sábado, 5 de marzo de 2016

Queremos saber…

Una niña y un niño ojean un cuento.

Si algo tenemos las personas es que nos gusta saberlo todo, y eso está bien. Aunque a veces creemos saber y sabemos poco, porque el todo de todo no siempre es posible averiguarlo ya que todo tiene mucho más misterio de lo que podemos imaginar.

Hoy, gracias a la ciencia se van abriendo puertas al conocimiento, pero sobre el conocimiento quedan muchas incógnitas por despejar. Ya dijo Jean-Baptiste Poquelin Molière: «La ciencia es como la tierra; sólo se puede poseer un poco de ella».

La ciencia es el conocimiento que se obtiene mediante la observación de patrones regulares, de razonamientos y de experimentación en ámbitos específicos, a partir de los cuales se generan preguntas, se construyen hipótesis, se deducen principios y se elaboran leyes generales y sistemas organizados por medio de un método científico.

Dijo Voltaire: «La ignorancia afirma o niega rotundamente; la ciencia duda». Entonces, cabría pensar ¿por qué la ciencia se empeña en comprender el universo si todavía no comprende al ser humano? En eso estamos.

Por ejemplo, queremos saber de dónde venimos y a dónde vamos, y se encienden luces pero siempre hay sombras infranqueables que no terminan de aclarar dudas. Hace tiempo leí un artículo de José Manuel Nieves, en la edición digital del diario ABC, donde nos hablaba de los avances en el campo de la investigación sobre la existencia de los sexos, y parece ser que el cromosoma Y (i griega mayúscula) tiene las claves. El título del artículo es:
¿Niño o niña? El porqué de que haya dos sexos

Depende de un único elemento de nuestro genoma, el cromosoma Y, que solo lo llevan los varones. ¿Qué será, niño o niña? En los mamíferos, incluido el hombre, que nazcan machos o hembras depende de un único elemento de nuestro genoma, el cromosoma Y. Solo los machos lo llevan, junto al otro cromosoma sexual, el X, del que las mujeres tienen dos copias. Por lo tanto el cromosoma Y es el responsable último de todas las diferencias morfológicas y fisiológicas entre los dos sexos.

Aunque no siempre ha sido así. Hace mucho tiempo, en efecto, los cromosomas X e Y eran absolutamente idénticos, y solo en tiempos relativamente recientes el cromosoma Y empezó a diferenciarse del X en los machos. Y también tiende a «encoger», hasta el punto de que en la actualidad apenas si cuenta con unos 20 genes, nada si se compara con los más de mil que posee el cromosoma X. La revista Nature publica esta semana dos estudios diferentes sobre la cuestión.

Hace 180 millones de años… Pero, ¿cuándo se originó el cromosoma Y y qué genes, entre todos los posibles, se mantuvieron finalmente en él? La respuesta a esta cuestión acaba de ser anunciada por un grupo internacional de investigadores liderado por Henrik Kaessmann, del Instituto Suizo de Bioinformática de la SIB. En su trabajo, han logrado determinar que los primeros «genes sexuales» aparecieron en los mamíferos hace unos 180 millones de años. Hace muy poco, si se tiene en cuenta que la vida apareció en la Tierra hace más de 3.700 millones de años.

Analizando muestras de numerosos tejidos masculinos de diferentes especies (especialmente de testículos), los investigadores recuperaron los genes contenidos por los cromosomas Y de los tres principales linajes de mamíferos: los placentarios (que incluye a humanos, simios, roedores o elefantes), los marsupiales (como los opossum o los canguros), y los monotremas (mamíferos que ponen huevos, como el ornitorrinco y el equidna, una especie de puercoespín australiano).

En total, los investigadores trabajaron con muestras de quince especies diferentes de mamíferos, pertenecientes a los tres linajes. Para hacer comparaciones, añadieron además muestras obtenidas de gallinas.

En lugar de secuenciar por completo el cromosoma Y, lo que habría supuesto una «tarea colosal» en palabras de Diego Cortez, uno de los autores del estudio, los científicos optaron por «tomar un atajo». Comparando las secuencias genéticas de tejidos de machos y de hembras, eliminaron todas aquellas (secuencias) que eran comunes a ambos sexos. Las que quedaron tras la criba correspondían solo al cromosoma Y. El proceso supone el mayor «mapa genético» del cromosoma masculino del que se dispone hasta la fecha.

El estudio necesitó más de 29.500 horas de computación. Una tarea gigantesca y que no habría podido abordarse sin los más modernos medios técnicos, como secuenciadores genéticos y ordenadores con una gran capacidad de cálculo.

¿Cuestión de temperatura? Los resultados del estudio muestran que un mismo gen determinante del sexo, llamado SRY, surgió en un ancestro común de marsupiales y mamíferos placentarios hace unos 180 millones de años. Y que otro gen, llamado AMHY, responsable del surgimiento del cromosoma Y en los monotremas, tiene una antigüedad parecida, 175 millones de años. Ambos genes, según Henrik Kaessmann, «están implicados en el desarrollo de los testículos» y surgieron «casi al mismo tiempo pero de una forma totalmente independiente».

Sin embargo, y a pesar de este espectacular avance, la naturaleza del sistema de determinación del sexo presente en el ancestro común de todos los mamíferos (de los tres linajes) sigue siendo un misterio, ya que ese ancestro vivió muchos millones de años antes de que surgieran los cromosomas Y a los que se refiere el estudio.

¿Qué fue, pues, lo que desencadenó la necesidad original de distinguir entre machos y hembras? ¿Se debe quizá a algún otro factor genético aún desconocido o se podría achacar a meros factores ambientales, como la temperatura? Esta última posibilidad dibuja, según los investigadores, un escenario más que plausible, dado que la temperatura es capaz, por ejemplo, de determinar el sexo de las crías de los cocodrilos actuales.

Sin embargo, por lo que respecta a los mamíferos, y por tanto a nosotros mismos, la cuestión sigue abierta...

Si después de tanto estudio todavía quedan dudas, es que no está claro. El universo es un misterio y el misterio está en descubrir el lenguaje de los signos. Hay ciencia estricta en este vasto libro que se haya abierto ante nosotros, me refiero al universo. Pero no puede ser leída hasta que hayamos aprendido el lenguaje en el que está escrito.
Continuará…

Fotografía: ThomasLife, cc.

No hay comentarios :

Publicar un comentario