miércoles, 5 de marzo de 2014

El misticismo (I)

'Kumbh Mela' en el río Ganges.

El misticismo es inherente a la cultura. Existen mitos y leyendas que se arraigan en la cultura de los pueblos y forman parte de la vida y del crecimiento personal. Hay países donde los ritos y creencias se manifiestan con total naturalidad. A mí La India me sobrecoge y sorprende al ver a la gente entregada al ‘Kumbh Mela’ el baño que limpia pecados. El río Ganges se convierte en un hervidero de gente… La historia que leí decía así:

Cuenta la leyenda que en los cielos de India, en un pasado muy lejano, los devas (dioses) y los asuras (demonios) hicieron un pacto: extraerían juntos del primero de los océanos, que era de leche, el amrita, el jugo de la inmortalidad, que compartirían. Sin embargo, ocurrió que para cuando surgió de los mares Dhanu Antari (el primer médico ‘conocido’ de la India, a quien, por cierto, se atribuye la autoría del Áiur —duración de la vida— vedá —verdad, conocimiento—), con la jarra que contenía el amrita en la mano, los demonios se lo robaron y salieron de inmediato a la carrera. Perseguidos por los dioses durante 12 días y 12 noches —en términos divinos que, a escala humana, equivaldrían a 12 años—, se enzarzaron en una cruenta batalla por la jarra, y ésta terminó derramando cuatro gotas de amrita sobre cuatro lugares que hoy son sagrados: Praiag (que es como se conoce a Allahabad, en Uttar Pradesh), Haridwar (Uttaranchal), Ujjain (Madhya Pradesh) y Nasik (Maharashtra).

El tiempo y el misticismo, inherente a la cultura hinduista, hicieron que según un cálculo astrológico que se completa cada 12 años y que está basado en la posición del Sol, de la Luna y de Júpiter, se celebrase una kumbh (jarra) mela (reunión) en estos cuatro lugares, completando cada ciclo con una maj kumbh mela (gran reunión de la Jarra), durante el mes de magha (enero y febrero del calendario gregoriano) en las riberas del Ganges, en Allahalabad. En un país tan fervorosamente apasionado de la religión, entendida como ese atractivo laberinto de credos y leyendas que es el hinduismo, no resulta extraño que sitúen la afluencia, para esa ocasión, en cien millones de peregrinos.
Una espesa nube de frío y de niebla envuelve el sueño de millones de asistentes y el caminar de muchos otros que llegan o regresan del Sangam, la entrada principal de acceso a la ribera de ese agua sagrada y bendita. Para el gran baño hay que cumplir con el ritual, coincida o no con los shahi san (los días más propicios según los cálculos astrológicos, siendo el más efectivo el día de luna nueva, cuando ésta se ubica en Capricornio y Júpiter en Tauro), no debe demorarse lo más mínimo. La prisa, que no la urgencia, pertenece a este país. Por si fuera poco, en día y medio, una de las fechas clave hará que el agua se ‘transforme’ en amrita, y cualquier peregrino que se sumerja completamente en el Ganges limpiará de todos sus pecados a ellos, y nada más y nada menos que a sus ascendentes en 88 generaciones. Y como premio, tendrán la oportunidad de recibir las bendiciones de todo sadhu que se encuentren a su paso.

La mayor concentración humana conocida llegados de todos los puntos. Con las primeras luces del día los ánimos se templan. Gran parte de la comitiva, con los sadhus Naga Baba (los guerreros de Shiva, deidad de la Destrucción), abriendo la peregrinación bajo una lluvia de pétalos, ya llegó hace días a lomos de cualquier medio de transporte posible o imposible —desde un camello a un coche de última generación o un elefante—, y el grueso lleva días instalado.

El baño de la Luna llena. El día del segundo gran baño, el Paush Purnima —la Luna llena del mes de enero indio—, va sumando concurrencia hasta convertirse en un sinfín de pequeños afluentes que desembocan, todos, en una inmensa marea humana que hormiguea hacia la orilla principal. Despuntado el día se ven grupos de familias que llegan, se bañan y se van por donde vinieron. Al amanecer los Naga Baba inauguran la jornada sumergiéndose en el Ganges desnudos, por parejas y ataviados con un rosario. Luego, tras las abluciones, cubrirán sus cuerpos con ceniza. Además, ese baño servirá para que miles de nuevos sadhus bauticen su inmediata vida de ascetas.

Dentro de la marabunta todo está en orden; son las mismas familias las que se encargan de no entorpecer los tiempos en un ritual que diríase que han ensayado una y otra vez. Llegan, acampan, ellos se quedan en ropa interior y ellas vestidas del cuello a los tobillos y, por grupos toman el baño y se van. Les cuesta entrar al agua: por esas fechas, las bajas temperaturas pueden alcanzar los 10º C y no invitan al recreo. Pero entran, ríen, juguetean, se recrean, unos más otros menos, y cuando la policía dice «ya», salen trepando por la orilla y desaparecen por ese horizonte por el que vinieron. Es el propio castañeo colectivo de sus dientes el que hacen de sonido de ese reloj que marca los tiempos. Y es que, en India, queda demostrado que hay sitio para todos y la ocasión de limpiarse de pecados, a uno y a sus 88 generaciones anteriores, bien merece la pena.

Cuento lo que cuentan, pero las aguas del río Ganges, que llaman sagradas, están putrefactas: allí se bañan, lavan la ropa, hacen sus necesidades, flotan cadáveres de personas y de animales y todo tipo de basura. En la India queda claro que lo ritual es más fuerte que el asco… Yo respeto sus creencias pero hay rituales llevados al extremo que rayan los límites de lo razonable.

Los contrastes de la India son muy llamativos, sus olores, sus sabores y sus colores muy peculiares. Con una población estimada en unos 1.160 millones de habitantes, se hablan unas 30 lenguas y unos 2.000 dialectos diferentes. Aunque parezca increíble, más de 900.000 hindúes mueren cada año debido a la polución y a la contaminación de las aguas. La cultura de castas condena a vivir en la miseria a millones de personas, mientras unos pocos viven en el despilfarro que escandaliza, y de sobra es conocida la labor de gente extranjera que llegan y al ver tanta miseria y dolor se solidarizan y se quedan, entregando su vida a ayudar para paliar tanta carencia, fruto del menosprecio de su propia estirpe.

En las guías turísticas, como en todas partes, no salen los lugares donde se esconde las miserias reales, lugares donde la desidia y el abandono dejan al descubierto la hipocresía de los gobiernos.
En esos rincones reina lo más salvaje y arcaico de culturas y creencias, donde se manifiesta lo primitivo y brutal de la bestia. La bestia es el ‘varón’ que se cree el ser supremo y superior. Eso pasa en India, donde un dicho popular dice: «Ojalá seas padre de mil varones», porque eso significa que mil mujeres le pagaran una dote por casarse con sus hijos.

La India es uno de los peores lugares para nacer mujer, nacer mujer es mala suerte y los padres venden a sus hijas cuanto antes. las mujeres no tienen valor ninguno, son explotadas sexualmente, otras son obligadas a casarse y recibirán palizas, serán violadas por grupos de ‘machitos’ que actúan impunemente, o son quemadas con ácido por sus propios maridos siguiendo ancestrales y bárvaras tradiciones culturales. Muchas mujeres abortan al saber que espera niña, porque saben del calvario que le espera…

Hay razones que la razón no entiende, es la razón de la sinrazón. ¡Cuánta ironía! Las mujeres traemos al mundo ‘cuervos’ para que luego nos saquen los ojos. En estos sórdidos hechos se refleja lo que dijo Leonardo Da Vinci: «Verdaderamente, el hombre es el rey de los animales, pues su brutalidad supera a la de éstos».
Cuando las personas se dejan arrastrar por la brutalidad con el alegato de sus costumbres culturales, a esos no les interesa cambiar esos hábitos irrazonables por temor a perder sus privilegios como ‘machito’, y a esos les recuerdo lo que decía Kant: «Obra de manera que la razón de tus actos pueda servir de ley universal», porque ya dijo Cormenin: «Todo poder que no reconoce límites, crece, se eleva, se dilata, y por fin se hunde por su propio peso».
A estas alturas de la existencia humana, parida por la sufrida mujer, la mujer ya dice ¡basta! y esos ‘machitos gallitos’ se irán desplumando por su propio peso, el peso de la verdad tangible.

El misticismo (II).

Fotografía: Spyros Petrogiannis, cc.

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