Las bienaventuranzas son un conjunto de promesas de felicidad espiritual que Jesús pronunció en el Sermón de la Montaña. Estas promesas, que se encuentran en el Evangelio de Mateo, describen la vida de felicidad y santidad. Las bienaventuranzas sirven de introducción al conocido Sermón que Jesús pronunció frente a sus discípulos y muchos de sus seguidores. El pasaje bíblico se encuentra en Mateo (5:3-12). Bienaventurado significa “muy privilegiado” o “dichoso”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “las
bienaventuranzas” están en el centro de la predicación de Jesús. Cuando en la
Biblia se proclama una bienaventuranza, exhortar sobre la base de la propia experiencia de
felicidad, a seguir los caminos que conducen a ella.
¿Cuáles son y en qué consisten las bienaventuranzas? Lo que Jesús muestra en las bienaventuranzas es a Él mismo. Él es el bienaventurado, el santo, la plenitud de la nueva ley. El cumplimiento de la ley del nuevo reino de Dios consistirá en seguirle, en imitarle, en ser igual que Él en la medida de lo posible. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos.
"Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó
y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo":
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia
la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y
digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande
en los cielos.
Las bienaventuranzas son una expresión que se refiere a un gozo profundo del alma. Ser bienaventurado significa ser feliz, una persona alegre que vive en Dios y por Dios. Por medio de las bienaventuranzas, Jesús describió cómo debe ser el carácter de sus discípulos y cuál es la recompensa que ellos recibirán.
Cada una de las bienaventuranzas va dirigida a un grupo
específico de personas que está desarrollando la cualidad mencionada gracias a
la obra del Espíritu Santo en sus vidas. Y es precisamente de eso de lo que se
trata, de desarrollar el carácter que Dios desea ver en sus hijos. A cada grupo
se le promete que recibirá la bendición correspondiente.
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y
describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la Gloria
de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes
características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la
esperanza en las dificultades; anuncian a los discípulos las bendiciones y las
recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de
todos los santos. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 1716-1717).
Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad.
Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a
fin de atraerlo hacia Él. Las Bienaventuranzas nos ayudan a comprender mejor
las bendiciones que Dios tiene reservadas para nosotros y lo que significa ser
seguidor de Jesús.
Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia
humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia
bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también
al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y
viven de ella en la fe.
Otros dichosos en el libro de los Salmos:
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni
se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos,
sino, que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como
el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo da fruto y
sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera! (Salmo 1:1-3).
Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a
quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el Señor no toma en
cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño. (Salmo 32:1-2).
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que
escogió por su heredad. (Salmo 33:12).
Dichoso aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios, creador del cielo y de la tierra, del mar y de todo cuanto hay en ellos, y que siempre mantiene la verdad. (Salmo 146:5-6).
Dichoso el hombre de buen corazón, que aborrece la hipocresía y la mentira, y no hace daño a nadie.
Bienaventurados los hijos que respetan a sus padres y hacen honor a su ejemplo y enseñanzas.
Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en Él
se refugian. (Salmo 34:8).
Fotografía: Internet
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