¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Esta
aclamación llena de fe triunfante es un saludo de Pascua que se usa entre los cristianos de muchas
partes del mundo. Afirma claramente lo que se celebra y se recuerda en Pascua.
Que el Señor Jesús, quien fue Crucificado y murió en el Calvario, Vive. Que el
Dios Encarnado que murió y fue sepultado Vive. Él Vive. Él ha Resucitado. Esta
es la confesión fundacional de nuestra fe cristiana.
Año tras año celebramos con tanta felicidad el misterio de la
Resurrección. Un misterio, una historia que seguramente será la más increíble
de toda la humanidad. Un misterio que traspasa los límites de la comprensión
humana. Sin embargo, en la resurrección de Cristo hay hechos tangibles,
verdaderos, y que han sido motivo de reflexión y profundización en el misterio
central de nuestra fe. Creemos, aunque no hemos visto y tocado, que Cristo vivo
y resucitado está presente en medio de nosotros.
En el preciso momento en que la Iglesia recién nacida parecía
haber desaparecido para siempre, cuando se encontró reducida a escombros y sus
discípulos habían perdido la fe, de improviso todo cambió radicalmente. Una
alegría fuera de sí, incontrolable, ocupará el lugar de la desolación y la
desesperación. Aquellos mismos discípulos, tristes y sin fe, de pronto, comienzan a proclamar con coraje y valentía la victoria del Hijo de Dios.
Para los primeros discípulos, la resurrección no supuso
únicamente la alegría de hallar de nuevo a su Maestro, sino la victoria sobre
las fuerzas de las tinieblas, la garantía del triunfo final de la verdad de
Dios, de la invencibilidad del bien, que se había encarnado en Jesús de
Nazaret. Si Cristo no ha resucitado, dice san Pablo, nuestro anuncio y nuestra
fe carecerían de sentido. De esta idea vivirá el cristianismo. El día de la
Pascua es el día en el que proclamamos nuestra fe, no solo en la inmortalidad
del alma, sino en la victoria sobre la muerte, sobre las tinieblas y sobre la
corrupción. La verdad de la resurrección de Cristo es una verdad entera, plena.
No solo una verdad de la fe, sino también una verdad que alumbra la razón.
¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Por eso
el apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, no duda en afirmar
categóricamente que, si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe;
más aún, seríamos los más miserables de todos los hombres, pues todavía
permaneceríamos en nuestros pecados (Cf. 1Cor 15, 17-19); pero esto no fue así
porque ¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Y así, el Dios y
Padre de Nuestro Señor Jesucristo nos ha bendecido en la persona de su Hijo con
toda clase de bienes espirituales y celestiales destinándonos en Cristo, por
pura iniciativa suya, a ser sus hijos» (cf. Ef 1,3.5).
¡Cristo ha resucitado! ¡Jesucristo es el Rey vencedor! Porque «lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el que es la vida, triunfante se levanta pues la muerte en Él no manda»; esta es la verdad fundamental del cristianismo, ¡es el día en el que actuó el Señor! (cf. Sal 117). Son las fiestas de Pascua, es el acontecimiento por excelencia, ¡es nuestra alegría y nuestro gozo! En efecto, el mundo entero se desborda de alegría, y es que no podía ser de otro modo pues… ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? Por eso, llenos de alegría cantamos y glorificamos a Dios. ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Y el Hijo acepta, para que se cumpla tu voluntad y con su redención salva a la humanidad que creen Él.
¡Cristo ha Resucitado! ¡Esto es un hecho! Y, sin embargo, aun siendo el acontecimiento más extraordinario de todos los tiempos, aun siendo el acontecimiento que hizo la noche clara como el día, nada significaría si nos negásemos a abrirle nuestra puerta al Resucitado para que ilumine nuestra vida con su Luz. El mismo Señor nos los dice: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20).
Solo si dejamos que el Resucitado entre en nuestra casa podrá
liberarnos de las tinieblas y sombras de muerte en las que vivimos, porque solo
en la misteriosa cooperación de la gracia sobreabundante de Dios con nuestra
libertad podemos ser arrancados de la oscuridad del pecado, ser restituidos a
la gracia y ser agregados al número de los santos. Porque solo Cristo hace
nuevas todas las cosas (Ap 21,5).
Es el acontecimiento de la Resurrección de Jesús el que hace
cambiar la historia y da valor y relevancia a la perspectiva que hemos afirmado
desde Dios. La fe en el resucitado cambia
nuestra vida. Cambió la de los discípulos (de miedosos a testigos) y nos cambia
también la nuestra. También a nosotros se nos llama e invita a ser testigos de Resurrección gloriosa. Es necesario el arrepentimiento y la conversión. Abrirse a Dios y
desde Él obrar. Creer en la Resurrección de Jesús es creer en el Dios amigo de
la Vida y en el Dios que nos envuelve en su Vida abrazándonos con su Espíritu.
¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo! La luz de la Pascua no solo alumbra la razón, sino el
presente y el futuro, puesto que la resurrección comporta la realidad de la
presencia de Cristo en medio de nosotros. El Resucitado permanece en persona en
medio de su Iglesia, como hermano, como amigo y Salvador, como un rostro siempre
visible y siempre vuelto hacia cada uno de nosotros, los creyentes.
«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y
me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». (Ap 3, 20).
¡Cristo ha resucitado y con Él renace nuestra fe y alegría! ¡Cristo Vive! en mí, en ti y en todos los que creen en su Resurrección Gloriosa. Celebremos la Victoria del Amor sobre el dolor. ¡Feliz Pascua de Resurrección! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Fotografía: Internet
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