Permitirme que comparta hoy con todos Uds., los sentimientos que me embargan, porque las emociones se agolpan a flor de piel con el recuerdo emocionado, con la añoranza dolorida de la soledad silenciosa por la ausencia de mi Padre.
Nuestro corazón está lleno de estancias y cada una de las personas a las que amamos ocupa un espacio diferente, por eso, cuando nos falta una de esas personas querida, esa estancia queda vacía y desgarrada, solamente el recuerdo de su amor nos puede aliviar un poco ese gran vacío.
Dicen que la ausencia es el olvido. ¡No!… el olvido no existe, pero tampoco la constante presencia. Por desgracia tenemos que sufrir la experiencia de la ausencia. Cuando las personas que más queremos y que necesitamos nos deja, nos queda un vacío tan grande que nada ni nadie podrá llenarlo. Sufro el vacío de mi padre y también de mi madre, pero hoy quiero hablar de mi padre, ya que se cumplen veintinueve años de su ausencia. Pueden parecer muchos años, que lo son, pero desde los primeros días de su marcha, su ausencia me parecía una eternidad. Hoy, por momentos me sigue pareciendo una eternidad pero…, todavía lo siento, lo huelo, lo escucho y a veces tan claro que vuelvo la cabeza.
Con esta remembranza quiero homenajear a un gran hombre, a un buen padre. Mi padre es Froilán Ojeda González, nació en Juncalillo de Gáldar, es hijo de Isabel y de Juan y el mayor de doce hermanos. Persona abierta, jovial y muy servicial. En su juventud vivía una vida tranquila y sin sobresaltos, pero al cumplir los dieciocho años, en el año mil novecientos treinta y ocho lo llamaron a filas, mejor dicho, lo llevaron a la guerra, le pusieron un fusil en sus manos para que disparara contra el enemigo y, ¿quién era su enemigo? Él, no tenía ninguno. Le tocó vivir la peor de las tragedias causada por la mano del hombre. Una guerra entre paisanos donde se mataban los propios hermanos unos a otros. De los cinco años que estuvo por la península los dos primero los pasó en Tetuán y terminó en Galicia y al regresar a su casa tenía tres hermanitos más. Una vez en su tierra, estuvo tres años más en el Destacamento de Guía, si hacemos cuenta, ocho años dedicados a la «Patria»… A mi padre le gustaba conversar y a mí me gustaba escuchar. Contaba que al regresar a Gran Canaria, hasta que no llegó a los Pinos de Gáldar no había llegado a su tierra. Ahí respiró y dijo: «ya estoy en casa».
LA GUERRA LO RECLAMABA
El joven vivía feliz
con sus padres y ocho hermanos.
Pero lo llaman a «filas»
con sólo dieciocho años.
Al ver partir a su niño…
La madre ahogada en llanto,
se lo encomienda a la Virgen
y le ofrece vestir de hábito.
De su campo y de su gente
nunca se había alejado.
La guerra lo reclamaba.
A muchos hombres han matado.
Al joven lo llevan a África.
Ponen un fusil en sus manos
para qué dispare balas
contra un enemigo hermano.
¡Pobre niño! Ay, mi hijo
que tragedia le ha tocado
y tiene que ser valiente
aunque esté muy asustado.
Entre peñascos y lomas
se reparten los disparos.
Al grito de una «Patria»
van muriendo los soldados.
De Tetuán llega a Galicia.
Mucha sangre han derramado.
Se ha teñido de rojo
la tierra, tras el arado.
El joven se ha hecho un hombre.
Regresa a los cinco años.
Su familia ha crecido,
han nacido tres hermanos.
Ese joven es mi padre.
A esa guerra fue obligado,
nunca pudo olvidarse
de las penas que pasaron.
España lleva cicatrices
de esa guerra miserable.
Que nunca se olvide el dolor
y el sufrimiento de tanta gente.
Al hablar de mis padres siempre lo hago en presente, yo no puedo decir «que en paz descanse» porque sé que están en paz y vivos aunque yo no los puedo ver. Lo que se lleva en el alma…, no muere. Mi padre fue el mejor padre y para mi madre el mejor marido. Hace sesenta y dos años que se casaron, pues en esa época que la mujer estaba casi anulada, mi madre era todo para mi padre; la admiraba, la valoraba y la respetaba. Depositó en ella la administración de la casa y solía decir: «Eso lo lleva mi mujer» o «ella es la que sabe». Siempre estaban conversando, reían y eran confidentes y cómplices, con solo mirarse se entendían.
Mi padre era el primero en levantarse, al despuntar el día hacia el café y le llevaba a mi madre a la cama el «buchito calentito». También el tiempo que mi madre permanecía en cama cuando nacían los hijos, veía con qué mimo y cariño la cuidaba.
La labranza del campo es una tarea laboriosa y constante. Habían tareas en la que las mujeres participaban, pero él si había que echar una mano a mi madre, que llevaba la casa y cuidaba de nueve hijos, también lo hacía. En más de una ocasión lo ví fregar platos, hacer queso, vestir a la prole etc., eso es lo normal, pero no en ese tiempo. Una de las cosas que no nos toleraba y nos lo advertía era, que él no se enterara de que no obedecíamos a mi madre y de que le faltáramos al respeto. Es verdad que al padre se le respetaba más que a la madre. Tengo que decir que con ellos tuve una relación cariñosa de confianza y complicidad y siempre los traté de «Usted».
Cuando nos mudamos a Las Palmas capital a mi padre le costó más adaptarse al cambio, pero por el bien de sus hijos cualquier sacrificio… Los hijos crecen y también los problemas, cuando único he visto un desacuerdo en ellos fue por culpa de sus hijos. Mi padre trabajaba en el sector servicios con turnos de mañana o de tarde. Cuando tenía la mañana libre ayudaba a mi madre con la comida, uno pelaba las papas y el otro los ajos… y siempre conversando. Con el turno de tarde llegaba pasada las once de la noche, encendía la luz del pasillo e iba habitación por habitación a ver si todos sus hijos estaban en la cama y si estábamos destapado nos arropaba con las sábanas con cuidado para no despertarnos, aunque yo intentaba no dormirme hasta que no llegara, a veces me destapaba un poco para que me tapara, en ese momento le cogía la mano y nos reíamos, y ya podía entregarme a mis sueños.
¡Papá!, quiero confesarte que me siento muy orgullosa de ti, siempre estaré agradecida a Dios y a la vida por tenerte como padre. Fuiste el padre perfecto porque me distes amor y disciplina. Me educaste en el orden y respeto, me transmitiste la fe y la responsabilidad, me inculcaste valores, tu ejemplo y enseñanzas están siempre presentes, pero… bien sabes, papá, que la vida nos da sorpresas y hay circunstancias imprevistas que tratas de entender y aclarar, pero las situaciones no siempre dependen de uno y el tiempo que es sabio como una madre, saca a la luz la verdad y pone a cada uno en su sitio, porque a veces hay razones que la razón no entiende, pero hay que estar dispuestos a perdonar… ¿verdad? ¡Te quiero, Papá!
CANTO A MI PADRE
Mi padre es tierra y raíces
Es silbo en la madrugada.
Es surco que abre el arado.
Es canto en la mies segada.
Mi padre pone oración
en el ocaso y el alba.
Es el cobijo seguro.
Es mi latido del alma.
Sus manos son como el roble.
Estrella que guía su mirada.
Su paciencia y sus desvelos
nos conduce a un mañana.
Tu ausencia me dejó sin horizonte.
Sin caminos por donde echar andar.
Aún, ¡padre mío! En las noches…
siento que me vienes a arropar.
Allá… de entre las nubes,
una luz llega a mi casa
y me anima y me da fuerzas.
Mi padre es mi esperanza.
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