La mujer es el centro del universo porque Dios, el Creador, a través de ella sigue creando vida. Vida que se renueva en cada nueva mujer. La historia de la humanidad tiene nombre de mujer, lo conseguido por ellas y por sus hijos, ya que todo varón nace del vientre de una mujer: su madre.
El devenir de los tiempos está plagado de historias de heroínas, grandes mujeres que han tenido que trabajar el doble para demostrar su sabiduría y sus grandes dotes de inteligencia. Mujeres tenaces que, a pesar de las zancadillas de los ‘superhombres’ no se rindieron y lucharon hasta conseguir sus propósitos, demostrando al mundo su valía. Nadie debe cuestionar la valía individual, por eso mi reconocimiento para tantas mujeres valientes que, a pesar de sentirse denostadas, no desfallecieron, demostrando resistencia y capacidad para conseguir sus objetivos pero conservando las virtudes innatas a su naturaleza: paciencia, ternura, sensibilidad y su lealtad y entrega incondicional para ayudar a mejorar la sociedad.
Hoy quiero traer varios ejemplos de mujer que se ocuparon y preocuparon por la cultura y el bienestar. Lucharon por la igualdad y por la sociedad en la que les tocó vivir.
Esta es la historia de una mujer apasionada por las letras. María Moliner, mujer culta, fue una de las mujeres más destacadas de las letras españolas del siglo XX, una académica sin sillón. Su diccionario fue texto de consulta para muchos estudiantes y la colocó a las puertas de la Real Academia de la Lengua. Podría haber sido la primera mujer en ingresar en la institución pero su naturaleza femenina y el hecho de no haber cursado estudios reglados de filología fueron algunas de las razones por las que no pudo disfrutar de tal honor. El tiempo le daría el merecido reconocimiento.
María Juana Moliner Ruiz nació en la ciudad zaragozana de Paniza el 30 de marzo de 1900. Su padre, Enrique Moliner, era un médico rural con el que se casó Matilde Ruiz, madre de María y con la que tuvo dos hijos más. Cuando María contaba unos dos años, la familia Moliner deja su pueblo natal y se trasladan a vivir a Soria y después a Madrid. Fue en la capital donde la pequeña María y sus hermanos ingresaron en la Institución Libre de Enseñanza. Ya entonces empezó a mostrar su gran interés por las letras.
En 1915, María, sus hermanos y su madre volvieron a Aragón para rehacer su vida tras el abandono de su padre. En Zaragoza, María continuó sus estudios como alumna del Instituto General y Técnico donde terminó el bachillerato en 1918. Ya entonces, María empezó a colaborar como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón mientras seguía estudiando en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza en la que se licenció en Historia en el año 1921. María no tuvo nunca una titulación oficial en lexicografía ni filología pues eran especialidades que no se cursaban en la Universidad de Zaragoza. Este hecho estaría siempre presente en su evolución como profesional.
Siempre rodeada de libros, ya licenciada, María consiguió por oposición una plaza en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos y fue destinada al Archivo General de Simancas, luego en Murcia y en Valencia. En Murcia conoció a su marido con el que tuvo cuatro hijos.
Su experiencia en los distintos archivos y bibliotecas en los que trabajó le dieron un amplio y rico bagaje que plasmó en varias publicaciones dedicadas a la biblioteconomía y a la archivística.
Después del paréntesis que supuso la Guerra Civil, María y su marido se establecieron en Madrid donde siguió trabajando como bibliotecaria y posteriormente como directora en la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid donde estuvo trabajando hasta 1970.
En aquellos años de la posguerra española, su hijo Fernando le trajo de París un libro que cambiaría su vida profesional. Se trataba del Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby. Ese diccionario inglés, junto con las deficiencias que había detectado en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, fueron razones suficientes para pensar en la posibilidad de elaborar ella misma su propio diccionario de español. Su osado proyecto se fue fraguando y tras largos años de trabajo, María firmó en 1955 un contrato con la editorial Gredos para su futura publicación.
Su diccionario de uso del Español, publicado por primera vez en 1966, aportó novedades importantes respecto del DRAE, como la incorporación de términos no admitidos por la RAE o ejemplos de gramática y sintaxis de gran utilidad pedagógica.
En 1972, María Moliner estuvo a punto de convertirse en la primera mujer que ingresara en la Real Academia Española de la Lengua pero, finalmente, su candidatura fue rechazada, muy probablemente por no haber recibido una formación universitaria directamente relacionada con la filología y por su condición de mujer. Tendrían que pasar unos años más para que la institución aceptara a una mujer entre sus miembros. María Moliner murió en 1981.
Esta otra es la historia de una mujer que arriesgó su vida por salvar a la de tantos niños. Irena Sendler nació el 15 de febrero de 1910. Su nombre y su hazaña permanecieron ocultos bastantes años. Fue en 1999 cuando su historia empezó a conocerse gracias a un grupo de alumnos de un instituto de Kansas y a su trabajo de final de curso donde hablaban sobre los héroes del Holocausto.
¿Qué tiene de especial esta mujer? Pues nada más y nada menos que gracias a su valentía, ingenio, perseverancia y nobleza, a lo largo de un año y medio —hasta la evacuación del ghetto en Varsovia en el verano de 1942—, consiguió rescatar a más de 2.500 niños judíos. Los salvó del suplicio en los campos de concentración y de una muerte segura.
Era 1939. Alemania invade el país de Varsovia. En ese entonces Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de ese país, tal departamento organizaba los comedores comunitarios de la ciudad. Allí trabajó incansablemente para aliviar el sufrimiento de miles de personas tanto judías como católicas. Gracias a ella, estos comedores no sólo proporcionaban comida para huérfanos, ancianos y pobres sino que además entregaban ropa, medicinas y dinero. En 1942 los nazis crearon un ghetto en Varsovia; al ser testigo de tan inhumano escenario decidió unirse al Consejo para la Ayuda de Judíos. Consiguió identificaciones de la oficina sanitaria tanto para ella, como su amiga Irena Schultz y otras compañeras; su tarea: la lucha contra las enfermedades contagiosas. Los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, así que toleraban que los polacos controlaran el recinto.
Irena aprovechó la situación y como podía convencía a los padres para que les entregara a sus hijos. Momentos desgarradores para las madres y las abuelas que no querían desprenderse de sus hijos y nietos, pero mientras ella cuidaba de los niños las familias era llevadas al tren que los conduciría a los campos de concentración.
Aunque le llenaba de dolor la situación que estaba viviendo, eso le daba mayor fuerza para salvar a más niños. Primero los sacaba en ambulancias como víctimas de tifus, luego se valió de todo lo que estaba a su alcance para esconderlos y sacarlos de allí: se valió de cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercaderías, sacos de papas, ataúdes… siempre buscaba nuevas vías de escape.
Gracias a ella también se elaboraron cientos de documentos falsos con firmas falsificadas en los que les daba identidades temporarias a los niños judíos. Unos fueron adoptados por diversas familias católicas y otros llevados a conventos para evitar su traslado a los campos de concentración. A pesar de tan desbastador escenario ella creía que en un futuro llegaría la paz por lo que además de mantener a los niños con vida su objetivo era que, después de que pasará la pesadilla, ellos pudieran recuperar sus verdaderos nombres, su identidad, sus historias personales y a sus familias. Para ello creó un archivo en el que registraba los nombres de los niños que salvaba y sus nuevas identidades. Apuntaba todos sus datos en pedazos pequeños de papel y los enterraba dentro de botes de conserva bajo un manzano en el jardín de su vecino. Allí aguardó sin que nadie lo sospechase el pasado de dos mil quinientos niños hasta que los nazis se marcharon.
Cuando los nazis se enteraron de sus actividades, fue detenida por la Gestapo el 20 de octubre de 1943 y llevada a la prisión de Pawiak. Irena era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños y por esa razón, sufrió las peores torturas; le rompieron los brazos y las piernas pero jamás delató ningún dato ni de sus colaboradores ni de ningún niño oculto. Sin duda una mujer de gran voluntad y fe. En un colchón de paja de su celda, encontró una estampa de Jesús Misericordioso con la leyenda: «Jesús, en vos confío». La conservó en aquellos duros momentos de su vida, hasta el año 1979 en que se la obsequió a Juan Pablo II.
Por no colaborar con los nazis fue sentenciada a muerte pero camino a la ejecución un soldado la dejó escapar. Los miembros de Zegota lograron sobornar a los alemanes y consiguieron una identidad falsa para Irena que continuó trabajando en la clandestinidad hasta el final de la guerra.
Después de un tiempo ella misma desenterró los frascos y le entregó las notas al Comité de salvamento de los judíos sobrevivientes. Utilizando las notas lograron reunir a algunos, ahora adultos, con sus parientes diseminados por todo Europa. Lamentablemente, la mayor parte de las familias de aquellos niños había muerto en los campos de concentración nazis.
Años más tarde, cuando su foto salió en un periódico, luego de ser premiada por sus acciones humanitarias durante la guerra, ‘Jolanta’ su nombre clave y como llamaban los niños a su salvadora, recibió la llamada telefónica de un hombre que le dijo: «Recuerdo su cara, usted fue quién me sacó del ghetto». Y así comenzó a recibir llamadas y reconocimientos de los supervivientes del Holocausto.
Recibió distinciones y reconocimientos de Israel y Polonia, que además fue presentada por su gobierno como candidata al premio Nobel de la paz 2007, contando con el apoyo de Israel y también de las autoridades de Oswiecim (Auschwitz en alemán), ya que consideraron que Irena Sendler fue uno de los últimos héroes vivos de su generación, demostrando fuerza, convicción y un valor extraordinario frente a un mal de una naturaleza extraordinaria. Al final el galardón fue concedido al ex vicepresidente de los EEUU, Al Gore.
Irena pasó su vejez en un asilo de Varsovia. En su habitación siempre había flores y abundaban las tarjetas de agradecimiento que le llegaban de todas partes del mundo. A pesar de que llevaba años encadenada a una silla de ruedas debido a las lesiones causadas por las torturas a las que fue sometida por la Gestapo, jamás se arrepintió de lo que hizo. Y tal fue la sencillez de esta mujer que nunca se consideró una heroína: «Yo no hice nada especial, sólo hice lo que debía, nada más. La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad». Irena Sendler falleció el 12 de mayo del 2008.
Gracias a las grandes mujeres, el mundo es mejor. Sigamos trabajando y como dijo Gabriela Mistral: «Dame Señor, la perseverancia de las olas del mar, que hacen de cada retroceso un punto de partida para un nuevo avance».
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