Erase una vez un hombre muy rico que tenía como heredero a un único hijo. Éste vivía a cuerpo de rey y se pasaba todo el día rodeado de amigos y aduladores. El padre estaba harto de advertirle que esos amigos sólo estarían a su lado mientras tuviera dinero con el que agasajarlos, pero que cuando no tuviera dinero y necesitara ayuda, esos amigos lo abandonarían.
Un día el anciano ordenó a sus criados que construyeran una horca con una placa que decía: «Nunca desprecies las palabras de tu padre». A continuación llamó su hijo, su ocioso heredero al que comunicó lo siguiente:
—Esta horca es para ti. Como te he advertido, si un día te quedas sin dinero y como consecuencia, sin amigos, quiero que te cuelgues de ella.
El joven creyó que era una broma de mal gusto de su viejo padre, pero prometió cumplir lo que le pedía. Transcurrieron unos meses, el anciano falleció y tal como éste sospechó, el muchacho empezó a gastar su fortuna sin control hasta arruinarse y quedarse sin un solo amigo. Desesperado, recordó las palabras de su padre y lloró por no haberle hecho caso. Entonces se colgó la soga al cuello pero el brazo de la horca se rompió y empezaron a caer sobre su cabeza monedas de oro, diamantes y una nota que decía: «Ésta es tu segunda oportunidad. ¡Te amo mucho! Tu viejo padre».
Los padres saben las cabras que guarda, y cuando dan un consejo es porque quieren lo mejor para sus hijos, aunque éstos creyéndose más inteligentes pasan de ellos menospreciando su sabiduría.
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