domingo, 20 de abril de 2025

¡Verdaderamente ha Resucitado!

 


¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Esta aclamación llena de fe triunfante es un saludo de Pascua que se usa entre los cristianos de muchas partes del mundo. Afirma claramente lo que se celebra y se recuerda en Pascua. Que el Señor Jesús, quien fue Crucificado y murió en el Calvario, Vive. Que el Dios Encarnado que murió y fue sepultado Vive. Él Vive. Él ha Resucitado. Esta es la confesión fundacional de nuestra fe cristiana.

Año tras año celebramos con tanta felicidad el misterio de la Resurrección. Un misterio, una historia que seguramente será la más increíble de toda la humanidad. Un misterio que traspasa los límites de la comprensión humana. Sin embargo, en la resurrección de Cristo hay hechos tangibles, verdaderos, y que han sido motivo de reflexión y profundización en el misterio central de nuestra fe. Creemos, aunque no hemos visto y tocado, que Cristo vivo y resucitado está presente en medio de nosotros.

En el preciso momento en que la Iglesia recién nacida parecía haber desaparecido para siempre, cuando se encontró reducida a escombros y sus discípulos habían perdido la fe, de improviso todo cambió radicalmente. Una alegría fuera de sí, incontrolable, ocupará el lugar de la desolación y la desesperación. Aquellos mismos discípulos, tristes y sin fe, de pronto, comienzan a proclamar con coraje y valentía la victoria del Hijo de Dios.

Para los primeros discípulos, la resurrección no supuso únicamente la alegría de hallar de nuevo a su Maestro, sino la victoria sobre las fuerzas de las tinieblas, la garantía del triunfo final de la verdad de Dios, de la invencibilidad del bien, que se había encarnado en Jesús de Nazaret. Si Cristo no ha resucitado, dice san Pablo, nuestro anuncio y nuestra fe carecerían de sentido. De esta idea vivirá el cristianismo. El día de la Pascua es el día en el que proclamamos nuestra fe, no solo en la inmortalidad del alma, sino en la victoria sobre la muerte, sobre las tinieblas y sobre la corrupción. La verdad de la resurrección de Cristo es una verdad entera, plena. No solo una verdad de la fe, sino también una verdad que alumbra la razón.

¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Por eso el apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, no duda en afirmar categóricamente que, si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe; más aún, seríamos los más miserables de todos los hombres, pues todavía permaneceríamos en nuestros pecados (Cf. 1Cor 15, 17-19); pero esto no fue así porque ¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Y así, el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo nos ha bendecido en la persona de su Hijo con toda clase de bienes espirituales y celestiales destinándonos en Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos» (cf. Ef 1,3.5).

¡Cristo ha resucitado! ¡Jesucristo es el Rey vencedor! Porque «lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el que es la vida, triunfante se levanta pues la muerte en Él no manda»; esta es la verdad fundamental del cristianismo, ¡es el día en el que actuó el Señor! (cf. Sal 117). Son las fiestas de Pascua, es el acontecimiento por excelencia, ¡es nuestra alegría y nuestro gozo! En efecto, el mundo entero se desborda de alegría, y es que no podía ser de otro modo pues… ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? Por eso, llenos de alegría cantamos y glorificamos a Dios. ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Y el Hijo acepta, para que se cumpla tu voluntad y con su redención salva a la humanidad que creen Él. 

¡Cristo ha Resucitado! ¡Esto es un hecho! Y, sin embargo, aun siendo el acontecimiento más extraordinario de todos los tiempos, aun siendo el acontecimiento que hizo la noche clara como el día, nada significaría si nos negásemos a abrirle nuestra puerta al Resucitado para que ilumine nuestra vida con su Luz. El mismo Señor nos los dice: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20).

Solo si dejamos que el Resucitado entre en nuestra casa podrá liberarnos de las tinieblas y sombras de muerte en las que vivimos, porque solo en la misteriosa cooperación de la gracia sobreabundante de Dios con nuestra libertad podemos ser arrancados de la oscuridad del pecado, ser restituidos a la gracia y ser agregados al número de los santos. Porque solo Cristo hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5).

Es el acontecimiento de la Resurrección de Jesús el que hace cambiar la historia y da valor y relevancia a la perspectiva que hemos afirmado desde Dios.  La fe en el resucitado cambia nuestra vida. Cambió la de los discípulos (de miedosos a testigos) y nos cambia también la nuestra. También a nosotros se nos llama e invita a ser testigos de Resurrección gloriosa. Es necesario el arrepentimiento y la conversión. Abrirse a Dios y desde Él obrar. Creer en la Resurrección de Jesús es creer en el Dios amigo de la Vida y en el Dios que nos envuelve en su Vida abrazándonos con su Espíritu.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo! La luz de la Pascua no solo alumbra la razón, sino el presente y el futuro, puesto que la resurrección comporta la realidad de la presencia de Cristo en medio de nosotros. El Resucitado permanece en persona en medio de su Iglesia, como hermano, como amigo y Salvador, como un rostro siempre visible y siempre vuelto hacia cada uno de nosotros, los creyentes.

«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». (Ap 3, 20).

¡Cristo ha resucitado y con Él renace nuestra fe y alegría!  ¡Cristo Vive! en mí, en ti y en todos los que creen en su Resurrección Gloriosa. Celebremos la Victoria del Amor sobre el dolor. ¡Feliz Pascua de Resurrección! ¡Aleluya! ¡Aleluya!


Fotografía: Internet


No hay comentarios :

Publicar un comentario