Nadie es eterno porque en la tierra no hay eternidad. Desde que nacemos, lo único que sabemos es que partiremos… Unos se van a los pocos días, otros a los veinte años, muchos a los setenta y algunos a los noventa, pero lo peor se lo llevan aquellos que queriendo estar, le destrozan la vida antes de nacer.
Esto era un niño que queriendo nacer se presentó sin esperar, y si no te esperan eres inoportuno, y más que alegría das un disgusto. Pero a lo hecho pecho. Una vez pasado el susto se asume y se le va dando normalidad, aunque se trata de disimular a costa de oprimir volumen y tras los esponsales se libera…
Nace un niño menudo de carácter muy tímido, en apariencia tranquilo. No le gustaban las discusiones ni los ambientes tensos. Con los años fue fortaleciéndose y cogiendo algo de seguridad en sí mismo para afrontar sus temores y para eliminar supuestos miedos que lo limitaban y le impedían desarrollar todas sus capacidades.
En unos años de su vida creó un vínculo especial con una tía, ya que está le instruía sobre el crecimiento espiritual. El grupo de niños ponía interés por conocer y aprender todo la temática y las clases eran de provecho. En las rueda de preguntas, la tía lo observaba con atención para leer en su cara si estaba preparado para dar la respuesta correcta y no dejarle pasar un apuro, porque lo pasaba realmente mal y los demás niños tenían en cuenta si no le hacía preguntas para protestar:
—Seño, ¿a su sobrino no le pregunta?
Y la Seño decía que allí nadie se libraba.
Durante el curso a una de las niñas se le murió su abuelita, estaba tan apenada y triste que lloraba desconsoladamente. El grupo la observaba en silencio y se acercaban y le daban abrazos y besos, la niña al recibir tanto cariño sonreía agradecida. La Seño le pidió que les hablara de su abuelita… La niña emocionada relataba anécdotas y vivencias y decía que era la mejor abuela del mundo. Los compañeros escuchaban atentos y la Seño la animaba a abrir sus sentimientos y a contar sus vivencias, porque mientras la recuerde estará a su lado y todo lo que había vivido con su abuela estará para siempre en su memoria, por eso la abuelita no se va del todo, su alegría y su cariño sigue vivo en el alma de su nieta.
Seguidamente la Seño les habló de la importancia de la fe para superar los duros momentos, tras la muerte de un ser querido. Dios nos ama, nos cuida y nos tiene reservado junto a Él un lugar especial en el cielo, por tanto, también nos llena de alegría tener algún familiar en el cielo, a pesar de tener que sufrir la ausencia. Ellos están junto a Dios pidiendo por nosotros y allí nos esperan con los brazos abiertos. La Seño contó que su padre y una hermanita la esperaban en el cielo, entonces el sobrino se dirigió a la tía y le dijo:
—¿Abuelito está en el cielo?
—Sí —contestó la tía—.
El sobrino se sintió feliz… Y hoy estás con ellos.
Sí, niño de las estrellas, la inocencia y la bondad mantiene el alma pura y hoy eres más niño que nunca, porque un niño es el que conserva la bondad y no está envenenado de malicia y mentira. ¿Qué te voy a decir que no sepas? Estás en el nivel superior y nada se te escapa. Ves lo que bulle en cada mente y en cada corazón y deben estar triste, tú y los abuelos, porque el corazón de la familia está lleno de maleza, podredumbre y rencor. La miseria envilece y afloran maldades y mezquindades y los rencores revuelven la sed de venganza para manchar el honor de inocentes.
Hoy no se te esconde lo que alberga el corazón de tus padres y tíos, todos han defraudado de igual manera la unidad inalterable. Todos con su hipocresía me han lastimado y han querido aparentar cierta simpatía para ponerme a merced de sus malas intenciones. Sonsacar para llevar...
Niño, recuerda que gracias al encuentro cuando salías de casa de tu primo (lo visitabas con frecuencia, y mi casa estaba al lado y no te acercabas a saludarme), pude recordarte que estabamos unidos por un secreto y aunque al principio rehuías tocar el tema, te dije que los hechos hay que asumirlos con valentía. En esa conversación hicimos un repaso de nuestra relación y me prometiste que en el siguiente viaje me llamarías para vernos ‘en secreto’ y me contarías lo que percibías sobre el ambiente familiar, algo inquietante, porque se retroalimentaban de envidias y rencor… Un panorama muy feo, tanto como lo eran ellos por dentro.
Te recordé las confidencias que me hiciste de niño y que había sido fiel al secreto. Aunque no querías recordar te pedí que me escucharas, que yo te escuché cuando tenías once años y tus lágrimas me dolieron. Te dije que podías confiar en mí, pero que las cosas que se ven dejan de ser secreto, y ese mal venía de años atrás. Entre otras cosas, te conté lo de la puerta del baño de los abuelos. Tú llorabas asustado y con el temor de que tu madre supiera que me habías confesado el secreto de familia. Te dije que estuvieras tranquilo que yo guardaría el secreto trancado con llave. Al parecer temías por la reacción de tu madre: "Tú no sabes cómo se pone mi madre". En ese momento no sabía a qué te referías, pero, pasado unos años pasó algo impactante y pude comprender tu temor; un tío de ella dijo, que ya ellos estaban acostumbrados a ciertas pataletas...
Al tiempo, por un pequeño accidente te ingresaron en el Hospital y la noche que me quedé contigo me pediste rezar y me emocionaste al preguntarme que si abuelo estaba en el cielo. Te dije que sí y que estaba pidiendo para que te recuperaras pronto. Al rato me asusté, porque temblabas por la fiebre y me dijiste que tenías miedo, te dije que yo estaba contigo y que no te iba a pasar nada. Llamé a la enfermera y ella al médico, y a pesar de la urgencia el médico no apareció, estaba durmiendo. Preocupada no dejé que la enfermera se apartara de tu lado, hizo todo lo que pudo por normalizar tu temperatura y aunque era de madrugada, llamé a tus padres para informarle de la situación.
Ya adolescente, los estudios no te iban bien y tu madre se ocupó en ocuparte y te pusieron a trabajar en una lavandería. Aunque obligado cumplías con la tarea, yo te llamaba (también Soya), para animarte y te desahogabas y me hablabas de ciertas actitudes que te dolían pero las sufrías en silencio. Más de una vez llamé a tu madre para contarle lo mal que te sentías, pero alegaba que en su casa no quería gandules sentados en un sillón. Pero todo en la vida es un aprendizaje y eso te sirvió de experiencia y al final te preparaste para asegurarte un futuro profesional, y lo conseguiste.
Déjame confesarte que cuando levantaste el vuelo cogí el avión por ti (unos días antes tu padre me había mostrado todo su desprecio), pero el secreto que nos unía y la conversación que teníamos pendiente me hizo volar a tu lado, dudando de una realidad tan dolorosa y deseaba que no fuera cierto. Apenada miraba las nubes a través de la ventanilla del avión y de pronto apareciste en el ala del avión y sonriendo desapareciste. No fue una alucinación, todo sucedió con normalidad y eso me llena de alegría.
Nada es igual desde que te fuiste y aunque muchos años callé, la maldad se ha adueñado de todos. Hay actitudes que no se pueden permitir, mejor apartarse de quienes te hacen daño. Mientras ellos se revuelven en su fango yo vivo con mi cabeza alta, esperando que algún día haya sinceridad y verdad para que pueda haber reconciliación.
Unos a otros se han ‘comido la cabeza’ y tus padres me demuestran su desprecio. El olvido se ha adueñado de tu padre negando llamadas; exigiendo que se cuente con él para hacer algo que ya estaba hablado; exigiendo su autorización para usar una foto de los abuelos y encima se pregunta el por qué tengo una carta de la abuela, etc. Cuando me llama no palpo sinceridad, es como para recabar datos y seguir alimentando la serpiente para contribuir a destruir el honor de una hermana… Por otra parte, tu madre se muestra muy falsa ‘bebiendo los vientos de una manada’ y saliendo en su defensa, y para dejarme como una mema, creyendo lo que le dicen de que le tengo envidia por hacer algo que yo ya había hecho viene con la frasecita… «¡pero si te nombró!»
Le pregunté si alquilaba su casa de la playa y me dice que no porque es del padre, y el padre dice que es de ella y que es dueña de hacer lo que quiera. Le digo, «déjame tu correo para enviarte una invitación», dice que no tiene tiempo de ver nada y sin embargo tiene los correos de toda la familia. En fin, está claro, pero lo grave es que han hecho piña para demostrar desprecio y lo único despreciable son sus malas acciones. Tu madre no me puede ni ver, pero el mal está en ella.
Casualidades… El tiempo del niño de las estrellas estuvo marcado por hechos acaecidos con los abuelos de su padre (sus bisabuelos) y con su abuelo paterno: Nació con fecha del día que murió el abuelo materno de su padre. Murió con fecha del día que murió el abuelo paterno de su padre y en las mismas circunstancias que su abuelo paterno, pero con él también terminó el apellido de una rama, el apellido paterno murió con él. Seguro que los abuelos lo recibieron junto con la tía y con los primitos que cortaron las alas antes de nacer.
Las historias contada en primera persona pueden parecer real, y cuando hay hechos reales que con el tiempo no te gustan como sucedieron, se niegan… Pero el niño de las estrellas hoy es libre, sin temores ni miedos y feliz, porque pudo conseguir lo que se propuso sin hacer mal a nadie, y puede brillar con luz propia en el universo de la luz.
Fotografía: Hartwig HKD, cc.
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