Vivir para recordar. Vivir consciente es vivir intensamente y cuando vives consciente las vivencias podrás recordarlas sin necesidad de apuntarlas, porque se graban en la memoria para siempre.
Chanito era un niño risueño, con una simpatía arrolladora. Piel blanca y cabello rubio, como Flor la hermana que le antecedía, no así los tres mayores que eran morenos. Sus padres bromeaban y decían que era debido al cambio de casa, que al estar más cerca del sol, el sol los doraba y los niños nacían rubios.
El simpático niño tenía la habilidad de expulsar ventosidades, sólo con ver su cara pícara se podía anticipar la traca. Bien es verdad que los hermanos le reían la gracia y él era gracioso. Tanto es así que una hermana más pequeña una noche que estaba adormitada, le dijo: «Chanito, Chanitó, moto chica o moto grande».
Como todos los hermanos el niño iba a la escuela y también ayudaba en las tareas del campo, pero los domingos eran para pasarlos con los amigos. Una tarde de domingo, Flor, no salió a jugar para cuidar de sus hermanas pequeñas mientras la madre hacía el queso. En una ocasión que salió al patio —un patio empedrado lleno de flores que era el distribuidor de la casa y a la vez, un gran balcón que se asomaba al camino principal del lugar— vio asomar por el lomito al abuelo materno con Chanito de la mano. El niño traía en la cabeza el pañuelo de bolsillo del abuelo taponando una herida sangrante y el brazo izquierdo fracturado por el codo. La hermana se dio cuenta de que algo grave había sucedido y se lo dijo a la madre, que salió corriendo al encuentro de su hijo.
El niño tenía la ropa aún mojada y temblaba de frío, y eso que era una tarde calurosa de verano. La madre viéndolo tan malherido se asustó, pero el abuelo le tranquilizó. Al llegar a la casa le quitó la ropa, lo abrigó, curó y vendó la herida que tenía en la cabeza y desinfectó las magulladuras, para el brazo dolorido con el codo dislocado, preparó un emplasto y se lo ató en cabestrillo, y quedaron a la espera de que llegara el padre con la yegua para llevarlo al médico del pueblo más cercano. El hospital distaba a unos 40 km. y coches no habían. La madre vigilaba y tranquilizaba al niño que aún no se había recuperado del susto. Poco a poco el niño se fue tranquilizando y valorando el estado del niño, pensaron que quizás no hacía falta llevarlo al médico, porque la herida de la cabeza dejó de sangrar, y el codo lo podía colocar el 'estelero' del lugar. Cuando el abuelo relató cómo se encontró con el niño malherido, todos guardaban silencio y el niño ni parpadeaba.
El abuelo vivía en la ciudad y estaba pasando unos días con su hija, su yerno (que lo quería más que a sus hijos) y sus numerosos nietos. Aquella tarde de domingo se le ocurrió dar una vuelta por unas tierras que tenía junto a un barranco. Estaba observando los ciruelos cargados de fruta a punto de ser recolectadas, cuando le pareció escuchar como un quejido y pensó que sería un gato. Pero el silencio se rompió de nuevo con un quejido lastimoso, eso le inquietó, puso toda su atención y fue en dirección a esa vocecita para averiguar de qué se trataba. A medida que se acercaba a la orilla del cercado se dio cuenta que la voz procedía del barranco y la voz se hacía más clara y humana. Sus oídos y sus ojos no dejaban de buscar el origen de aquel misterio, hasta que sus ojos descubren el drama de un niño agotado, que yace en el fondo del barranco. Su cuerpo está en una poza de agua —aunque era verano por el barranco aún discurría hilitos de agua—. Ante aquella escena se desesperó y su nerviosismo lo paralizó, pero hizo un esfuerzo por serenarse para poder acceder hasta donde estaba aquel niño. Una acequia hacía de puente a la otra orilla y cruzó aquel paso estrecho para llegar por un terraplén hasta el niño que no dejaba de gemir. Cuando llegó junto a él se quedó impresionado al ver que aquel niño ensangrentado era su nieto, y no comprendía el por qué estaba en aquella situación.
Lo cogió, estaba como inconsciente, le habló y habló hasta que el niño se dio cuenta que el abuelo estaba con él. Se le abrazó al cuello con un brazo, el otro no lo podía mover y rompió a llorar. El abuelo lo calmó y no dejaba de dar gracias a Dios por habérsele ocurrido dar una vuelta esa tarde, porque de no estar allí ¿qué habría sido del niño? Por el lugar siempre habían labradores en las labores del campo pero al ser domingo se reunían en la tienda a jugar a las cartas.
Con gran esfuerzo el abuelo sacó al niño del barranco, lo cruzó por el peligroso paso de tubería hasta su propiedad y lo puso al sol. Observó el estado de las heridas y con su pañuelo taponó la sangre de la cabeza. Aunque el niño estaba algo aturdido, el abuelo quiso saber el por qué estaba en el barranco. El niño le contó que estaba jugando con tres amigos y llegaron hasta ese lugar, y al pasar por el estrecho puente perdió el equilibrio y cayó, pero los amigos desaparecieron y lo dejaron solo. Quizás por miedo a las consecuencias, la reacción de los compañeros de juego fue desaparecer en lugar de buscar ayuda, y tal era el susto que se ocultaron y anocheció y no habían vuelto a sus casas. Aunque eran niños, estos no son amigos, los amigos no te abandonan malherido.
Cuando el abuelo terminó de contar la odisea, la madre pensando qué habría sido del niño si su padre no hubiera estado allí aquella tarde, no pudo evitar derramar alguna lágrima.
Por entonces tenían como vecino a un estelero, hombre que colocaba los huesos con bastante acierto. Como el padre no llegaba, el abuelo y la madre decidieron llevar al niño. Flor le comunicaría a su padre lo sucedido tan pronto llegara. Y así fue, tan pronto llegó fue informado y salió a toda prisa. El estelero ya había valorando el estado del brazo y como es lógico, el niño lo iba a pasar mal. El padre se encargó de sostenerlo para que el hombre, a base de movimientos, intentara colocar los huesos en su sitio, pero con el primer desgarro de dolor el niño se desvaneció. Una vez pasada la fatiga se le inmovilizó el brazo, el padre lo cargó en sus hombros y se fueron a la casa. Al llegar, la madre le dio la cena calentita y como estaba tan extenuado rápidamente se durmió, aunque cada rato se despertaba sobresaltado, pero sus padres estuvieron pendientes toda la noche. A los pocos días tuvo que volver al estelero porque los huesos no estaban en su sitio, y aunque de nuevo intentó encajarlos, el codo del brazo izquierdo quedó algo desviado, pero eso nunca le impidió hacer todo con normalidad.
Cuando Chanito sufrió el percance tenía unos nueve años. Creció y tuvo nuevos amigos, pero al amigo de juventud le gustaban los bares y por eso a la madre no le caía bien, porque lo llevaba por mal camino —aunque uno no va por donde no quiere ir—. Sucedió un día que Chanito llevó al amigo a la casa para que saludara a su madre y cuando salió la madre a despedirlos apoyó su mano en la puerta y una ráfaga de viento la empujó y le pilló el dedo corazón de la mano derecha y le destrozó la falange distal y le arrancó la uña. Ella pensaba que le pasó debido a las pocas simpatías hacia ese amigo. Ciertamente esa amistad influyó y su debilidad fue mayor y sucumbió, pero la bebida hace estragos y acabó con la vida del amigo…
La vida está llena de vicisitudes, de momentos dulces y amargos, pero cuando somos niños vivimos el día a día con alegría y entre hermanos se comparten juegos, travesuras, plato, cama y algún secreto. Pero al crecer, a veces se pierde la sana inocencia llevados por resentimientos y envidias. Esos malos aires afloran en seres dañinos que contaminan la buena relación de hermanos y, para desacreditar a uno tienen que ganarse a los demás valiéndose del chantaje emocional y falsos testimonios. Unos a otros se llenan la cabeza de grillos y el corazón de ponzoña. Chanito fue poseído por varias hermanas y empezó a mostrarle a Flor sus desaires y desprecios… Y como Chanito, posiblemente no recuerda los detalles de todo lo acontecido en su vida, debido a una ‘debilidad’, le decía a su hermana Flor —que tenía muy buena memoria—, que su memoria era debido a que lo tenía todo apuntado… Flor no apuntaba, vivía la vida para recordarla.
Chanito, a los amigos que pusieron su vida en peligro, tanto de niño como de mayor, no los despreció. Sin embargo a su hermana Flor, que nunca le perjudicó, terminó por despreciarla e incluso, llevado de las malas intenciones de sus hermanas, la acusó de haber hecho sufrir a su madre por culpa de querer quitarse kilos tomando vinagre. En primer lugar que eso no era cierto, y en segundo lugar, lo de hacer sufrir a una madre lo tienen en su haber todos ellos…, era tanto su dolor que ella decía que la hicieron derramar lágrimas de sangre.
Como quiera que Flor quería evidenciar las argucias maquiavélicas de sus hermanas, él las defendía y como para protegerlas decía: «¿Tú quieres a tus hermanos?» Pretendía que el maléfico entramado lo pasara por alto y no dejara al descubierto el ensañamiento mal intencionado que terminó por convertirse en una obsesión enfermiza. Incluso un día como para dar ejemplo de hermandad se refirió a un mensaje que colgaba de la pared de la casa de los padres haciendo mención a la unidad de los hermanos, pero se quedó cortado cuando Flor le dijo: «Eso lo he puesto yo»… Están para dar lecciones tú y tus hermanos. Flor te mira a los ojos y te pregunta el por qué de tus desaires y tú, cobardemente, en lugar de ser sincero le dices que no tienes ningún problema. No se puede tirar la piedra y esconder la mano; si tienes valor para tirar la piedra, ten valor para decir el por qué, porque aquí no es cuestión de problema, aquí es cuestión de sinceridad y cariño. La que no tiene problema es Flor que pregunta lo que no entiende de tu comportamiento hacía ella, pero en lugar de ser leal y tratar de averiguar qué se esconde tras tanta instigación contra una hermana, tú dices que hay que pasar página. No se puede pasar página si no has entendido los 'mensajes escritos'. El desprecio y la hipocresía hacen daño y tú te has reído del dolor de tu hermana. Tu hermana no te obliga a quererla, solo te pide sinceridad y si tú le has demostrado desprecio, ella se aparta de tu camino.
Nuestras actuaciones tienen consecuencias y las consecuencias en este caso, separaron para siempre a los dos rubios hermanos. Chanito mancilló el vínculo de cuna, pero como en esta vida, que es breve, no quiere ver la realidad, en la otra vida, que es eterna, se verá con la verdad de frente y descubrirá a sus insanas hermanas.
Fotografía: simpleinsomnia, cc.
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