“Más
bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los
llamó; pues está escrito: Sean santos, porque yo soy santo”. 1 Pedro 1:15-16.
Una
vida de santidad consiste en vivir cada acción y momento cotidiano en unión con
la voluntad de Dios, lo que implica un proceso continuo de transformación
personal y crecimiento en el amor y el servicio. Se caracteriza por la
obediencia a Dios, el desapego del pecado y el cultivo de virtudes como la
humildad, el amor, el autocontrol y la disciplina, que se manifiestan tanto en
la vida espiritual como en las responsabilidades diarias.
¿Qué es ser santo? Santo es sinónimo de bienaventurado, dichoso, feliz. La santidad es el don de Dios que colma todas las aspiraciones humanas; es la plenitud de la vida cristiana que consiste en unirse a Cristo, aprendiendo a vivir como hijos de Dios con la gracia del Espíritu Santo y viviendo la perfección de la caridad. Recordar que la Solemnidad del día de Todos los Santos, fue instituida en el año 840 dC. por el Papa Gregorio IV, para toda la Iglesia Universal.
La
santidad, la plenitud de la vida cristiana consiste en unirse a Cristo, en
vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus
comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en
nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda
nuestra vida según la suya. Es ser semejantes a Jesús como afirma san Pablo: "Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo". (Rm 8, 29) (Benedicto XVI, audiencia general, 13 de abril de
2011).
Desde que nacemos estamos llamados a ser santos. Así
como un niño se alimenta y crece, así también el creyente se alimenta, madura y se fortalece.
Vivir en santidad implica alejarnos del pecado y buscar la pureza y la
integridad en todo lo que hacemos. Dios nos llama a ser santos, tal como Él es,
pero es vital entender que debemos tener al Espíritu Santo morando en nosotros
y llenándonos de Su santidad. Solo podemos vivir una vida santa a través del
poder del Espíritu; por lo tanto, el primer paso para vivir una vida santa es
aceptar a Jesús como Salvador (Efesios 1:13). Significa que debemos tomar
decisiones que honren a Dios, es un compromiso diario de reflejar la imagen de
Cristo en nuestras vidas.
Entre
los pocos textos que describen la santidad, San Pablo dice que “somos nueva
creatura, creados en justicia y santidad verdaderas” (Ef 4,24). “Nueva
creatura” es una oposición al “hombre viejo”, pecador, que lleva en sí la
imagen de Dios maltratada y desfigurada. Esa “novedad” es un retorno a la
condición original del hombre, creado a “imagen y semejanza de Dios” (cf. Gn
1,27).
Las
cartas a los Efesios nos enseñan que el Padre “nos ha elegido en Cristo antes
de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor… para alabanza y gloria de su gracia” (Ef 1,4-6). Este texto subraya la
santidad como la finalidad de la creación del hombre, e indica que la
“atmósfera” de la santidad es el amor. Recalca también que la santidad es la
glorificación de la gracia de Dios, o sea, del don gratuito de la salvación y
de la justificación.
En
la segunda carta de San Pedro se nos dice que el poder divino del Padre nos ha
concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad “para que nos hiciéramos
partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el
mundo por la concupiscencia” (cf. 2 Pe 1, 3-4). Aquí hay una reacción entre la
“vida” y la “participación en la naturaleza divina”, lo que es muy sugestivo,
pues la vida en Dios es la verdadera vida. Esa participación en la naturaleza,
divina se hace posible por nuestra inserción en Cristo, la verdadera vid, de la
que obtienen vida sus discípulos, comparados por Jesús a los sarmientos (cf. Jn
15,22). La santidad es la gracia y la vida verdadera, en tanto que el pecado es
muerte (Jn 8, 21-214) y esclavitud (Jn 8,34).
En
la carta a los romanos San Pablo nos exhorta “por la misericordia de Dios, a
que ofrezcamos nuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios,
porque tal será nuestro culto espiritual”, y nos advierte que no nos acomodemos
al mundo presente, antes bien que nos transformemos “mediante la renovación de
nuestra mente, de modo que podamos distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo
que es bueno, lo que es de su agrado, lo que es perfecto” (cf. Rm 12, Is). En
este texto la santidad aparece en clave litúrgica, haciendo del cristiano una
víctima sacrificial, consagrada y entregada totalmente a Dios, lo que no puede
ser realidad sin un profundo cambio de mentalidad para repudiar las “vanidades del mundo” y poder discernir lo que es grato a Dios. En la misma carta, el
Apóstol afirma que “ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco ninguno
muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos
para el Señor. Así es que ya vivamos, ya muramos, somos del Señor” (Rm. 14, 7s).
La santidad, un estilo de vida. En un mundo cada día más depravado no es fácil para el creyente vivir en santidad, pero esa es una exigencia divina y es una marca distintiva de los genuinos cristianos con respecto a los nominales, pues quien vive en santidad da frutos espirituales de justicia; de hecho, en el Nuevo Testamento se le llama ‘santo’ al creyente que nació de nuevo en Cristo. Dios es amor y en el amor está la santidad. La santidad es una vocación universal, es decir, dirigida a todas las personas. Esas personas bienaventuradas que vivieron en plenitud como hijos de Dios. "No tengan miedo a la santidad. No tengas miedo de dejarte amar y purificar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar por la santidad de Dios": decía el Papa Francisco.
El cielo está lleno de gente cristiana y buena, gente que conocimos y con la que convivimos... “Todos tenemos algún santo que nos vele desde el cielo, ¿quién no tiene un padre, o una madre, una abuela o un abuelo…?”.
"Ser santo porque yo soy santo" esta cita bíblica aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y su significado es, que la santidad de Dios es el modelo para su pueblo, reflejando así la naturaleza santa de Dios en sus propias vidas. Que el amor sea nuestra carta de presentación. Si el que ama es santo, dejémonos llevar por el amor y el amor nos santificará.
La Santidad es nuestro camino hacia Dios... Dijo el Papa Francisco: "Que la fiesta de Todos los Santos que se celebramos hoy, nos recuerda que la meta de nuestra existencia no es la muerte, ¡es el Paraíso!"
¡Feliz Día de todos los Santos! Pidámosle que rueguen por nosotros los pecadores.
Fotografía: Internet

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