcleo de la sociedad es la familia y a ésta la están destruyendo. La sociedad impunemente se salta las normas de convivencia. Los políticos se saltan las leyes. Y frente a la hecatombe de la sociedad parece haberse desatado la hecatombe de los elementos y el mundo ruge devastándolo todo a su paso.
Hace un tiempo el Papa Francisco hizo alusión a esa palabra: «para alcanzar la felicidad vivir remansadamente». Siempre nos viene bien los consejos de las personas que han encontrado en una filosofía de vida la piedra filosofal del buen vivir, que no es otra cosa que saber afrontar las vicisitudes de la vida con serenidad. Remansadamente, eso es: vivir y dejar vivir, ayudar a otros, cuidar la naturaleza, buscar la paz, respetar a los demás y olvidarse rápido de lo negativo son algunos de los consejos para alcanzar la felicidad, según el Papa.
Con su acento argentino, dijo: «Viví y dejá vivir, es el primer paso de la paz y la felicidad», dijo el sumo pontífice. Francisco recomendó no dejar de brindarse a los demás pues «si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta» y «el agua estancada es la primera que se corrompe». Aléjense de la envidia, la envidia es ácido que carcome el corazón del envidioso y lo convierte en un ser mentiroso indeseable. «La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima, es decir: yo me siento tan abajo que, en vez de subir, bajo al otro. Olvidarse rápido de lo negativo es sano».
También recomendó cuidar de la naturaleza y olvidarse pronto de lo malo que afecta a la vida, y aconseja moverse «remansadamente», término que toma de un clásico de la literatura argentina: «En ‘Don Segundo Sombra’ hay una cosa muy linda, de alguien que relee su vida. Dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo; que de adulto era un río que andaba adelante y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lentamente remansado. Yo utilizaría esta imagen del poeta y novelista Ricardo Güiraldes, ese último adjetivo, remansado. La capacidad de moverse con benevolencia y humildad, el remanso de la vida».
Otra de las claves está en «la sana cultura del ocio», disfrutar de la lectura, del arte y del juegos con los niños: «Ahora confieso poco, pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le preguntaba: ‘¿Cuántos hijos tenés? ¿Jugás con tus hijos?’ Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cultura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando sus hijos duermen, es difícil, pero hay que hacerlo», recomienda.
En la misma línea, bregó por los domingos compartidos en familia… «El otro día, en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia», afirmó.
Asimismo, aconsejó ayudar en forma creativa a los jóvenes a conseguir un empleo digno. «Hay que ser creativos con esta franja. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. El otro día leí, pero no me fío porque no es un dato científico, que había 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo desocupados. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, costurero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa», dijo.
También invitó a dejar de lado el proselitismo religioso para contagiar la fe desde un diálogo que no se impone. «Podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: ‘Yo dialogo contigo para convencerte’, no. Cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo», aseguró.
Su último consejo fue el de buscar activamente la paz. «Estamos viviendo en una época de mucha guerra. Por el mundo aparecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siempre es una paz activa», aseguró. Por entonces, al ser preguntado por su nominación al Nobel de la Paz, dijo que no forma parte de su «agenda»: «Nunca acepté doctorados y esas cosas que ofrecen, sin despreciar. Ni se me ocurre pensar en eso, y menos voy a pensar qué haría con esa plata, con toda franqueza. Pero evidentemente, prescindiendo de un premio o no premio, creo que todos tienen que estar comprometidos con el asunto de la paz, hacer todo lo que uno puede, lo que puedo hacer yo desde acá. La paz es el lenguaje que hay que hablar», dijo.
El Papa también contó la bonita historia de la medalla del Sagrado Corazón de Jesús que lleva en el pecho. «Es de una señora que ayudaba a mi mamá a lavar la ropa, cuando no había lavarropas, con la tabla, a mano. Éramos cinco nosotros, mamá sola, esta señora venía tres veces por semana a ayudarla», contó. Recordó que era una mujer de Sicilia, que había emigrado a Argentina con dos hijos, viuda, después de que su marido muriera en la guerra. Francisco se reencontró con la mujer cuando ya era una anciana y la acompañó durante diez años, hasta su muerte. «Pero unos días antes se sacó esta medalla y me dijo ‘quiero que la lleves vos’, y todas las noches cuando me la saco y la beso y todas las mañanas cuando me la pongo, la imagen de esa mujer se me aparece. Era una anónima, nadie la conocía, pero se llamaba Concepción María Minuto. Murió feliz, con una sonrisa, con la dignidad de quien trabajó», contó el Papa. Francisco reveló que es gracias a esta mujer, él le tiene tanto cariño a las empleadas domésticas que «tienen que tener todos los derechos sociales», como el que más.
Gracias Papa Francisco, por mover masas y remover conciencias…
Fotografía: Adrian Scottow, cc.
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