Honor (del latín honor-is): El honor es una cualidad de
imagen pública, es la honra de tu dignidad, tu respeto para los demás y respeto
hacia ti mismo. Es la cualidad de la persona que por su conducta es merecedora
de la consideración y respeto de la gente y que obedece a los estímulos de su
propia estimación.
El honor es un concepto con diversas valencias, según se tome
en una acepción subjetiva (lo que uno siente como su propio honor) o en su
acepción social, como elemento que entra en juego en las relaciones sociales en
muchas civilizaciones.
El honor es el esplendor de la vida humana tal como se
refleja en la conciencia propia y en el conocimiento ajeno; o, con más
precisión, el honor es la manifestación de la estima concebida respecto a una
persona. Si este conocimiento se le manifiesta a la misma persona interesada,
tenemos más exactamente el honor, mientras que la valoración lisonjera de una
persona manifestada en su ausencia entre sus conocidos se llama propiamente
fama.
Como el aire para los pulmones, así el aura de la estima y
del respeto que condicionan la alegría de vivir de toda persona. El que se siente aprobado en su conciencia por lo que hace y por la
estima ajena saca estímulo y energía para proseguir su camino. Pero también la
estima de que uno goza sin saberlo entre la gente es de enorme ayuda para ser
acogido por nuestros semejantes y para entablar útiles relaciones de
colaboración y de intercambio con ellos. La confianza o crédito es moneda;
mejor, es más indispensable que el dinero contante y sonante, que perdería a su
vez el encanto si surgiera la sospecha de una eventual falsedad.
Cristo decía que el alimento no vale más que la vida que
alimenta, ni el vestido más que el cuerpo que cubre (Mt 6,25). Tampoco el honor
vale más que la persona que está revestida de él. Es más, según el mismo
pensamiento cristiano, tampoco la vida del cuerpo vale más que el alma. Esta
alma o persona humana hay que verla en toda su misteriosa complejidad. Forma
una sola cosa con el cuerpo, pero no se identifica con él. A su vez, el cuerpo
expresa al alma y la inserta en el mundo; de modo que los bienes de este mundo,
comprendido el honor, entran en la esfera personal del alma y reflejan su dignidad
casi infinita. Así surge el derecho a los bienes de este mundo, comprendidos la
fama y el honor.
Pero hay que resolver un problema radical a propósito de la persona humana. En sí misma, la persona, cuerpo y alma con todos los bienes de este mundo que le pertenecen, es creada, o sea, ha venido de la nada, de la cual la ha sacado el poder creador que la sostiene en la existencia. Sin este continuo sostén creador, el hombre, como todo el mundo, no es nada ni vale nada. Puede que el nihilismo de cierta filosofía imperante lo compruebe, aunque sea involuntariamente. Sin embargo, a diferencia de todo el mundo visible y científicamente cognoscible, el hombre es como un espejo en que el Creador refleja el esplendor de su rostro divino. Así pues, el hombre refleja una dignidad infinita, que merece respeto, reconocimiento y honor. Aunque hay quien no es digno de ese honor.
Si añadimos cuanto nos descubre la revelación cristiana: que
Dios se ha humanado para divinizar a todos los hombres, crecen
inconmensurablemente la estima y el honor debidos incluso al más pequeño e
insignificante de los humanos. Esto no supone en modo alguno una nivelación que
ignore las diferencias de los valores de todo tipo que distinguen a las
diversas personas. Mas estas diferencias vienen casi a desaparecer y diluirse
desde la común distancia del observador que, como desde un observatorio, vuela
a miles de kilómetros por encima de las cumbres de una región montañosa. A la
luz de la fe, que permite ver al hombre y a las cosas desde la altura infinita
de la mirada divina, los criterios humanos se ven profundamente alterados.
Hablar hoy del honor pudiera parecer a muchos que es estar fuera
de contexto. En la frivolidad de nuestra vida cotidiana no hay lugar para el
honor. Cuenta más el patrimonio económico que el moral. Tanto tienes, tanto
vales. ¿Y la dignidad humana, de la que emana el honor? El honor es un concepto
ideológico basado en los principios que informan nuestra sociedad; implica,
además, un determinado comportamiento frente a la comunidad. Honor y honra
caminan juntos. El honor es un atributo de toda persona, un derecho a ser
respetado por los demás, y no se entiende si previamente no hay un aprecio o
autoestima de uno mismo. El honor, así, se refiere al juicio de valor que la
sociedad tiene de cada individuo. De aquí que se hable de un honor subjetivo
(la autoestima) y de un honor objetivo (la reputación social). El honor es un
bien legalmente protegido por la Constitución.
En ese lago oscuro que se mueve nuestra sociedad actual, la virtud, la dignidad y el sentido de la responsabilidad son rara avis. Lo importante son las apariencias. Hoy se engaña -o se trata de engañar- al prójimo como la cosa más natural. Lo decisivo es ser más; los medios para conseguirlo, lo de menos. La mentira es moneda de curso legal, en las relaciones sociales y políticas. Hay quien se crece con la mentira, los falsos relatos se inventan para conseguir un fin, y si el fin es desprestigiar a un hermano al que ve como rival, se injuria y calumnia para apagarle el brillo. La envidia es una enfermedad de no fácil curación. No hay sentido del honor, pues la meta que se persigue no es el bien común, sino el poder de estar por encima, aunque tenga que caer bajo. La dignidad es un valor en desuso y la propia estimación se ha transformado en engreimiento, vanidad, soberbia y petulancia. La buena fama y el honor les tiene sin cuidado.
El artículo 18.1 de la Constitución Española de 1978
garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia
imagen. Actualmente está considerado como un derecho fundamental. Sin embargo,
a lo largo de la historia no ha sido un concepto unívoco ni ha tenido la misma
significación. Ha dependido de las normas, valores sociales y morales vigentes
en cada momento. El diccionario de la Real Academia Española define el honor
como buena reputación y la honra como buena opinión y fama adquirida por la
virtud y el mérito. Muchos autores de diferentes épocas han definido el honor o
la honradez: Tácito decía que en un espíritu corrompido no cabe el honor.
Publio Siro expresaba que el que ha perdido el honor ya no puede perder más.
Cervantes manifestaba que es mejor la deshonra que se ignora que la honra que
está puesta en la opinión de la gente. En sentido objetivo el honor es la
reputación, buen nombre o fama de que goza, ante los demás, una determinada
persona.
En la Edad Media el concepto del honor se ponía a prueba diariamente. El espíritu caballeresco medieval expresaba fidelidad al deber y a la honra. Por doquier y en todos los niveles de la sociedad se escuchaban expresiones: "Por mi honra y honor". Los caballeros tuvieron gran prestigio y reconocimiento popular por sus grandes gestas. De este siglo viene la expresión popular que ha llegado hasta nuestros días: "Es todo un caballero".
En esa época era despreciable la figura del calumniador y sus ataques al honor de la personas. Hoy al calumniador se le premia arropándolo para conjurar juntos. Se pisoteo el honor de las personas con total impunidad, porque la gente sin honor no respeta el honor ajeno, aunque verdaderamente, el honor nadie te lo podrá arrebatar. Ya lo dijo Jean Jacques:
“El honor de un hombre no está en manos de los demás; está en nosotros mismos y no en la opinión pública. No se defiende con la espada ni con el escudo, sino con una vida integra e intachable”.
Fotografía: Internet
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