Después de mucho buscarlo, un poderoso rey encontró el amor. Su esposa reunía todas las condiciones que un hombre podía desear: era hermosa, alegre y entusiasta. En los actos oficiales, siempre caminaba orgullosa junto al rey, que pensaba:
«¡Cuánto me quiere! Sabe que el protocolo indica que debe ir por detrás de mí, que mis súbditos pueden acabar en prisión si no lo hacen. Sin embargo, ella me ama tanto, que siempre desea estar a mi lado».
Un día la joven iba a comerse una manzana, era la última que quedaba y estaba muy apetitosa, pero como su marido le manifestó su deseo de probarla la partió en dos y le ofreció un trozo.
«Me ama tanto, que es capaz de compartir lo que sea conmigo», pensó el soberano.
Pasaron unos años, y una tarde la pareja tuvo una gran pelea. Entonces el rey llamó a su consejero para quejarse amargamente de su esposa.
—Nunca me ha querido. Es incapaz de permanecer detrás de mí en los actos protocolarios porque quiere ser la protagonista. Recuerdo un día que llegué hambriento y sólo quedaba una manzana que fue incapaz de darme…
El monarca estaba muy ofuscado por su estado de ánimo, mientras su secretario pensaba lo injustos que podemos ser.
No deberíamos dejar que un día el pésimo humor nos haga perder de vista la realidad y nos lleve a desvirtuar la belleza y la bondad de las personas que tenemos al lado.
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