Una gaviota estaba volando muy alto sobre el mar cuando divisó, a lo lejos, la barca de unos pescadores.
«Si yo tuviera una red como la de esos hombres, no tendría que resignarme a coger un solo pez después de varios intentos lanzándome en picado al agua», se dijo. Y mientras la gaviota reflexionaba de aquella manera, uno de los pescadores, desde la barca, se quedó embelesado mirando el vuelo de la gaviota y le comentó al otro:
—Si tuviera el privilegio de ver desde las alturas lo que puedo pescar, no me aventuraría en las aguas profundas y ni siquiera me alejaría de la costa de madrugada, cuando todos los pescadores son ciegos y su oído anda perdido en la inmensidad.
A lo que su compañero le contestó sabiamente diciendo:
—Yo creo que, en lugar de fijarnos tanto en los demás y en lo que tienen, como en esa gaviota, que puede volar mientras que nosotros no, debemos tomar conciencia de todo aquello que tenemos. Mira, muchas personas viven desgarradas por el afán de imitar a otras o ser como alguien a quien envidian. Y sólo es posible respetar y querer a los demás si uno empieza queriéndose a sí mismo, lo que implica valorarse y aceptarse por lo que uno es y no por lo que aparenta, ni por lo que tiene o dice tener.
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