Un hombre vivía en una casita muy pequeña con su esposa y cinco hijos, los cuatro abuelos y varios tíos y tías. Dormían todos en la misma habitación, comían juntos y se peleaban en vano por un poco de espacio propio y silencio.
Desesperado, el hombre fue a ver al rabino del pueblo para decirle que se estaba volviendo loco por culpa de las peleas, los gritos y llantos de los niños y porque su esposa estaba destrozada de no dormir.
—Según recuerdo, tú tienes una vaca, ¿no? Pues métela en tu casa y regresa dentro de una semana —le recomendó—.
El hombre protestó ante aquella idea alocada, pero al final hizo caso al maestro y volvió al cabo de siete días:
—¡Es horrible! —se quejó.
El rabino le dijo entonces que cada semana metiera un animal más en su hogar: la cabra, el caballo, gallinas… hasta llegar al caos más absoluto.
Finalmente, al cabo de un tiempo, el rabí le pidió que expulsara a todos los animales de su hogar.
Cuando el hombre volvió a verle, le dijo:
—¡Gracias, rabino! ¡Esto sí que es vida! Ahora todos vivimos en paz y armonía.
A lo que el maestro concluyó, a modo de reflexión:
—Debemos saber valorar lo que tenemos, porque desgraciadamente, hay veces que las cosas pueden empeorar.
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