Hace mucho tiempo en una ciudad de Italia construyeron una hermosa torre que era admirada por todos los viajeros. Muy cerca de allí, en una ciudad vecina habían construido otra torre de similar belleza que compartía protagonismo con la anterior.
Sin embargo, los habitantes de esta última ciudad, envidiosos y llenos de orgullo, planearon destruir la torre vecina que le hacía sombra para que sólo brillase la suya, y una oscura noche llegaron hasta la torre con picos y palas y socavaron levemente sus cimientos.
A la mañana siguiente la torre apareció un poco inclinada, pero nadie pareció darse cuenta, hasta que una niña que pasaba por allí señalando la torre dijo:
—Me parece que se va a caer.
Entonces todos los que andaban por los alrededores se percataron de que era verdad.
Los nervios se apoderaron de toda la ciudad. Trataron de hacer mil cosas para retener la torre en su sitio, pero los días pasaban y nada parecía funcionar. Hasta que un día, la misma niña que descubrió la inclinación de la torre, apoyó su mano en ella para descansar. Al sentir que la torre temblaba ligeramente y al quitar la mano cesaba el movimiento, llegó a la conclusión de que la torre tenía cosquillas, entonces se le ocurrió plantar flores para que le hicieran cosquilla y se mantuviera inclinada sin llegar a caerse. De esta forma se consiguió mantener inclinada la torre que se hizo aún mucho más famosa de lo que ya era, dando una lección a los envidiosos del vecino pueblo, que de nuevo por envidia, trataron de copiar la inclinación en su torre, pero la torre terminó cayendo sobre el pueblo, y el pueblo no sólo se quedó sin torre sino también sin ayuntamiento.
La envidia es una lacra que todo lo erosiona y los envidiosos se convierten en personas peligrosas, porque toda su venganza la descargan contra la persona que envidian y al que envidian, en el fondo es porque lo admiran.
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