La Inmaculada Concepción se alza como uno de los pilares
fundamentales de las celebraciones católicas, simbolizando el nacimiento de la
Virgen María exenta del pecado original. María forma parte del proyecto de Dios para la salvación de la humanidad. La Inmaculada Concepción está
íntimamente ligada con la concepción de María por San Joaquín y Santa Ana, sus
padres.
La Santísima Virgen «vive totalmente de la relación con el
Señor; siempre en actitud de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el
camino de su pueblo; está inmersa en una historia de fe y de esperanza en las
promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia».
Por la fe, María penetró en el Misterio de Dios Uno y Trino como no le ha sido dado a ninguna criatura, y, como «madre de nuestra fe», nos ha hecho partícipes de ese conocimiento. La Virgen es maestra de fe. Todo el despliegue de la fe en la existencia tiene su prototipo en Santa María: el compromiso con Dios y el conformar las circunstancias de la vida ordinaria a la luz de la fe, también en los momentos de oscuridad. Nuestra Madre nos enseña a estar totalmente abiertos al querer divino. Su plena confianza en el Dios fiel y en sus promesas no disminuye en ningún momento. Por eso, «si nuestra fe es débil, acudamos a María». Jesús nos da como madre a su Madre, nos pone bajo su cuidado, nos ofrece su intercesión. Por ese motivo la Iglesia invita constantemente a los fieles a dirigirse con particular devoción a María.
Nuestra fragilidad no es obstáculo para la gracia, Dios
cuenta con ella, y por eso nos ha dado una madre. María, Madre de Cristo y de
la Iglesia está siempre con nosotros. Siempre nos acompaña y camina con nosotros. De la escuela de
la fe, la Virgen es la mejor maestra, siempre mantuvo una actitud de confianza,
de apertura, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor.
Procuremos imitar la fe de María. Pero, ¿cómo responder
siempre con una fe tan firme como María? Imitándola, tratando de que en nuestra
vida esté presente esa actitud suya de fondo ante la cercanía de Dios. Ella entra
en íntimo diálogo con la Palabra de Dios que se le ha anunciado; la detiene,
la deja penetrar en su mente y en su corazón para comprender lo que el Señor
quiere de ella, para que se haga se Voluntad. María mira en profundidad,
reflexiona, y así entiende los diferentes acontecimientos desde la comprensión
que solo la fe puede dar.
Imitar a María, dejar que nos lleve de la mano, contemplar su
vida nos conduce también a suscitar en quienes tenemos alrededor —familiares y
amigos— esa mayor apertura a la luz de la fe: con el ejemplo de una vida
coherente, con conversaciones personales de amistad y confidencia, con la
necesaria doctrina, para facilitarles el encuentro personal con Cristo a través
de los sacramentos y las prácticas de piedad, en el trabajo y en el descanso.
«Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que
Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán con El
por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera
participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra Señora;
sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de
una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un "fiat" (hágase) que se
renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios».
Mirando a María, pidámosle que nos ayude a vivir de fe y reconocer
a Jesús presente en nuestras vidas: fe en que nada es comparable con el Amor de
Dios que nos ha sido donado; fe en que no hay imposibles para el que trabaja
por Cristo y con Él en su Iglesia; fe en que todos los hombres pueden
convertirse a Dios; fe en que pese a las propias miserias y derrotas podemos
rehacernos totalmente con su ayuda y la de los demás; fe en los medios de
santidad que Dios ha puesto en su Obra, en el valor sobrenatural del trabajo y
de las cosas pequeñas; fe en que podemos reconducir este mundo a Dios si vamos
siempre de su mano. En definitiva, fe en que Dios pone a cada uno en las
mejores circunstancias —de salud o de enfermedad, de situación personal, de
ámbito laboral, etc.— para que lleguemos a ser santos, si correspondemos con
nuestra lucha diaria.
«Jesucristo pone esta condición: que vivamos de la fe, porque después seremos capaces de remover tantas cosas, en primer lugar, nuestro corazón. Fe, pues; fe con obras, fe con sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en criaturas omnipotentes: y todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis» (Mt 21, 22). Impulsados por la fuerza de la fe, decimos a Jesús: «¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!». Y dirigimos también esta plegaria a Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Maestra de fe: «¡Bienaventurada tú, que has creído!, porque se cumplirán las cosas que se te han anunciado de parte del Señor» (Lc1, 45).
«¡Madre, aumenta nuestra fe!». María es vista como un modelo de fe, obediencia y el ejemplo de cómo una persona responde al llamado de Dios.
¡Oh, María sin pecado concebida! Ruega por nosotros que recurrimos a Vos.
Fotografía: blogs: Mondo Cattolico

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