«La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús e invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados».
Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión, nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). «Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, fue traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación» (cf. Jn 19, 34).
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús toma relevancia a través de santa Margarita María de Alacoque, pero realmente se remonta algo más en el tiempo. La devoción al Corazón de Jesús es de origen medieval, siendo los escritos de santa Matilde de Hackeborn, santa Gertrudis de Helfta y santa Ángela de Foligno los testimonios más antiguos. Sin embargo, la fuente más importante de la devoción, en la forma en que la conocemos actualmente, es santa Margarita María Alacoque de la Orden de la Visitación de Santa María, a quien Jesús se le apareció. En dichas apariciones, Jesús le dijo que quienes oraran con devoción al Sagrado Corazón recibirían muchas gracias divinas. Ya hemos indicado que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de Iglesia. Sin embargo, hay una fecha concreta en que esta devoción pasó a vivirse con un enfoque determinado, enfoque que dio el mismo Jesús a santa Margarita María de Alacoque el 27 de diciembre de 1673. El confesor de santa Margarita fue san Claudio de la Colombière que, creyendo las revelaciones místicas que ella recibía, propagó la devoción. Los jesuitas extendieron la devoción por el mundo a través de los miembros de la Compañía, y los libros de los jesuitas Juan Croisset y José de Gallifet fueron fundamentales para esta difusión. A pesar de controversias y de opositores, como los jansenistas, los fieles confiaron en la promesa que Jesús hizo a la santa: «Mi Corazón reinará a pesar de mis enemigos».
Ciertamente la difusión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se debe a santa Margarita de Alacoque a quien Jesús se le apareció con estas palabras: «Mira este corazón mío, que a pesar de consumirse en amor abrasador por los hombres, no recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio, indiferencia e ingratitud, aún en el mismo sacramento de mi amor. Pero lo que traspasa mi Corazón más desgarradamente es que estos insultos los recibo de personas consagradas especialmente a mi servicio».
El mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús y hoy se festeja con más solemnidad. Ese Corazón de Jesús lleva una herida, una corona de espinas, una cruz, una llama, «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres». Él nos ha dado todo: su doctrina, sus milagros, sus dones de la Eucaristía, su Madre divina. Pero el hombre permanece todavía insensible a tantos dones. Anda ciego y sordo, su soberbia le hace olvidar el Cielo, sus pasiones les hacen descender al fango y así quiere seguir viviendo, porque si elevara sus ojos sentiría vergüenza de toda su miseria. El Sagrado Corazón de Jesús se manifiesta a los hombres, pero las vanidades, el egoísmo y las prisas ahogan su voz. Prima el Yo, ese ego contamina la verdad y paraliza los sentimientos y los valores que dignifican al hombre.
En Jesús no vemos una palabra de murmuración. El Sagrado Corazón es Jesús mismo: tiene una palabra dulce para los justos y los pecadores, una palabra de ternura para sus traidores, una palabra de perdón para los que le crucifican, extendiendo el manto benigno de la caridad. Por eso te pide que te alejes de la murmuración y establece una regla especial: «No juzguéis y no seréis juzgados», dice. ¿Por qué ves la mota en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? Y San Agustín dijo que: «El que hace mal sufrirá tantos infiernos como almas ha dañado».
Para sobrevivir a personas llenas de maldad, busquemos fortaleza en la oración. Los apóstoles se acercaron un día a Jesús y le dijeron: «Maestro, tú nos invitas siempre a orar; nosotros somos ignorantes, enséñanos tú». Y Jesús siempre bueno, respondió: «Cuando oréis no os llenéis de palabras, hacedlo así: Padre nuestro que estás en los cielos; santificado sea tu Nombre…» Dios conoce la verdad de nuestra alma, y sabe lo que esconde nuestra mente y nuestro corazón y en todo momento sabe qué necesitamos; acerquémonos a Él con la preciosa oración del Padre nuestro.
Jesús nos exhortaba diciendo: «Cuando hagáis limosna recordad que el Padre ve en lo escondido; que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Cuando reces, entra en la habitación y cierra la puerta pues el Padre ve en lo secreto. Cuando ayunes, tu ayuno no se manifestará a los hombres, pero tu Padre celestial ve todo a tu alrededor y dentro de ti. Las mínimas cosas escondidas a los hombres no se esconden de su divina mirada. Nadie puede penetrar en los secretos de tu corazón. Dios, sí. Cuando crees que estás solo hay siempre un ojo que ve tus acciones, un oído que siente tus palabras…» ¡Dios te ve! ¡Cuántos defectos y malas inclinaciones en familiares y conocidos!, pues la caridad cristiana obliga a la corrección fraterna.
Jesús nos ama y nos da su Corazón, símbolo de amor. Sobre ese corazón se enciende una llama que quiere extenderse para inflamar todos los corazones. «He venido —dice Jesús— a traer el fuego del amor sobre la tierra y, ¿qué puedo desear sino que ese fuego se encienda?»
Esa llama encendió en santa Margarita María de Alacoque, era tanto su amor y devoción al Corazón de Jesús, que cada frase la convirtió en oración:
«Yo clamo al Sagrado Corazón de mi amadísimo Jesús, que es mi único tesoro, que te regale de la abundancia de su puro amor».
«Las más amargas tristezas son dulzuras en su adorable Corazón, donde todo se cambia al amor».
«Sed pobre de todo, y el Corazón de Jesús os enriquecerá».
«Oh Corazón divino! A Ti me adhiero y en Ti me pierdo. Sólo de Ti quiero vivir, por Ti y para Ti».
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío. En Vos pongo mi esperanza. En Vos reclino mi cabeza. En Vos deposito inquietudes, ilusiones y esperanzas.
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