El dialecto canario o habla canaria es la modalidad del español propia y convencional de las Islas Canarias, utilizada por los aproximadamente dos millones de hablantes del español que habitan dicho archipiélago atlántico. Se trata de una variedad dialectal encuadrada dentro de lo que se ha llamado «modalidad atlántica», similar a las de la América hispanohablante, y también a las del sur de la península ibérica, especialmente Andalucía occidental.
La situación geográfica de Canarias, que ha convertido al archipiélago en un histórico lugar de paso y puente entre culturas, ha motivado la presencia de términos de origen inglés, francés o árabe, así como de procedencia americana. También los pueblos aborígenes canarios que poblaron las islas con anterioridad a su conquista dejaron su impronta en el vocabulario isleño. El dialecto más similar al canario, dado el vínculo histórico entre ambas zonas, es el dialecto caribeño, hablado en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, la costa del Mar Caribe: Venezuela, el norte de Colombia y Panamá. Además, léxicamente, el dialecto canario está ampliamente influenciado por el idioma portugués, del que deriva cierta parte de su léxico.
Hoy en día, por desgracia, nuestro habla canario se está perdiendo, porque, como pasa en toda España, los jóvenes tienen su propio lenguaje y los mayores y labradores del campo han ido muriendo, y con ellos el léxico tan peculiar nuestro. Gracias que se ha ido rescatando bastante de nuestra singularidad y quedará a buen recaudo en La Academia Canaria de la Lengua.
Ahora que dónde más se usa y abusa de nuestro léxico es en el Humor. Los humoristas utilizan nuestra idiosincrasia malamente, y al hacerlo malamente deterioran y degeneran nuestra cultura, porque nuestra singularidad es cultura. Podrían tomar como ejemplo a Pancho Guerra, que respetando nuestro léxico, creó el personaje de Pepe Monagas. Divertidas peripecias, historias que nos hacen reír y recordar nuestras señas de identidad. También, en la actualidad, la polifacética Donina Romero, escribe historias costumbristas donde realza nuestra idiosincrasia tan particular y peculiar y lo lleva al teatro.
Pancho Guerra, crea el personaje Pepe Monagas, un personaje de ficción (Los famosos cuentos de Pepe Monagas), y para encarnarlo elige a José Castellano Santana que poseía unas dotes naturales increíbles, capaz de absorber la identidad de su personaje, donde se confundía al personaje con el actor, y pocas personas sabían que Pepe Monagas se llamaba José Castellano. Y José Castellano Santana, interpretó como nadie a Pepe Monagas y lo popularizó llevándolo por los rincones de Gran Canaria. Pepe Monagas era un canario socarrón, vestido con ropa de mauro (campesino de Gran Canaria), utilizaba el habla popular mediante monólogos en forma de cuentos o historias en tono jocoso; utilizando el habla dialectal, describía la vida, costumbres y personajes del pueblo, con final humorístico.
El escritor grancanario Francisco Guerra Navarro (1909-1961), cuyo nombre artístico era Pancho Guerra, nació en San Bartolomé de Tirajana, y nada mejor para celebrar «El Día de Canarias» que con una de las historias tan peculiares de Pepe Monagas:
De cuando Pepe Monagas puso un puesto de escobas en la Plaza
Maestro Esteban el Clueco tuvo un tiendejo a la entrada de San Roque, algo más arriba de la palma alta y cambada que era como hito del barrio, y que compartió con la de Doña Nieves, de la colonial plaza de Santo Domingo, alta, airosa y popular fama. Maestro Esteban el Clueco se moría de solapada hambre detrás de su estrechujo y recomido mostrador. El inventario del chinchalillo podía hacerse en tres patadas: cuatro papeles de alfileres, docena y media de imperdibles, media de carretillas del 90, algunos calzoncillos con botones para camisas y varios, unas cuantas botellas empolvadas como pollitas en domingo, una caja de galletas de María, mediada y con bichos, un tabal o barrilillo de sardinas-arenques, que, aburridas de no venderse se habían revirado y alzaban la cabeza, un tarro con boliches de chupar, otro con rapaduras y, por último, tres escobas y dos abanadores bien avasallados de polvajero y moscas.
Veces vendía tres pesetas, veces tres y un real. Harto de balances que no llegaban a la muela trasera, y que lo metían en atosigantes velorios hasta las mismas luces del alba, dio en idearle salidas al mezquino negocio. Un día hizo a Costancita, su mujer, un encargo importante.—Costancilla —le dijo—, mañana por la mañana te vas a dir pa dentro y vas a comprar ca algún jarandino que vendan barato una cortinilla ramiada, así como vara y media de algún telejo que no este mal. Pero sin botarte, ¿eh?
Doña Costanza trajo la tela y, ayudada por su hija Mariquita, endengó el cortinaje. Don Esteban el Clueco lo montó a lo largo de la verguilla vieja y le habilitó al tienducho un recovequito destinado a copas con chocho, pejines y chorizos del país. Pero el ron que expedía era del castó de los Caínes y del de los Barrabases los chorizos. Una cosa y otra fueron cayendo en los estómagos de los escasos clientes que se aventuraron a recalar por el timbeque como hubiera caído una mezcla de zotal, carabaña y cemento rápido. Algunos bebedores trincaron en bolina y no daban de sí ni con litros de sal de higuera. Otros estuvieron en filos de irse por el palo —con perdón— sin que los contuvieran las libras de chocolate tirando a tenique, ni otros entuyos al uso y comprobados.
Un día, Don Esteban el Clueco reunió a la entecada familia y le dió el parte de la derrota.—¡Adiós te digo, y no llores! —dijo.Y se bajó a coger el fresco al muro de la marea.
Antes de la hecatombe, y en más de una ocasión, se había agarrado sus buenas calenturas con Doña Costanza, su señora, que para barrer la casa, Doña Costanza echaba mano de las escobas de la tienda.—¡Arriba consumes la melcansía! —gritaba encochinado Don Esteban el Clueco.—¿Pero no es igual, muchacho? —replicaba, bobalicona, la esposa—. ¿Qué más te da cogeslas d’iaquí, que resurtan al costo, que compraslas por aí, niño?—¡No quiero empeloteras! Déjalas onde están. Y si te jasen farta, las compras y listón. Y luego tienes cuidiao, ¿entiendes?, que en tres patadas las desbirrifas toas.—¡Jum! Al móo te crees tú que son de las d’iantes, que ésas sí que eran cosita asiada. Ahora con tres meneos, ya las tienes con la tomisa a rastras y el mondongo fuera. ¡Pos ya!
Una de las cuajadas tardes de la insula estaba Don Esteban el Clueco sentado detrás del Teatro, suspirando un hilito de aire y rumiando su desastre. Un mar de reboso iba y venía estruendosamente sobre la pedrera. Cierta ola larga trajo de pronto a la orilla el cabozo de una vieja escoba. Las ideas eran en la cabeza de Don Esteban el Clueco como correlones trasconejados en un inmenso majano, pero alguna vez tenía que obrarse el prodigio. Y fué ahora. La escoba que boto del mar delante de sus entristecidos ojos le recordó la observación de su Costancita. «Ahora, con tres meneos, ya las tienes con la tomisa a rastras y el mondongo fuera» —había dicho ella—. «Si no duran nada, tiene que haber demanda», dedujo el hombre por prodigio. Y se le iluminó la frente, llena de esperanzas, de barros y espinillas.
En poco más de nada alquiló un cuartillo por frente al Zuleic, compró una carga de escobas y puso «almacén». Luego, sin importarle un pito el insulto de su hija Mariquita, que era una niña consentida de jueves en el Parque y arreo en las tardecitas de Triana, desparramó un tenderete en la Plaza. Pegó a vender. Y a ganar, que aquello era el «negocio de la china».
Alguna muerta mañana de la ciudad cruzaron el mercado Monagas y Venturilla el Taita. Gulusmeaban el trajín sin propósito alguno. Tropezaron con el puesto de el Clueco. Don Esteban no daba avío a despachar escobas.—¡Míralo, y paresía sato! —comentó Pepe, cucando a Ventura, mientras contemplaba la encachorrada y su sudorosa figura de Don Esteban. En un jacío de las ventas comentaron con el hombre la prosperidad del negocio.—¡Malillo asuntejo, Estebita!—Pos jello… Sí no me va mal.De retirada, Monagas comentó con Venturilla:—Un pisquejo de negosio ansina no me vendría mal a mí…
A los tres días, el compadre apareció con un puesto de escobas a la banda de Don Esteban. Para colmo de provocaciones lo pregonaba y todo.—¡A éstas, muchachas! ¡Escobas de palma rial a media peseta! ¡Lo mejor de islas, incluida Alegransa! ¡Barren pa dentro y pa fuera!
Vendía las escobas a dos reales. Don Esteban las tenía a tostón… El viejo se puso que cogía las vigas del techo. Otra vez se veía el Clueco con la quilla en el marisco. Entre tanto, lo volvía loco la inexplicable baratura de las escobas de Pepe.—¡Eso no es vender, cristiano! ¡Eso es espirrifiar! —comentaba con los amigos de copeo.
Decidió vapulear a Ventura, convidándolo con largueza. El Taita se dejó querer, jugando para el pié del compadre, zorrongueándose con una de cal y otra de arena.—Mire, mastro Esteban —acabó aconsejándole—, usté lo que tiene que jacer es robar las palmas y los pírganos. Verá como puede abajar los presios…
El Clueco se puso de acuerdo con un sinvergüenza, que guataqueaba palmas ajenas como si fuera un deleite, dijéramos.Bajo el precio a cuatro perras. Monagas la puso a real…—¡Me caso en La Habana! Esto ya es cosa de barajas… —se volvió loco el viejo.
Por la tarde convidó a Pepe en El Camello…—Anda, Pepillo, dimee cómo puees regalaslas. ¡Porque eso es regalaslas, consio, no me digas tú a mí!—Oh ya vei —se agachaba Monagas, mientras le daba sabias vueltas a un chorizo sollamado.—¡Pero si no es posible, puñeta! —casi bramaba el Clueco— ¡Si yo jasta robo el pílgano y robo la palma!—Sí —replicó Monagas, calmoso—, pero es que yo se las robé a usté ya teminaítas, ¿Se da cuenta?
¡Graciosa historia! Hay que advertir, que es necesario leer los cuentos de forma pausada para poder apreciar el humor y la idiosincrasia del isleño de la época.
Decir que los Cuentos se publicaron en 1948 por primera vez, de los «Entremeses» y de las «Memorias de Pepe Monagas». Todas las obras son de carácter costumbrista y sitúa la acción en Las Palmas de Gran Canaria, especialmente en los Riscos que son barrios periféricos, en las laderas de la ciudad donde habitan gentes de diversos oficios como el panadero, el carpintero, el «tiendista», el guardia urbano, el cuidador de gallos, el latonero y otros ya en desuso. Emplea algunas palabras antiguas de poco uso hoy día, o desaparecidas, usando el humor isleño, algo socarrón…
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