Tengo conciencia de que de un momento a otro dejaré este mundo terrenal y me iré sin pena porque no me he aferrado a la tierra, aunque la he sentido y me he empapado de ella. La he observado con detenimiento para escudriñar en su misterio y no ha habido un día que no haya dejado de emocionarme y sorprenderme.
Puedo decir que me iré agradecida a la vida por tanto que me ha dado. Unos padres de los que me siento muy orgullosa por ser muy buenas personas. Fueron los mejores como padres, como hijos, como hermanos y entre los que le conocieron, no hay más que buenos recuerdos y palabras emocionadas, por eso puedo llamarlos santos difuntos, aunque no los puedo ver, no los siento muertos. Nadie muere mientras se les recuerda y yo a mis padres no sólo los recuerdos, sino que los llevo dentro de mi alma: «Las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran».
Bienaventurados los santos,
los que mueren cada día,
que han llegado hasta Dios
y disfrutaran por siempre esa dicha.
Todos tenemos algún santo
que nos vele desde el cielo:
¿Quién no tiene un padre o una madre,
una abuela o un abuelo?
Veamos a nuestros difuntos
no como a simples muertos.
Veámoslo como santos
que nos preparan el cielo.
Nada más nacer, lo único seguro que tenemos es la muerte. La muerte es nuestra inseparable sombra, nuestra amiga y sin embargo, no queremos mentarla. Nos parece que no va con nosotros y que siempre toca a los otros, llegamos hasta reconocer que es ley de vida. Ahora que cuando nos toca de cerca, cuando nos hiere y nos produce un dolor insufrible al arrebatarnos lo más que queremos: padres, hijos, amigos, nos preguntamos el por qué la vida es así y la razón para que eso nos suceda.
La vida es una hoja en blanco sin un borrador. Sabemos que aquí estamos de paso y que venimos con un plazo, corto o largo, no lo sabemos. Unos vienen por un día otros por cien años, mientras tratamos de ir llenando de años la vida, queremos vivirla con salud principalmente, con alegría, ilusión y esperanza.
Todos coincidimos por lo general, en que no le tenemos miedo a la muerte, pero sí a la enfermedad. A veces pienso que la muerte para llevarnos, parece querer tener con qué justificarse y nos llena de enfermedades, accidentes y locuras, como para no ser ella la culpable de nada.
Si desde que nacemos sabemos que nos morimos, lo que es lo mismo, si nacemos para morir, ¿para qué nacemos? Eso me pregunto yo y, como creo que no hay un sabio o iluminado que me lo explique, no voy yo a amargarme la vida pensando en la muerte, en ella no tengo que pensar porque me va pisando los talones, es mi sombra. Más de uno cuenta que han podido verla de cara, por enfermedad, accidente… ¡casi me muero!
A veces me tomo lo de vivir esta vida como un viaje. Venimos por un tiempo y regresamos de nuevo a casa. Dios puso al hombre en el Edén al que confió su proyecto divino. El bienestar del hombre era el principal objetivo, pero… el hombre por su soberbia —siempre la soberbia— fue expulsado y desde entonces no ha aprendido la lección.
Puede ser que primero debamos conocernos bien los hombres, saber hasta donde podemos llegar con nuestra capacidad de destrucción y tomemos conciencia y comprendamos que el amor es el único camino para que aflore todos los valores y virtudes que dignifica y nos aproxima a la perfección, una vez hayamos caído en la cuenta regresamos de nuevo al Edén…
Solo sé que no sé nada, porque el hombre busca respuestas y encuentra preguntas…No creo tener el poder de la verdad absoluta pero, dicen que pensar es como vivir dos veces y a mí me gusta pensar y reflexionar para poder discernir con un cierto razonamiento lógico a tantos interrogantes sin respuesta. Tengo la certeza de que aquí estoy por algo, aunque no tengo la capacidad para entenderlo si tengo la convicción de que alguien superior, poderoso y sublime; omnipotente y omnipresente es el artífice de la humanidad y de todo lo que le rodea. La belleza es una de las pocas cosas que no hacen dudar de la existencia de Dios. Todo lo bueno y bello viene de Dios, y el hombre que aún teniendo la semilla del conocimiento, ignora o niega su naturaleza de vida que trasciende y lo acerca a lo divino.
Las personas y los hechos de la historia, son los que son y fueron lo que fueron y están y estarán pasados los siglos. Otra cosa es, que a mí no me guste que fuera o sucediera así y por ello quiero distorsionarlos o cambiarlos, pero lo escrito, escrito está y dice lo que dice.
Los hombres hemos perdido la razón. Más de una vez he oído barbaridades culpando a Dios…, por ejemplo de las guerras: ¿Por qué Dios permite que haya guerras o enfermedades? ¡No! Dios no tiene nada que ver… Él nos creó a su imagen y semejanza, pero nos dejó libres para que tomemos nuestras propias decisiones, no nos pide ni exige que creamos en Él. Los caminos los tenemos enfrente y yo elijo el camino que quiero seguir.
Las guerras, ¿quién hace las guerras y fabrica las armas? el hombre ¡no! Pues el hombre con su prepotencia, soberbia y egoísmo deja aflorar su irracionalidad asesina sembrando el pánico, la desolación y la miseria y deja tras su paso un reguero de muertos, epidemias y toda clase de males. El mayor drama de las guerras es el hambre. Mientras los “señores” de la guerra engordan, la población no tiene nada que echarse a la boca, ni siquiera encuentran raíces para seguir alargando su agonía y minuto a minuto van muriendo miles de personas por culpa de las guerras.
Las guerras activan el odio, el odio exige venganza y si no la obtiene, crea más odio. Hombres han sido también los que han hecho Cruzadas, Inquisiciones y persecuciones, solo ellos y a ellos hay que pedirles explicaciones. Esas acciones criminales son doblemente despreciables, por el hecho y por los que lo han hecho utilizando el sello de Dios. Aunque sean de Iglesia, veo unos hombres miserables que han quebrantado el nombre, la divinidad y el amor de Dios, pero eso no afecta, o no tiene porque afectar para nada a mi fe. Mi fe emana del amor de Dios y no la hace tambalear ni personas ni instituciones.
El origen de las enfermedades también es fruto de nuestra propia cosecha. El cuerpo es sensible a toda agresión y descuido. Si yo no me cuido sé que puedo enfermar. El cuerpo necesita estar controlado, ser alimentado con productos sanos, dosificados y equilibrados. Si yo a mi cuerpo lo cargo de alcohol de grasas de salados de dulces y no duermo o duermo un par de horas, enfermaré y mi enfermedad me la he ganado yo solita, y como ya arrastramos muchas generaciones de estragos, nuestros genes están bien contaminados y desde que nacemos nuestros genes vienen con un alto porcentaje de carga hereditaria enferma y negativa. Unas de las últimas pandemias que han asolado a la humanidad ha sido el sida ¡no! pues el hombre solito se la acarreó.
El día que yo me muera,
nadie llorará mi caja.
Mi cuerpo estará amarillo
porque me quedé sin alma…
En el curso de nuestra vida vamos conociendo diferentes personas, así, cuando conocemos a las apropiadas las apreciamos y estaremos agradecidos por ello, con cada uno hacemos un todo y con todos nos hicimos cada uno.
En nuestra sociedad ha ido arraigando las fiestas de Todos los Santos y la de los Difuntos. Siempre la hemos vivido con respeto, porque recordamos con cariño a nuestros seres queridos, así debe ser, a los muertos se les debe respeto y a los vivos verdad. Los lazos del más allá con el más acá se reactivan con el recuerdo y las plegarias encadenadas en la comunión de los Santos y Difuntos con los mortales.
Séame la muerte mejor vida…
Que triste sería pensar
que nuestra meta es la tumba,
que cubiertos por la tierra,
se entierra nuestra esperanza.
Lápidas con una frase:
“Descanse su alma en paz”.
Unos llantos y unas flores,
y el recurso de rezar.
La muerte es el puente
que conduce a la nueva vida.
Vida que nunca se acaba,
que se enriquece en la tierra.
Tras el dolor la alegría.
En la desesperanza, luz.
Vida eterna como herencia,
al resucitar, Jesús.
El día de los difuntos,
por nuestros muertos pedimos.
Creo, que son ellos los que viven;
Los vivos somos los muertos.
Nuestra esperanza está en Dios
que al cielo nos llevará.
No descansaremos en mármol.
Descansaremos en Paz.
Fotografía: Iglesia en Valladolid, cc. Desaturada de la original.
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