«Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad». Séneca.
La honestidad es el valor más brillante del ser humano, porque lleva parejo la honradez, la sinceridad, la justicia… Es la cualidad más grata que se puede poseer y la más que buscamos y exigimos a las personas, ya que es el valor indispensable para que las relaciones se desenvuelvan en un clima de confianza y armonía; es garantía de la credibilidad que se manifiesta cuando hay coherencia entre lo que se piensa y la conducta de los actos. El modo de vivir de cada uno habla de su honestidad y se reconoce en la sinceridad de palabras y comportamientos, en el cumplimiento de las obligaciones y compromisos, en la discreción y seriedad ante las confidencias y secretos personales, en la lealtad y fidelidad, en la mirada limpia, en la bondad de los sentimientos puros de un noble corazón.
Nos encontramos a diario con actitudes deshonestas como la hipocresía, gente que para ganarse la estima de los demás van con mentiras y engaños y aparentan una personalidad que no tienen, porque son conscientes de que lo que poseen no es bueno y en lugar de cambiar, tratan de sembrar la discordia entre familiares y amigos con calumnias y difamaciones. Esa forma de proceder nos lleva a romper los lazos establecidos en el vínculo familiar y de amistad, ya que la convivencia bajo estos parámetros es insostenible, porque somos incapaces de relacionarnos y confiar los unos en los otros. Ese tipo de personas indeseables son unos miserables sin escrúpulos que juegan con los sentimientos. Con sus chantajes emocionales fingen sentir un cariño «envenenado» para poder llevar a cabo su malevolencia y en lugar de abominar su conducta, van atribuyendo invenciones malintencionadas y juzgando con ligereza, eso es ser deshonesto, vil y pendenciero.
Lamentablemente, en la sociedad actual la honestidad brilla por su ausencia, sin embargo, no hace tanto tiempo la honestidad era un valor en alza y no hacía falta firmar nada: la palabra dada «iba a misa». Hoy el honor y la dignidad de las personas no se respetan y se pisotean sin pudor ni miramiento.
También en política hace falta la honestidad, de ahí el descrédito y la falta de confianza, pero siempre habrá alguna excepción, este es el caso de un norteamericano que pondremos como modelo (ojalá cunda el ejemplo): Harry S. Truman, como presidente de USA tomó tantas decisiones o más que los 42 presidentes que le precedieron, pero su grandeza viene dada por lo que hizo después de dejar la Casa Blanca. En 1953 se retiró de la vida oficial y todos sus ingresos consistían en una pensión del Ejército de 13.507 $ al año. Cuando su sucesor, Eisenhower, tomó posesión de la Casa Blanca, Truman y su mujer regresaron a su casa en Missouri, conduciendo su propio coche sin ninguna compañía del Servicio Secreto. Dicen que como Presidente se pagaba los gastos de viajes y comida con su propio dinero. La única propiedad que tenía era la casa heredada por su mujer. Al enterarse el Congreso de su precaria situación le otorgaron un complemento de 25.000 $ por año, y cuando le ofrecían puestos corporativos con grandes salarios, los rechazaba diciendo: «Ustedes no me quieren a mí, lo que quieren es la figura del Presidente y esa no me pertenece. Le pertenece al pueblo norteamericano y no está en venta…» Incluso, cuando el 6 de mayo de 1971 el Congreso preparaba otorgarle la Medalla de Honor por su 87 cumpleaños, rehusó aceptarla diciendo: «No considero que haya hecho nada para merecer ese reconocimiento, ya venga del Congreso o de cualquier otro sitio».
Este hombre singular escribió: «Mis vocaciones en la vida siempre fueron ser pianista de un prostíbulo o ser político. Y para decir la verdad, no existe gran diferencia entre las dos».
Se puede decir que esta pudiera ser la historia de un político honesto, de esos políticos que ya no quedan…
Los políticos de hoy en día se aferran al despacho y sus trapicheos que no hay quien los eche. Ya dijo sabiamente Sir George Bernard Shaw, premio Nobel de literatura en 1925, sobre los políticos: «Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo… y por los mismos motivos».
Sí, por eso mismo ya es hora de cambiar las políticas de los políticos, porque las sucias políticas pringan a los políticos, y lo paga el pueblo.
Fotografía: Tom Waterhouse, cc.
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