Caín y Abel estaban paseando por la montaña y llegaron a un precioso paraje en el que había un lago de aguas cristalinas. Abel vio unos peces bajo la superficie y se acercó a la orilla para observarlos mejor. A los pocos minutos, le comentó a su hermano:
—Aquí hay alguien más.
Aunque él lo ignoraba, se trataba de su propio reflejo.
Caín corrió a su lado y, temiendo que fuese alguien violento, cogió con fuerza su bastón y se asomó a las aguas. Viendo la reacción airada de la imagen del lago, se preparó para plantarle cara en una posible pelea.
Por su parte, Abel percibió en la figura que había delante de él una amistosa sonrisa. Empezó a reírse a carcajadas y el misterioso ser del lago le respondió con el mismo gesto. De modo que, al alejarse de aquel rincón paradisíaco, Abel pensó: «¡Qué maravilla de lugar! Las gentes que habitan este lago son encantadores, amables y risueños».
Sin embargo, Caín huyó de allí contrariado y con ganas de no regresar jamás: «¡Qué violentos y salvajes son los seres de este lago!», exclamaba.
Esto mismo sucede en la realidad. Los demás son nuestro reflejo y según cómo actuemos, así será la reacción de las personas que nos rodean… Aunque hay casos de todo lo contrario, tú das besos y te dan tortas, pero, sigamos sonriendo para ver sonrisas.
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