Un joven llamado Tanit fue a ver al sabio del pueblo para saber qué es lo que tenía que hacer para conseguir lo que quería. El hombre le miró y no le respondió. El muchacho volvió a visitarle varias veces con la misma respuesta: silencio. Hasta que un día, el sabio le dijo:
—Ven conmigo.
Y se dirigieron a un río cercano donde el hombre se metió en el agua con Tanit. Cuando alcanzaron cierta profundidad, el sabio se apoyó en los hombros del joven y lo sumergió en el agua. Pese a los esfuerzos de Tanit por liberarse no pudo, el sabio lo mantuvo un buen rato hasta que al final lo soltó y el chico pudo sacar la cabeza del agua y tomar una gran bocanada de aire.
—Cuando estabas bajo el agua, ¿qué es lo que más deseabas? —le preguntó el anciano.
—Aire, quería aire —respondió Tanit—.
—¿No preferías riquezas, comodidad, placeres, poder o amor? —insistió el sabio.
—No. Sólo deseaba una cosa: aire. Necesitaba aire y sólo y únicamente aire —dijo el joven—.
—Entonces, recuerda la intensidad de tu deseo por salir del agua, pues para conseguir los objetivos de tu vida debes desearlos con la misma intensidad con la que ahora querías el aire. Cuando te propongas conseguir algo deséalo con todas tus fuerzas y lo conseguirás si estás convencido de lograrlo. Si te centras en tu objetivo conseguirás lo que te propongas, de ti depende —le aconsejó el sabio.
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