sábado, 5 de noviembre de 2011

La soledad

Una persona en una playa vacía.


Todos sabemos lo que es la soledad, el que vive sólo y aislado, que no se comunica ni se relaciona. Existen soledades y soledades. La soledad impuesta por el rechazo o desprecio de familia o amigos, y la soledad necesaria donde encontrar el espacio vital para estar con uno mismo. Sentir que vives y piensas, vibrar con las reacciones más profundas del ser, palpar las emociones más personales, eso se consigue en el silencio de la soledad.

Es evidente que a lo largo de nuestra vida, la soledad será parte de nuestra «compañía». Forma parte de la aventura humana y necesitamos ese particular espacio de soledad para depurarnos y recargarnos, por eso buscamos la soledad como retiro voluntario, donde nos protegemos de las agresiones del mundanal ruido, de la falsedad, de las traiciones y de las mentiras…

La soledad es necesaria y elegida por pensadores, filósofos, humanistas… Son los que observan comportamientos y bucean dentro del ser para poder sacar conclusiones y dar respuestas a muchas preguntas sobre actitudes y reacciones de las personas, tanto individual como colectivamente. En la actualidad, sorprende ver como la sociedad está sin capacidad para recapacitar y se dejan llevar por cualquier «correcaminos» sin sopesar las consecuencias que le acarreará el aceleramiento estrepitoso hacia direcciones erróneas, que los aboca al vacío existencial, al desencanto personal y los arrastra a la locura o a refugiarse en la soledad más amarga y desoladora.

Hemos dicho que la soledad tiene su parte positiva: es la fuente que nos ayuda a ahondar en lo más profundo del ser para fortalecer nuestra alma y nos proporciona el contacto para alcanzar el estado especial donde encontrar la inspiración, el numen creador para expresar el arte: poesía, literatura, música, pintura…

Para los meditadores no es algo deprimente, la buscan los ermitaños y monjes que la ven como una forma de iluminación espiritual. Es el estado ideal para el encuentro consigo mismo y conectar con la paz interior que irradia el bienestar de la felicidad sublime. La luz que da sentido a la vida que trasciende «Alfa y Omega». La esperanza es el sueño de los que están despiertos.

La soledad durante períodos cortos es valorada como un momento en el que trabajar, pensar o descansar sin ser distraído. Puede también buscarse por privacidad.
Los síntomas de soledad impuesta frecuentemente incluyen ansiedad, alucinaciones o incluso distorsiones de la percepción y el tiempo.

Otra cosa es la maldición de la soledad dramática. Esa soledad desoladora, triste y callada, que aplasta como una losa cualquier rayo de esperanza. Esa soledad penosa, lacerante, que duele mirarla. Esa soledad de abandono, desprecio y olvido. Esa soledad de mirada fría, de sombra negra, de espalda encorvada y de andar a rastras…

Existe otra soledad que sorprende, porque precisamente la descubres en las grandes aglomeraciones. A veces, entre la muchedumbre, te das cuenta que hay mucha gente sola. Te cruzas con mil personas, unos van y otros vienen, pero están solas. No hay calor en la mirada, miran sin mirar y la mirada se pierde evitando encontrar luz en otros ojos que puedan descubrir que se sienten solos entre tanta gente.

Mi madre decía que «para mal acompañado más vale solo». Triste realidad cuando vives acompañado y te sientes en soledad. Hoy se vive desesperadamente ansioso, no existe el aplomo para detenerte a valorar todo lo hermoso que tienes a tu alrededor: tienes madre y no lo valoras, tienes salud y tampoco, no te falta nada de lo necesario y sin embargo, no eres consciente de la suerte que tienes y te lamentas… Que pena de gente que vive sin mostrar agradecimiento por todo, lo poco o mucho que tenga.

De la nada a la vida y de la vida a la nada, vamos y venimos solos. La experiencia de la soledad la experimentamos al nacer: nacemos solos y morimos solos. Las experiencias vitales se viven en soledad aunque estés acompañado. Sólo tú experimentas en tus propias carnes la enfermedad, el dolor, la tristeza, la orfandad. Las emociones y sensaciones son muy personales en el sentir y padecer, porque no se puede medir su intensidad para comparar con los iguales.

Vivir la vida en buena compañía nos llena de felicidad, aunque la felicidad está dentro de nosotros, mientras que los miedos, los recelos y los mecanismos de defensa nos la ahoga. La felicidad es fruto del amor y donde hay amor no hay soledad.

Cada vez que te sientas solo, recuerda, que antes de amargarte con terceros es preferible disfrutar de la compañía de la soledad. Es la única que te entiende y nunca jamás cuestionará aquello que pienses; es el mejor aliado cuando se está triste pero… es más bonita cuando tienes con quien compartirla.

Desearía que nadie sufriera de soledad, pero sí que la busquen por momentos para leer y meditar, para sosegar el espíritu y lo colmen de paz. Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz, y si la paz está en el corazón del hombre, habrá paz en el mundo.
Si hay paz, no habrá soledad.

Fotografía: Vinoth Chandar, cc.

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