A los que te desprecien, regálale tu ausencia… El desprecio puede catalogarse como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, fuente de muchos de los problemas en las relaciones interpersonales y causa de innumerables rupturas y sinsabores. Sus tentáculos son largos y pueden causar mucho daño, como afirmaba Voltaire: “todo es soportable salvo el desprecio”.
Es importante tener presente que, aunque el desprecio
está dirigido hacia los demás, también se refleja hacia dentro, al igual que
todas las emociones negativas, de manera que se convierte en una especie de
espada de doble filo que termina dañando a quien lo vuelca en los demás.
El desprecio es la última de las cinco emociones
básicas de valencia negativa, junto a la tristeza, el miedo, la ira y el asco,
y suele estar vinculada a estas dos últimas. Recuerda que solo una de las
emociones innatas y universales es positiva, la alegría; y otra es neutra, la
sorpresa. Siete en total. El desprecio es también la única emoción unilateral,
es decir, solo se produce en un lado de la cara. Está concebida para expresar
superioridad o desdén hacia otra persona o sus acciones. Desde el punto de vista
de la comunicación no verbal, detectar la expresión facial de desprecio cuando
alguien nos habla no siempre resulta fácil, pero es muy útil para saber a quién
tenemos delante realmente.
El desprecio es uno de los tratos más dañinos que
podemos recibir y ofrecer a otros, dice la psicóloga Valeria Sabater. El
desprecio tiene la forma de una palabra que hiere y desmoraliza, de una mirada
sesgada, del cuchicheo burlón. Es gesto, mueca que refleja rechazo por aquello que dices o haces en un momento dado.
Pocos comportamientos resultan tan dañinos para la integridad psicológica como
esos que, poco a poco acaban rompiendo cualquier relación, bien sea familiar o de pareja.
A pesar de que estemos más acostumbrados a hablar y a
leer sobre aspectos relacionados con el odio o la indiferencia, cabe señalar
que el desprecio es sin duda la emoción más letal. Es esa arma de destrucción que requiere de algo más de sofisticación. Así, mientras la rabia o la
indiferencia pueden ser reacciones puntuales y momentáneas, el desprecio parte
de un subterráneo más oscuro.
Quien desprecia tiene la clara intención de humillar
al otro. Busca ridiculizar, empequeñecer e incluso anular a la otra persona de
forma abierta y manifiesta. Lo hace con el desprestigio, la calumnia, buscando la oportunidad perfecta y lo
consigue practicándolo abiertamente hasta dejar una herida en la mente, una
fractura en el amor propio y rompiendo para siempre el lazo de la confianza.
Entre familiares y compañeros de trabajo, el desprecio
está a la orden del día de forma abierta o bien de forma discreta y sibilina.
Sea como sea, hay algo que debemos tener claro: el desprecio es un
comportamiento claramente cobarde que se nutre del resentimiento y de la falta
absoluta de madurez emocional.
“Si consigues no despreciar a nadie, te habrás librado
del peligro de muchas debilidades”. Charles
Dickens.
El desprecio duele porque siempre viene de personas que
queremos. Una cosa es un gesto en un momento dado y otra cosa es, recibir un
desprecio cotidiano. Un desprecio contagiado que ha sido infiltrado por la maldad. El desprecio es el lado opuesto de la empatía, mientras que la
empatía es la capacidad de abrirnos al otro y conectar con su realidad y
necesidades, el desprecio hace lo contrario. Primero levanta un muro y después
se alza sobre él en actitud de poder para denigrar y empequeñecer al otro.
Por otro lado, las personas habituadas a despreciar a los demás suelen tener a menudo ciertos puntos en común. Son perfiles que no toleran la brillantez del otro, ni los halagos ni la admiración al otro, una mezcla de envidia y egoísmo no les permite conectar ni ver las necesidades de los demás. Detrás de estos perfiles suelen existir ciertas dimensiones psicológicas. Son personas llenas de frustración y hasta de ira soterrada. El ejercicio del desprecio les sirve para proyectar y volcar en los demás sus propias emociones negativas y su insatisfacción personal.
Cuando ofendas a alguien, clava un clavo en la madera.
Cuando te disculpes, sácalo; entonces entenderás que siempre quedan cicatrices.
Entendamos que el desprecio es la dimensión más dañina
que podemos recibir y ofrecer a otros. Es un modo de invalidar, es una falta
absoluta de compasión y empatía, es generar dolor en otros y engendrar la
semilla de la angustia y el miedo. La misma que acaba rompiendo nuestras
relaciones afectivas, y puede producir tanto dolor, que puede hacer que una persona cambie por completo sus prioridades y su dinámica de vida, por la inseguridad creada y el autoconcepto fragmentado y débil. Reflexionemos sobre ello recordando lo que
dijo en su momento Honoré de Balzac al respecto de este mismo tema: “Las
heridas incurables son aquellas infligidas por la lengua, los ojos, la burla y
el desprecio”.
No puedes evitar que los problemas golpeen a tu
puerta, pero no hay necesidad de ofrecerles una silla.
Fotografía: Internet
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