Dos hermanos vivían en fincas contiguas, juntos habían trabajado en los campos compartiendo lo bueno y lo malo, pero por un malentendido tuvieron una discusión y la cosa acabó creciendo y creciendo hasta enemistarse del todo y dejaron de relacionarse.
Por casualidad, una mañana se acercó hasta la casa del hermano mayor un carpintero que buscaba trabajo, este aprovechó la ocasión para hacer lo que tenía en mente, antes le explicó al carpintero lo que había sucedido con su hermano y la razón de sus intenciones:
—En la granja de al lado vive mi hermano. Todo iba bien hasta que nos hemos peleado y a él no se le ha ocurrido otra cosa que desviar con la excavadora el arroyo para que se convirtiera en una frontera entre nosotros. ¿Ve usted aquella pila de tablones? Pues quiero que haga con ellos un muro de dos metros de alto. Así no volveré a ver a mi hermano nunca jamás.
Mientras él iba a la ciudad a vender sus verduras, el carpintero se afanó en hacer su trabajo para tenerlo terminado cuando regresase. De vuelta a su casa el hermano mayor quedó impresionado con lo que vio; en lugar del muro había un puente que unía las dos granjas. Al poco vio que su hermano lo cruzaba con una amplia sonrisa y ambos se fundieron en un cariñoso abrazo. El sabio carpintero había tendido un puente donde ellos sólo pretendían levantar barreras.
Así sucede, entre hermanos muchas veces los muros son levantados por la envidia y para justificarlos recurren a la infamia y la mentira. Los muros infranqueables los levantan las malas intenciones, porque cuando hay sinceridad y verdad nada impedirá que las relaciones fluyan en armonía. Hay que ser sinceros, cuando se comete un error la única fórmula que existe para subsanar el entuerto es el de reconocer el error. Cuando se va con la verdad, esa sinceridad hace que crezca la confianza, el cariño y la unidad entre hermanos, solo así podrán avanzar juntos por el camino que dejan abiertos los padres.
Las mentiras levantan muros. La verdad crea puentes.
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