viernes, 22 de septiembre de 2017

Homo sapiens/demens

Dos chimpances sentados juntos.


En la actualidad la sociedad vive contra reloj, convulsa, como si le pesara la vida van camino de la locura. Locura: según el diccionario, significa «privación del juicio o del uso de la razón». Antiguamente se creía que era consecuencia de maniobras sobrenaturales, o netamente demoníacas. También se pensaba que actuaba en el hombre como castigo divino por la culpa de sus pecados.

Se designó como locura hasta final del siglo XIX a un determinado comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas. Lo que se interpretó por convenciones sociales como locura fue la desviación de la norma (del latín vulgar delirare, de lira ire, que significaba originalmente en la agricultura «desviado del surco recto»), por culpa de un desequilibrio mental, por el cual un varón o una mujer padecía de delirios enfermizos, impropios del funcionamiento normal de la razón, que se identificaban por la realización de actos extraños y destructivos. Los síntomas de ciertas enfermedades, como la epilepsia u otras disfunciones mentales, fueron también calificados de locura.

Últimamente, frente a las actuaciones de ciertos líderes, uno se pregunta si pueden estar en su sano juicio para presentarse como ‘los intocables, lo más de lo más’. Estos egocéntricos se creen el centro del universo y que nadie está por encima de ellos, más que ellos mismos: Estados Unidos, Corea del Norte, Venezuela, y más cerca tenemos a los secuaces de Más y una minoría de catalanes que piensan que están por encima de las Leyes y osan pisotear toda las normas de convivencia y los Pilares que las sostiene. A todos estos superhombres que pululan por el mundo y que rayan la locura, los podemos denominar ‘sátrapas’. Son unos snob que les gusta exhibirse y como grandes showman, buscan llamar la atención para tener siempre una cámara que les grabe sus exhibiciones, pero lo grave es que, arrastran con ellos a muchos inocentes.

Cuando alguien actúa sin utilizar la lógica y la razón, eso no nos parece bien y decimos ‘que no está bien de la cabeza, que está loco’, porque siempre los locos son los demás. Pero al decir vedad, realmente nos inquieta pensar lo que se puede gestar en la cabeza de los demás, y nos podemos preguntar: ¿Qué somos por dentro? Con motivo de la tragedia provocada por el copiloto que estrelló un avión en Los Alpes, escribía Pablo Jáuregui en El Mundo: «Todo pasa por saber qué somos por dentro. Qué esconden las neuronas, sus conexiones, los pliegues, lo blando y gris del colorín que es todo el cuerpo…» Antonio Lucas, con su vibrante prosa poética, definía así la odisea científica de Rafael Yuste, ese Cajal del siglo XXI, a quién tuvo el privilegio de entrevistar, y que está intentando cartografiar la complejísima geografía del cerebro humano en su laboratorio de la Universidad de Columbia. Le explicaba, que cuando comprendamos todo el sustrato fisiológico de la mente humana, podremos llegar a leer el pensamiento: «El gran desafío es descifrar cuáles son las bases físicas de los comportamientos y estados mentales. Tardará mucho tiempo, pero algún día se logrará. Si conocemos el disparo de todas las neuronas, seremos capaces de descifrar lo que un animal o una persona está pensando».

Con motivo de la locura que tiñó de sangre Los Alpes, Jauregui volvió a recordar el ambicioso proyecto BRAIN de Yuste, tras conocer la inexplicablemente cruel tragedia provocada por el copiloto de Germanwings, Andreas Lubitz. ¿Qué le pasó a este hombre por dentro? ¿Qué cables neuronales se cruzaron en su cerebro? ¿Hasta dónde puede llegar la anulación de la empatía de una persona por sus semejantes? ¿Cuál es la raíz de semejante locura? Y si el profesor Yuste tiene razón, ¿llegará un día en el que podremos detectar a tiempo un cerebro enfermo como el de Lubitz con un escáner, para evitar que se coloque a los mandos de un avión comercial? ¿O estaremos siempre condenados a convivir con la imposibilidad de predecir los delirantes arrebatos de un psicópata?

Tiene mucha razón el gran pensador Edgar Morin cuando dice que a la especie humana deberíamos rebautizarla como Homo sapiens/demens, el animal sabio/demente. Somos criaturas capaces de inventar y construir una máquina tan sofisticada como un Airbus, pero a la vez podemos caer en las garras de una enajenación tan profunda como para estrellar este aparato voluntariamente con 150 personas a bordo. Como decía el primatólogo Frans de Waal, «cuando los humanos son buenos, son mejores que cualquier simio que conozco: más amables, más generosos y más altruistas; pero cuando son malos, son mucho peores». Hoy por hoy, el ser humano sigue siendo un imprevisible y paradójico enigma, capaz de lo más sublime y lo más atroz.

Cada día escuchamos noticias que nos sobrecogen por la crueldad de las acciones del hombre, pero son más las que nos emocionan por la capacidad de entrega y generosidad de muchísimos hombres, pero desgraciadamente, lo malo hace más ruido y altera más el orden. Y así nos va… Ya desconfiamos hasta de nuestra propia sombra.

Fotografía: Indo_girl2010, cc.

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