lunes, 20 de febrero de 2012

Los afectos

Unas manos entrelazadas.


Según el diccionario los afectos son cualquiera de las pasiones del ánimo, como la ira, amor, odio, etc. Creo que más bien entendemos que los afectos están más relacionados con lo afectivo, con las cosas del querer, ya que la envidia, la ira y demás afectan a los afectos. El cariño es un sentimiento puro y desinteresado. Los afectos de sentimientos y cariño hacia una persona o cosa no se controlan, se manifiestan y surgen espontáneamente… Dicen que el roce hace el cariño. Una caricia expresa afecto; la amistad es un sentimiento de afecto personal.

En el devenir de la vida es curioso como conoces a alguien y conectas enseguida: bien sea por el porte y la presencia, o porque te gusta cómo piensa o cómo se expresa, también agrada la simpatía, la educación y el saber estar y de esos encuentros surgen sentimientos de afecto, de los que nos vamos empapando a lo largo de nuestra vida y nos llenamos de buenos amigos.

Para afectos imborrables los de la infancia. Amiguitos que permanecen en los recuerdos más hermosos. La complicidad de los juegos y travesuras de la infancia nos enlazan y nos une y aunque pasen años sin vernos, o a lo peor no nos volvemos a ver, los afectos nos siguen emocionando a través de los tiempos.

Ahora que los afectos que nos pertenecen por naturaleza son los familiares. Decimos familia y eso es igual a afecto y decimos y pensamos bien, pero no siempre es así. Siempre conectamos mejor con unos tíos que con otros e igualmente pasa con los primos. Con unos mantenemos una relación muy fluida y cordial y con otros la formalidad.

Pero los afectos que no dejan lugar a dudas son los hogareños, los de la casa paterna. Madre y padre… Mamá, papá y hermanas y hermanos, ahí los afectos son o debieran ser más de verdad: de hecho y por derecho, por sangre y por roce. A veces en la consanguinidad los afectos son más medidos y cuestionados, porque puede que todo sea relativo: según quién, según cómo, según seas, según te sientes… Hablo en el orden de la normalidad de una convivencia vivencial en igualdad y sin diferencias.

Una madre se ocupa y preocupa por cada uno de sus hijos. Sus desvelos y atención se comparten por igual, salvo que por una situación especial uno requiera más atención, sin embargo, siempre hay algún hijo que está calibrando diferencias y creándose fantasmas que se interponen en sus sentimientos y despiertan sus desamores y sus rencores.

No sé por qué un niño puede sentir ira y envidia hacia un hermano y puede verlo como un enemigo o como un competidor que le puede robar el cariño de su madre. Quizás cabe pensar que ese niño puede ser un egocéntrico y egoísta, pero también se hace difícil asimilar que un ser inocente pueda cargar con tales males sin haber tomado aún conciencia real de las emociones.

Muchas veces esos males de niños no se manifiestan y quedan agazapados y afloran de mayores. Cuando se presenta ese momento tan desagradable no llegas a comprender y no puedes reaccionar. Te quedas desconcertado mirando a tu hermano al que en ese momento no reconoces. La envidia contenida se convierte en ira, rabia y rencor, con estos ingredientes las personas se transforman, por eso, ese hermano que tienes delante, con el que dormiste, comiste y jugaste no lo reconoces y te preguntas: ¿Dónde está mi hermano? ¿Por qué? Sin haberte percatado de nada, tienes en tu hermano a tu peor enemigo.

Hay casos excepcionales y esos son casos aparte, hay madres que te paren y madres que te crían y madres que te cuidan y madres que te abandonan, pero cuando hablamos de madre no cuestionamos nada, sabemos de qué estamos hablando.
Madre es la que te ha dado el ser. La que te quiere, te cuida. La que vela día y noche por ti. La que te mima…

Una madre es la que te quiere y quiere a todos sus hijos por igual, se ocupa y preocupa de todos. Cuando una madre tiene un hijo, tiene que dedicar tiempo a ese hijo, pero una madre con muchos hijos se dedica en cuerpo y alma, los días los alarga tanto que casi ni descansa, porque aún cuando sus hijos duermen sigue trabajando por sus hijos…

Para ella sí que no tiene tiempo, se ha olvidado de vivir. Su vida es la de sus hijos, si sufren sus hijos sufre ella y si sus hijos están sanos, alegres y felices, ella también.
Por eso, no puedo comprender cómo puede un niño estar midiendo y calibrando la atención y dedicación que da su madre a cada hijo para tasar la diferencia y despertar la envidia y el rencor.

Yo como hija tengo que valorar el esfuerzo de mi madre. Una mujer que por amor a sus hijos se olvida de vivir. Su trabajo interminable no le da tregua. Pues yo como hija que tengo uso de razón y que veo su esfuerzo no puedo por menos que quererla y estar a su lado. Necesito acompañarla en su tarea en la que yo me implico, una para echarle una mano y otra para aprender. Me rompe el alma ver cansada a mi madre y sin poder permitirse el descanso, por eso muchas veces me unía a su tarea para que no estuviera sola y para darle conversación, yo le preguntaba y ella me contaba muchas historias. Si yo siendo niña pude darme cuenta del valor de una madre, de lo que es y representa en mi vida, también lo pueden valorar los demás niños.

Hay hijos que llegan a su casa y gritan: «¿Má está la comida?». Ella le sirve, él come. Ella recoge y friega, él se va… Luego él es capaz de decir que su madre no le quiere. En ese silencio abnegado hay cariño. En ese silencio hay palabras que tú has ahogado. Tú en algún momento les has dado un parón y ella ha acatado.

Me da pena cuando veo personas que se quejan de su madre. A ellas se les exige que tenga todo solucionado y resuelto en tiempo y hora, que no se meta en nuestras cosas porque ella no sabe ni le importa. Una madre tiene y debe ocupar su lugar y sin embargo le faltamos al respeto, la humillamos, la mandamos a callar y ella en silencio llora su desdicha y luego decimos que «mi madre no me dio cariño». ¿Y tú? ¿Te ocupaste y preocupaste de ella? Le preguntaste alguna vez: «¿Mamá, cómo está, cómo se siente?» «¿Quiere o necesita algo?» Hay que ser mala persona para pensar que una madre no te quiere o no te quiso.

Si de algo estoy orgullosa es de haber estado al lado de mi madre, para lo bueno y para lo malo. Me ocupé y preocupé de sus sentimientos y necesidades. La acompañé es sus momentos duros.
La quise y respeté siempre, valoré sus desvelos y sacrificios y le agradecí sus enseñanzas y ejemplo.

Hoy puedo soportar mejor su ausencia porque no cargo con el peso de la conciencia de faltarle y de haberla desautorizado en su deber como madre. Una madre debe ejercer hasta el día que nos deja, irremediablemente desolados, y lo peor es que muchos hijos, precisamente cuando la madre levanta el vuelo, es cuando toma conciencia de que perdió a su madre, y puede que en ese momento despierten los afectos.

Yo no voy a dar lecciones a nadie, pero sí que les pediría a quién tenga a su madre que se revise, que una madre si tú le abres el corazón ella te da el suyo. Acérquense a su madre y díganle que la quieren, mírenla a los ojos y pregúntele cómo está y si necesitan algo. Ella es humana y a lo mejor se ha visto obligada a ser fuerte en apariencia sin serlo. Esa coraza se derrite desde que tú la acojas y aceptes en tu vida. A veces no la aceptamos en nuestra vida aunque nos valemos de la suya. Nunca es tarde para el amor.

Hacemos llorar a nuestra madre diciéndole «¡olvídame!» Después lloraremos nosotros por no haberle dicho «¡te quiero!»

Los afectos son sentimientos muy delicados, un tesoro muy valioso que nos aporta la mayor riqueza que proporciona el amor.

Unas veces amamos pero no somos amados otras veces nos aman y no queremos amar. En los quereres nadie manda… son libres.

Todos tomamos diferentes caminos en la vida pero no interesa a dónde vayamos, porque siempre llevamos con nosotros un poco de cada persona. Mis afectos aún heridos quiero que sean puros.

Madre. Amor. Sueño… Son las palabras más hermosas de nuestra lengua y lo que significa es más hermoso todavía, y si lo has vivido es la experiencia por la que merece la pena haber nacido…
Yo Sueño con el Amor de mi Madre. Los afectos son lazos que quedan anudados para siempre, ni el tiempo ni el espacio podrá romperlos.

Fotografía: Jessica Lucia, cc.

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