Aunque la nostalgia me invada, hoy y siempre, doy gracias a
Dios por darme a los padres que me dio y por el tiempo que pude disfrutar junto
a mi madre y mi padre, mis seres queridos que un día partieron y mi vida está inmersa en el desconsuelo… Es que hoy, tal
día como hoy, hace 44 años que Dios llamó a mi padre: Tristeza por su partida y
alegría porque está en el cielo. Haya vivido poco o mucho, el tiempo que vivió
a mi lado ha sido un regalo y por corto lo valoro más, por eso agradezco los
años que Dios me permitió vivir con el calor de su presencia y con la de mi madre, a los dos los añoro cada día que pasa…
Llamamos tiempo al espacio entre el día que nacemos y el que nos vamos. La vida es fugaz como la llama de las velas, por eso es
importante vivir hoy, porque vivir es un regalo, aunque también se podría decir, que la
muerte también lo es, porque es el principio de la vida eterna con Dios. La
eternidad no es un largo tiempo, sino que es un estado donde ya no hay tiempo,
como diría Agustín de Hipona.
La muerte de un ser querido suele ser un gran cambio en nuestra vida. Lleva tiempo afrontar esa pérdida y encontrar maneras de adaptarse a esa ausencia. Los que hemos tenido que afrontar la muerte de un ser querido, porque hemos experimentado esas sensaciones, podemos entender cuando se habla de vacío interior y de fuerzas mermadas por el dolor de la ausencia física que nos desgarra. El no poder sentir nunca más su presencia, sus abrazos, no poder ver su sonrisa, no poder escuchar su voz, nos llena muchas veces de impotencia ante lo que definitivamente no podemos cambiar. La muerte es lo único seguro, pero para lo que muy pocos tienen una adecuada bienvenida.
Nos resistimos, lloramos, nos llenamos de rabia viendo la
silla vacía y finalmente luego de cada una de las fases de nuestro duelo,
quizás terminamos aceptando que ese ser especial ya no está más entre nosotros.
Pero para nuestra fortuna, en algún momento podemos notar que ese ser especial está cerca de nosotros, aunque no lo podemos abrazar, percibimos su presencia sanadora.
Por supuesto, que el lugar que ocuparon en nuestro corazón sigue siendo de ellos, por tanto, viven a través de nosotros y se manifiestan cada vez que los recordamos, cada
vez que pensamos en ellos, su presencia parece invadirnos y escuchamos sus voces
en nuestras mentes y casi podemos imaginar el discurso que emplearían para
alguna situación particular… Definitivamente ya no están entre nosotros, pero
sí están en nosotros.
La energía del amor no se rompe por la presencia o por la ausencia de las personas, el amor permanece, inclusive, más allá de lo que conocemos como vida. Hay quienes piensan que las personas que amamos y que parten antes que nosotros, de vez en cuando hacen una pausa en su nueva manera de evolución, para hacerse sentir, para mostrarnos que no hay planos que separen el verdadero amor y para darnos esperanzas de que más allá de lo que ocurra, siempre retornaremos a una fuente común, que no nos permite desconectarnos y que nos permite sentirnos y amarnos a pesar de las distancias. Es justamente el amor lo que los mantienen vivo en nuestro corazón, se mantienen vivo en cada latido, en cada pensamiento, en cada semilla que sembraron, en quienes compartieron con ellos, y a través de esas huellas podemos seguir sus pasos, sus enseñanzas y consejos.
Pero si reflexionamos sobre las diferentes creencias religiosas que definen la muerte y su viaje de diferentes formas, al final la mayoría cree en una continuación luego de la vida. “En la casa de mi padre existen muchas estancias”, decía Jesús. Y Aristóteles decía “Somos alma, cuerpo y razón (mente, logos)”; en consenso somos almas revestidas de un cuerpo temporal con fecha de expiración. Todos somos viajeros en el tiempo, pero algunos se adelantan. Nacemos en grupos familiar junto a unos acuerdos de amor para aprender lecciones que se quedan en la tierra, pero que se van con nuestro corazón al cielo (algo de nosotros se va con ellos). Los que se van, son compañeros de viaje que adelantaron su vuelo de regreso a casa, dejando atrás los roles y personajes temporales de la tierra para convertirse en seres de luz y amor; seres sin tiempo ni edad. Se debería festejar más la partida que la llegada, sin embargo, el pensar que solo existe este mundo material o que hay un juicio severo al otro lado, nos angustia, pero la muerte física es una continuación, un regreso y una oportunidad para seguir creciendo en la unidad con Dios, conocido como salvación (etimología que significa sanar, unido, entero, íntegro, no dividido). Según Sharon MK. existe un proceso cristiano del oriente no muy conocido al que se le llama Teósis: que es crecer en la semejanza y en la divinidad de Dios.
La muerte es solo un pequeño paso en el proceso de unión y semejanza de Dios. Ni la muerte ni la enfermedad son castigos de Dios, sino que son Ley de la vida en este plano material de existencia. Los árboles no sufren al dejar ir sus hojas, ni la mariposa su capullo, son parte de la naturaleza y de los ciclos de la vida, pero, aunque podemos entender que la vida y la muerte son ciclos vitales, no podemos evitar el desgarro del alma por la ausencia de un ser querido.
Podemos pensar que cuando alguien se va, Dios ya ha preparado
el camino, y dentro de la experiencia de la partida se puede despertar la
urgencia por vivir. Ser testigo de la mortalidad nos paraliza y cuesta despertar
a la realidad. Quizás, la mejor manera de honrar a un ser que ha partido es
viviendo plenamente nuestra propia vida en la tierra, con su memoria en lo más profundo del ser. El fin de la
vida es crecer para lograr llegar a ser “nosotros mismos”, viviendo en paz sin dañar a nadie, mostramos en nuestro exterior el reflejo auténtico del mundo que alberga en nuestro interior.
No existen palabras para calmar el alma cuando un ser querido se va, pero podemos cambiar un poco nuestra perspectiva sobre la muerte para evitar el sufrimiento. Tememos lo que no conocemos, pero la fe en un Dios bueno y misericordioso junto a la certeza de un mundo nuevo luego de la vida, nos brindará la paz y el consuelo. Sentir tristeza es algo natural y temporal que sana
eventualmente, y aunque el sentido de la pérdida de un ser querido, jamás se va.
Recordar con amor a nuestros padres sigue alimentado y reforzando ese vínculo
de filiación y pertenencia que necesitamos para sentirnos acompañados en la
orfandad. Mantengo la esperanza del reencuentro, porque Dios sabe la verdad de
cada pensamiento y de cada corazón.
Papá, aunque han pasado 44 años, al recordar hoy aquellos momentos de tu partida, todo lo siento tan reciente que mi corazón se ahoga en un mar de lágrimas... Me consuela haberte querido, admirado y respetado. Mamá, Papá, los dos me duelen, desde el día que ustedes se fueron, “sé lo que siente
vivir en la tierra con el corazón en el cielo”. ¡Nunca los podré olvidar!
Fotografía: Internet
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