miércoles, 7 de enero de 2015

Vidas paralelas

Dos amigas mirando al horizonte.


Eran dos vecinas muy bien avenidas, Susi y Loli. Susi no tenía hijos y Loli tenía ya dos hijas de diez y doce años cuando llegó el deseado niño. Ese niño fue la alegría de las dos, la madre, Loli, porque quería un varoncito y la vecina, Susi, porque deseaba tener un bebé y ahora tenía la oportunidad de ayudar en la crianza, ya que entre las dos mujeres había confianza y cariño. El niño crecía con el desvelo y cuidado de las dos mujeres, tanto, que no había diferencia entre la madre y la vecina. El niño iba de una casa a otra con total libertad. Al despertarse por la mañana le daba un beso a la madre y también quería ir a darle otro a la vecina.
La vecina le decía:
—¿Cómo amaneció mi niño?
El niño contestaba:
—¡También soy el niño de mamá!
Las dos se miraban regocijadas.

Mientras el niño derrochaba alegría y ternura, las niñas se volvían más ariscas. Susi era de gran ayuda para Loli, ya no solo por colaborar en el cuidado del niño, cosa que hacía encantada, lo quería como si fuera su hijo, sino también emocionalmente. Ya no podían vivir la una sin la otra, entre ellas no había secretos y el niño las unió tanto, que más que amigas eran como dos buenas hermanas.

El niño era muy feliz mimado por dos madres. Susi tenía más tiempo libre y todos los días lo llevaba a jugar al parque y cuando llegaba le contaba a la madre todo lo que había disfrutado. Cumplido los tres añitos comenzó a ir al colegio. Al principio fue angustioso, tanto para las dos mujeres como para el niño, pero pronto se adaptó y acudía contento con los nuevos amiguitos.

Un día al llegar del colegio se quejaba de dolor de cabeza. Al ser un niño poco quejica las dos mujeres se lo tomaron muy en serio y se preocuparon. Era más serio de lo que pensaban, el niño se desvaneció y casualmente ese día el padre llegó más temprano y corrieron urgente al hospital. Mientras el médico lo observaba vomitó y la fiebre subía. Antes de dar un diagnóstico el médico hizo varias pruebas que confirmaban sus sospechas. Son malas noticias. Sufre una meningitis. El niño fue ingresado, los días pasaban y no había mejoría. La esperanza nunca se pierde pero la enfermedad pudo más y el niño a las tres semanas murió.

¡Vaya tragedia! Las dos mujeres rotas de dolor lo lloraban por igual, se abrazaban buscando consuelo la una en la otra. Aunque el niño dejó un vacío muy grande en realidad seguía presente porque era el centro de toda conversación. Su corta vida era recordada con mucho cariño y la vida se hacía insoportable sin su presencia.

El día que ese angelito subió al cielo el reloj se paró para las dos mujeres, pero el ritmo de la vida no paraba y el tiempo pasaba. Un día estaban merendando como de costumbre, pues se alternaban para preparar la merienda, Loli le dijo a Susi:
—Quiero comentarte algo que sospecho y que no he dicho a mi marido. ¡Creo que estoy embarazada!
Susi recibe la noticia con sorpresa y emocionada lloraba y reía a la vez. Estuvo un rato con las manos en la cabeza y sin poder hablar. Cuando pudo articular palabra dijo:
—¿Sabes?, me pasa lo mismo que a ti y pensaba comentártelo esta tarde, aunque no me lo puedo creer. Tampoco se lo he dicho a mi marido, porque tanto lo hemos deseado que no quisiera equivocarme.

Las vecinas estaban tan sorprendidas que no reaccionaban… Estuvieron abrazadas un largo tiempo sin poder dar crédito a lo que les estaba sucediendo. Cuando pudieron serenarse y poder sopesar la gran noticia, las dos se acordaron del niño, su ángel y pensaron que eso era cosa de él. Seguro que intercedió para que sucediera.
Las casualidades. Las dos mujeres con el disgusto de la muerte del niño sufrieron trastornos y desarreglos hormonales y cuando se estabilizaron, hasta en eso coincidían, pero era mucha coincidencia ajustarse al mismo tiempo gestante. Era tanta la sorpresa que no pudieron merendar.

Susi, que no tenía hijos, llevaba noches sin poder dormir, soñando y temiendo. Por una parte ya soñaba a su bebé en sus brazos y por otra temía que fuera un retraso. Para estar seguras había que comprobarlo y para ello tenían que hacerse la prueba de embarazo. Las dos fueron a la farmacia. Las dos se hicieron la prueba y las dos dieron afirmativo. ¡Ahora ya no había dudas! La alegría las desbordó. Estaban tan eufóricas que se abrazaban, lloraban y reían sin poder hablar, entre más se miraban más risa les daba.

El siguiente paso era decírselo a los maridos que no se lo iban a creer; uno porque después de quince años surge un milagro y el otro, por la coincidencia de las dos en el tiempo. También Loli tenía que comunicárselo a sus dos hijas adolescentes que andaban en la edad de pasar de todo.
Comienza un tiempo hermoso de preparación y de espera. Susi estaba como loca de contenta, todo lo hacía pensando en su bebé, cuidaba su alimentación y hacía ejercicios. Ella no tenía preferencia porque fuera niña o niño, sólo quería que pasara el tiempo para verle la carita y tenerlo en sus brazos. Y Loli recordando a su ángel, por una parte deseaba que fuera niño, pero en el fondo le daba igual. El mayor deseo de las dos era que todo fuera bien.

Sin prisas pero sin pausa había que ir preparando y organizando para que, llegado el momento, todo estuviera controlado. Mientras que Loli acondicionaba la habitación que fue del niño que murió, Susi empezaba de cero y aunque podía esperar a saber el sexo del bebé, tenía claro que para la habitación quería colores pasteles, pero ni rosa ni celeste. Pinto de verde esmeralda con murales que simulaban ventanas que parecía que entraban ráfagas de luz y de aromas. Los muebles los eligió blancos.
Que espera más bonita y con cuánta ilusión despertaban cada mañana. Todo parecía un sueño. Las dos iban juntas hasta al médico que por coincidencia en el tiempo llevaban el mismo control. Al cuarto mes las madres quisieron saber el sexo de su bebé, la ecografía descubre que las dos van a tener niña.
Otra coincidencia, otra alegría más. En ese momento Susi dijo:
—Ahora solo faltaría que nacieran el mismo día.
Las dos vecinas no dejaban de abrazarse, en los abrazos se fundían emociones y sensaciones compartidas, y siempre recordaban al niño que se fue.

Decir que las dos vecinas hasta en lo físico parecían hermanas. Las dos eran de piel blanca y pelo castaño claro, pesaban y media casi lo mismo y llevaban hasta la misma talla. Cada día se contaban las sensaciones que experimentaban al sentir moverse a las niñas. Loli ya estaba acostumbrada pero para Susi todo era una novedad y lo experimentaba como algo grandioso e irrepetible. Las dos hablaban de las niñas y con las niñas, porque todavía no se habían decidido por ningún nombre. Cada una con su familia barajaban algún que otro nombre pero no terminaban por decidirse. A las dos les pasaba lo mismo, ningún nombre les atraía. Susi ya lo tenía claro, hasta que no viera la carita de su niña no le iba a poner nombre. Seguro que al verla surgiría el más bonito de los nombres.

Para Susi, el tiempo se acercaba más lento de lo deseado, pero todo llega. Llegado el día, durante la mañana las dos notaron que se acercaba la hora, pero fue Susi la que pasado el mediodía tuvo que ir al hospital, Loli sabía que también tenía que estar atenta a los síntomas. A las pocas horas Susi tenía a su niña en sus brazos… Embobada le miraba la carita, la besaba emocionada y no paraba de decir:
—¡Ay, mi linda rosa!
Fue entonces cuando dijo que su niña se iba a llamar:
—Linda Rosa. ¡Ese será su nombre!

Mientras, Loli también ya estaba en el hospital. Todo fue muy rápido porque su niña tenía prisa por nacer. Las niñas nacieron con una hora de diferencia y las coincidencias se sucedían. Los maridos estaban pendientes de su mujer y de su vecina. El marido de Loli conocía a médicos y matronas que esa tarde atendían y les contó la historia de las dos mujeres y se las arreglaron para que estuvieran juntas. Imaginar el cuadro… Estando Susi en su habitación con su niña, entra Loli con la suya para compartir habitación. No se bajaron de la cama porque no podían, pero las acercaron para que se tomaran de las manos y ver a las niñas. Cuando Susi vio la niña de Loli exclamó:
—¡Ay, rosa linda!
Y le contó que al ver a la suya le puso Linda Rosa. Loli mirando a su niña dijo:
—Sí, mi niña se llamará, Rosa Linda.
—¡Cómo! —exclamó el marido de Loli— ¿Linda Rosa y Rosa Linda?
—Pues ¡sí! —dijo Susi— Mi niña es Linda y la tuya Rosa, pero la mía es Linda Rosa y la tuya Rosa Linda.
—Déjense de trabalenguas que con ustedes no se puede.

Las niñas crecieron sanas y felices, de más está decir que eran como hermanas: dos almas gemelas. Siempre estaban juntas y no les gustaban las salidas familiares por no separarse. Fueron a los mismos colegios y como buenas estudiantes se licenciaron en la misma carrera. Y como para seguir unidas, se enamoraron de dos grandes amigos que trabajaban en la misma empresa. Pensando en casarse compraron un dúplex adosado con jardín y piscina común. La despedida de soltera fue una misma fiesta, y por querer asistir la una a la boda de la otra no se casaron juntas, pero sí, una el sábado y la otra el domingo para el lunes iniciar juntos el viaje de novios. Fueron dos semanas inolvidables llenas de alegría y felicidad.

La vida de casados se presentaba llena de proyectos ilusionantes, aunque las parejas estaban muy unidas respetaban su tiempo y espacio de intimidad que eran sagrados. Entre ellos existía tanta confianza, que cada uno en su casa guardaba llave de la otra y por el porche que daba al jardín, pasaban de una casa a otra con total libertad. El jardín era punto de encuentro para compartir comida y conversaciones, y los viajes y salidas eran proyectos comunes. Las dos parejas estaban de acuerdo de que, antes de pensar en niños disfrutarían de la vida de casados. Y así fue, fueron cinco años de vivir el uno para el otro. Dispuestos a ser padres, dos años después Rosa quedó embarazada y Linda seguía intentándolo.

Rosa tuvo su primer hijo y en honor y memoria de su hermanito le puso el mismo nombre y Linda fue la madrina. Ella ardía en deseos de ser madre, pero pensando en su madre que esperó muchos años antes de que ella naciera, se llenaba de paciencia.
El niño va creciendo feliz con el cariño de sus padres, de Linda su madrina y del marido de esta que lo quiere como a un hijo. Pasan dos años y Rosa está otra vez embarazada, Linda como si fuera con ella y sin perder las esperanzas, lo vive con la mayor ilusión.

Nace una niña y Linda va perdiendo la esperanza de ser madre, pero se vuelca con sus ahijados, los hijos de Rosa por los que se preocupa y desvive. Los niños que viven entre las dos casas se van haciendo mayores. Mientras que el chico era reflexivo y familiar, la chica era impulsiva y callejera. Cuando el hermano tomó la decisión de ingresar en un Monasterio no dejaba de meterse con él. Él decía que el mundo no le ofrecía nada que le llenara y buscaba la riqueza de una vida interior. Ella le llamaba «loco» y se reía, y la madre intervenía para que respetara su decisión, ya que él no se metía con ella a pesar de que necesitaba de calle y fiestas para sentirse llena, y aún así, siempre se quejaba por todo. Dos hermanos que han recibido la misma educación y los mismos valores y son como la noche y el día.

Con la ausencia del joven, Rosa y Linda se sentían tristes pero les alegraba el camino que había elegido, alejado de los peligros de la vida descontrolada y mundana. Sin embargo la joven no se centraba y repetía cursos, porque para ella lo primero eran los amigos.
Para Rosa y Linda se avecinaba un cambio inesperado. Al marido de Linda, la empresa por su capacidad de trabajo lo destina a otro País, para poner en marcha una Sucursal. Las dos amigas no estaban preparadas para esa separación. Era un duro golpe, cuando ya hacían planes de jubilados para disfrutar juntos de los años otoñales.

Esas dos amigas hermanas se despidieron rotas de dolor, aunque se prometieron viajar frecuentemente para verse, al despedirse se les rompió el alma. Rosa, que tenía la llave de Linda, iba cada rato a su casa como buscándola. Estuvo varios días llorando desolada, y lo mismo le pasaba a Linda en aquel lugar frío y extraño, a pesar de querer mucho a su marido se sentía sola y no paraba de llorar. También los maridos lo pasaban mal porque todos eran una gran familia. Aunque con las nuevas tecnologías siempre estaban en contacto, la separación se les hacía cuesta arriba, pero como venido del cielo y para suavizar la ausencia, al marido de Rosa la empresa lo enviaba cada dos meses a la Sucursal para ayudar al marido de Linda, tiempo que aprovechaban para estar junto e ir minimizando la separación.

Así va transcurriendo la vida hasta que un día el marido de Rosa muere en un accidente. Iba en un taxi y fue alcanzado por un coche que se saltó un semáforo. Esta desgracia cambia planes y rompe ilusiones. El mundo de Rosa se vino abajo, los primeros meses Linda no se separó de ella, pero pasado un año Rosa viéndose sola, con su hijo religioso y su hija independizada, y aunque Linda iba y venía, Rosa pensó que en una Residencia estaría acompañada y podría colaborar activamente.
Para Linda era una locura y aunque al marido se le acercaba la jubilación, quería que se fuera con ella, pero a Rosa le parecía que abandonaba a su marido y como se sentía perdida no hubo forma de disuadirla. Pero como las vidas paralelas son iguales, el marido de Linda también muere en un accidente.

Las dos amigas se dan cuenta que la vida las une cada vez más y se sienten más hermanas. Linda se queda sola y toma la misma decisión que Rosa. En la Residencia Rosa y Linda van tomadas de la mano, unidas para no separarse jamás… Comienza la andadura de una vida dulce y sosegada que las conduce al ocaso de los sueños.



Este relato ha sido publicado en diciembre de 2014 en una antología editada por NACE (Nueva Asociación Canaria para la Edición).

Fotografía: L. Lemos, cc.

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