Hijo pródigo: Esta expresión suele emplearse para nombrar al hijo que, tras alejarse del hogar de sus padres con la intención de independizarse, termina regresando. El adjetivo pródigo tiene varios usos: Que desperdicia y consume su hacienda sin medida en gastos inútiles, o también que desprecia lo estimable... El hijo pródigo nos representa a nosotros cuando nos rebelamos contra nuestro Padre Celestial, pero no importa a dónde hayamos ido ni lo que hayamos hecho, el Padre misericordioso desea que regresemos a casa a Él y al evangelio de Jesucristo. También la tierra está llena de hijos pródigos.
«Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la
gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo
que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir
entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado de poder pensar y juzgar,
está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira.
Con gente así, puedes hacer lo que quieras». Hannah Arendt. Historiadora y filósofa alemana,
desarrolló el concepto de «la banalidad del mal».
Puestos a soñar, soñemos… Supongamos que somos periodistas y
se nos concede el deseo de realizar la más gloriosa entrevista, ir al cielo a
entrevistar a Dios.
—Pasa, —me dijo Dios—. ¿Así que quieres entrevistarme?
—Bueno, —le contesté—, si tiene tiempo...
Se sonríe y me mira tiernamente y dice:
—Mi tiempo se llama Eternidad y alcanza para todo, ¿qué
preguntas quieres hacerme?
—Me gustaría saber: ¿Qué es lo que más que le
sorprende de los hombres?
—Que se aburren de ser niños, apurados por crecer, y luego
suspiran por regresar a ser niños. Que primero pierden la salud para tener
dinero y enseguida pierden el dinero para recuperar la salud. Que, por pensar
ansiosamente en el futuro, descuidan su hora actual, con lo que no viven el
presente ni el futuro. Que viven como si no fueran a morirse, y se mueren como
si no hubieran vivido. Y pensar que Yo...
Con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada, dejó
de hablar. Sus manos toman fuertemente las mías y seguimos en silencio. Después
de un largo tiempo y para romper el silencio, le dije:
—¿Me deja que le haga otra pregunta?
Nacer, morir, cara y cruz de la vida. Así lo hemos entendido
y así lo asumimos. Estamos aquí de paso y lo sabemos, aunque intentamos
olvidarlo continuamente mediante la cotidianeidad. El saber que somos seres
perecederos le da un toque especial a cada uno de nuestros pasos por esta
Tierra, que serían muy diferentes en caso de sabernos eternos como los dioses.
Pero también, como es lógico, nos llena de pesadumbre y temor el no saber a
dónde vamos después de morir. Esta obsesión ha perseguido al ser humano desde
que comenzó a tener conciencia de su propia existencia y espiritualidad.
Entonces, para algunos surgieron las religiones, como intento de respuesta a lo
que no entendemos. Para otros, sin embargo, se revelaron, aunque con los mismos
motivos. Gracias a ellas tenemos esa muleta de apoyo que nos recuerda que esta
vida no es la única, y que después de la muerte no desapareceremos.