“Hay tres cosas que permanecen: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante es el amor”. 1 Corintios 13:13.
Amar duele, pero vale la pena, tejer y destejer y volver a
tejer relaciones es el gran desafío, amar, perdonar y seguir amando. Algo que a
primeras parece sencillo, pero cuánto nos cuesta. Este tiempo de cuarentena es
una gran oportunidad de encuentro, de pedir con sinceridad perdón por las
ofensas y perdonar con la alegría de volver a mirarnos a los ojos y
reconocernos hermanos, hijos y familia de un mismo Dios y de una misma Iglesia.
Cantar al amor de los amores. Amor fraterno, amor sublime, amor
de entrega, dónde Jesús mismos se nos da como alimento de vida eterna: huésped de nuestra alma.
Jueves Santo, celebración del Día del Amor Fraterno. Un momento
privilegiado que celebramos como Iglesia la pasión, muerte y resurrección de
Nuestro Señor Jesucristo, para llamar a vivir la fraternidad y hacer vida real
el mandamiento nuevo del amor.
¿Qué tan importante es el amor en la vida cristiana? lo único
que le da sentido a la iglesia es el amor de Cristo. “Que nos amemos unos a
otros como Él nos amó”.
Las palabras de Pablo en los primeros tres versículos del
cap. 13 de su primera carta a los corintios son muy elocuentes. Sin amor, lo
más preciado del hombre se reduce a la nada; sus más grandes logros se
convierten en cero y los dones espirituales vienen a ser menos que nada. Y lo
mismo podemos decir de la benevolencia. ¿Qué puede ser más sublime que el
entregar todos nuestros bienes para dar de comer a los pobres? Artículo de Sugel
Michelén que hablaba sobre el amor en la biblia.
Sin embargo, Pablo no sólo da a entender en el vers. 3 que es
posible hacer algo como eso sin estar movidos por el resorte del verdadero
amor, sino que también enseña con toda claridad que de ser así de nada sirve:
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor,
vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía,
y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de
tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si
repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi
cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1Cor. 13:1-3).
Si el amor no está detrás de todo cuanto hacemos, de acuerdo
a la enseñanza de este texto a los ojos de Dios eso no sirve para nada. De
manera que el amor es central en la vida cristiana. En el resto de esta entrada
quiero compartir cuatro argumentos que apoyan esta declaración.
En primer lugar, el amor es aquello que nos dispone a
ejecutar todos nuestros deberes para con Dios y para con los hombres.
Es el amor a Dios aquello que dispone nuestro corazón para
honrar a Dios como es debido, adorar Su grandeza, y someternos gozosa y
voluntariamente a Su dominio. Por algo el Señor colocó el mandamiento de amar a
Dios a la cabeza de todos los mandamientos (comp. Mt. 22:34-38). De esta fuente
emana todo lo demás. Es el amor a Dios aquello que nos mueve a obedecerle con
una obediencia evangélica, como la obediencia que le dispensa el hijo al padre
que ama.
Es el amor aquello que nos mueve a refugiarnos en Dios en
tiempos de dificultad. Cuando viene la aflicción queremos estar cerca de
aquellos que amamos, y recibir el consuelo de su compañía. El que ama a Dios se
refugia en Dios en tiempos de necesidad.
Es el amor a Dios aquella virtud que dispone nuestro corazón
a deleitarse en el hecho de que Dios sea glorificado, aun cuando para ello
tengamos que ser nosotros humillados. Es ese mismo amor que guarda nuestras
almas de poner en duda la Palabra de Dios, o de poner en duda la genuinidad de
Su amor para con nosotros cuando atravesamos en medio de alguna providencia
aflictiva. El que ama a Dios justifica a Dios, y está dispuesto a decir como
Pablo: “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Rom. 3:4). Todos nuestros
deberes para con Dios son energizados por el combustible del amor.
Pero lo mismo podemos decir en lo que respecta a nuestros
deberes para con los hombres (comp. Rom. 13:8-10). Si amamos al prójimo nos
guardaremos de hacer deliberadamente nada que pueda dañarle. Más aún, nos
ocuparemos activamente de hacerle bien. La compasión y la misericordia emanan
directamente del amor.
De igual manera es el amor la virtud que pondrá un cerco
alrededor de nuestro corazón para que no envidiemos al prójimo en su
prosperidad; aquello que nos moverá a pensar caritativamente de sus acciones; a
moderar nuestras pasiones cuando tiendan a levantarse en medio de la ofensa, de
los malos entendidos, etc. En Pr. 10:12 está escrito que “el odio despierta
rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas”.
En segundo lugar, cualquier cosa que hagamos que tenga
apariencia de virtud no es más que hipocresía cuando es ejecutada sin amor.
Si no es por amor que lo hacemos ya no hay sinceridad en
nuestra actuación. Sea en el contexto de nuestros deberes para con Dios, o de
nuestros deberes para con los hombres; si el móvil que está detrás no es el
amor a Dios o el amor al prójimo, ¿cuál es, entonces? El amor a nosotros
mismos; a nuestra propia reputación, a nuestra propia comodidad. Queremos el
aplauso y la buena opinión de los hombres, para poder servirnos de esas cosas
en el momento propicio. Así que mientras aparentamos estar preocupados por la
gloria de Dios o el bienestar del prójimo, en realidad estamos preocupados por
nuestra propia gloria y nuestro propio bienestar.
En tercer lugar, decimos la Biblia enseña que la vida
cristiana es una vida de fe, y que la fe obra por el amor.
Pablo nos dice en 2Cor. 5:7 que es por fe que andamos, “no
por vista”. La vida cristiana es una vida de fe de principio a fin. Entramos en
ella por medio de la fe, permanecemos en ella creyendo. Ahora bien, esa fe,
dice Pablo en Gal. 5:6, “obra por el amor”. Donde no veamos esa obra de amor,
podemos concluir que no hay fe, y donde no hay fe tampoco hay vida cristiana.
¿Podemos concebir la vida cristiana sin fe? No, de ninguna manera. Somos salvos
por medio de la fe; vivimos por fe. ¿Podemos concebir la fe sin amor? Tampoco,
porque la fe que no obra es muerta en sí misma, dice Santiago, y Pablo aclara
que la fe obra por medio del amor. Por tanto, podemos concluir que tampoco se
puede concebir la vida cristiana sin amor, lo mismo que no podemos concebirla
sin fe. Ambos elementos caminan de la mano. Dios los juntó, y el hombre no
puede separarlos.
En cuarto y último lugar, decimos que el amor es central en
la vida cristiana, el resumen de todas las virtudes cristianas, porque la
Biblia así lo declara de manera explícita (comp. Mt. 22:34-40). Por algo Pablo
dice en Rom. 13:8 que el que ama ha cumplido la ley.
A la luz de esta enseñanza bíblica, ¿qué debemos hacer ahora?
En primer lugar, debemos examinarnos a nosotros mismos. Dado que el amor es
algo esencial a la vida cristiana, y no un asunto que se encuentra meramente en
la periferia, ¿puedo decir que el germen de esa virtud ha sido implantado en mí
por el Espíritu Santo? Comp. 1Jn. 3:14-19; 5:1.
En segundo lugar, dado que el amor ocupa este lugar de preeminencia en la vida cristiana, aquellos que poseen la convicción de ser hijos de Dios, deben esforzarse por crecer y abundar en este amor cada vez más y más (comp. 1Ts. 4:9-10). ¿Dices ser hijo de Dios? ¿Afirmas haber sido regenerado por el Espíritu Santo? He aquí, entonces, algo en lo que debes estar ocupado todos los días de tu vida: poner este amor en práctica, y abundar en ello más y más. "La fraternidad alumbra la esperanza".
Y si no podemos discernir crecimiento,
probablemente estamos decayendo en nuestra vida de piedad. El que no está
creciendo en amor no está creciendo en nada por cuanto el amor resume todo lo
demás. Que el Señor nos ayude a ser juiciosos y honestos al evaluar estas
cosas, pero sobre todo que nos dé un espíritu renovado de arrepentimiento, de
modo que al evaluarnos a nosotros mismos no desfallezcamos. El Espíritu no nos recuerda el pecado para llevarnos a la depresión, sino para que, arrepentidos, enfrentando
nuestros pecados bíblicamente, seamos cada vez más semejantes a nuestro Señor
Jesucristo.
“El amor es el servicio concreto que nos damos los unos a los otros. El amor no son palabras, son obras y servicio; un servicio humilde, hecho en el silencio y escondido”. Papa Francisco.
Jesús tiene palabra de vida eterna: Jesús, para encontrar el
camino; para dar un sentido a la vida; para construir un hombre nuevo; para
descubrir a Dios.
Jueves Santo, Día del Amor Fraterno: Jesús nos invita a sentarnos a su mesa, a compartir el pan y la vida. Un mandamiento nuevos os doy: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado".
"Gracias Señor, porque nos amaste hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: dar la vida por los demás".
Abrid el corazón al Señor del Amor de la Verdad de la Luz y
de la Vida.
Fotografía: Internet
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