martes, 23 de abril de 2024

La creación literaria

 


"Los libros son el mejor viático que he encontrado para este humano viaje".

La palabra literatura procede del vocablo latino littera, que significa letra. La creación literaria es un acto lingüístico, un acto de expresión, de significación y de comunicación. La literatura es creación lingüística y artística; la obra resultante de dicha creación es una obra de arte u obra literaria, —arte que tienen como materia el lenguaje—. La definición de la creación literaria se refiere a una composición artística y estética, que tiene por objeto construir una narrativa a partir de la realidad. Se acompaña de una exploración en el arte, en la simbolización, la creatividad y la imaginación.

Todo lo que yo digo ya se ha dicho, pero, como dice Goethe: La originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro.

Se denomina literatura al conjunto de obras y escritos impresos en un libro. Según Aristóteles (s. IV a. C.) la poesía era/es un arte o una actividad creadora (espiritual, libre) que el hombre desempeña mediante el lenguaje, con el afán de crear algo, por el placer de crearlo. Hoy día se considera literatura al conjunto de obras artísticas creadas mediante el lenguaje, oral o escrito.

Los libros se escriben para ser leídos. Pero ¿por qué escribimos? Es una de esas preguntas para la que todas las respuestas son correctas. Cada persona tiene sus propios motivos, y me parece que, en eso, en que sean propios, radica la clave del escritor. En todo caso, podemos establecer un punto de partida común: la necesidad de contar algo... La habitación propia de la creación literaria está llena de ideas, pensamientos, papeles en blanco y notas distribuidas por aquí y por allá. Mil ideas y la pulsión de escribir.

Como todo, escribir es cuestión de práctica. Todos llevamos nuestras historias dentro. Escribir es sacarlas fuera, indagar en nuestra propia memoria y activar la imaginación. A veces tenemos que enfrentarnos a nuestros fantasmas, a nuestras inseguridades y miedos, para poder crear una historia y desarrollarla con un estilo propio, dándole vida, mirada y una voz esculpida por el tiempo. El objetivo en estos primeros pasos no es tanto escribir bien como escribir. Primero bulle la inquietud de contar las cosas que surgen mentalmente, luego te enfrentas al folio en blanco, y al ir escribiendo vas puliendo tus propias técnicas y recursos para hacerlo cada vez con más eficiencia a la hora de transmitir imágenes y emociones, estudiando las distintas estructuras que tiene la narrativa, probándolas, pero también leyendo de otro modo, más audaz, deteniéndonos en cómo lo hacen los grandes escritores, cómo son capaces de emocionar al lector. Y compartiendo lo escrito con los demás, buscando lectores y que esos lectores puedan ayudarnos con su réplica a ceñir mejor las palabras a nuestras ideas en las sucesivas reescrituras.

Toda escritura es un viaje de descubrimiento. A todos nos visitan historias. Sean fruto de la imaginación, de recuerdos, de la observación de la realidad o de vivencias, lo relevante no es si las escribimos para dejarlas en un cajón o con la ilusión de compartirlas con el mundo, sino la necesidad de contarlas. Pero escribir, como el resto de disciplinas artísticas, también permite crear otros mundos que, si están bien escritos, nos van a acompañar para siempre.

En la creación literaria hay pulsión, sin embargo, en ella también se da la acción consciente con el lenguaje. En el proceso de escritura hay un problema por resolver, una intención estética que necesita una forma, un deber con la palabra que lleva a la indagación constante; ello significa que en la creación hay racionalidad. La separación radical entre el conocimiento que produce la creación literaria y el conocimiento que genera la academia, es una aplicación parcial del saber que produce la literatura, es insostenible maniqueo; la dicotomía racionalidad (teoría)-irracionalidad (creación), es inapropiada, pues en cada campo se requiere del ejercicio racional y del ejercicio de la imaginación para hacer surgir lo nuevo.

Para dar un poco de luz a esta problemática se hace necesario abordar lo que se ha entendido por “creación literaria” en la historia. Es decir, establecer los diversos sentidos que tal noción ha tenido en el desarrollo, por ejemplo, de la crítica literaria o de la historia del arte. Tal estrategia tiene la ventaja de hacer visibles las diversas comprensiones de ese fenómeno estético apelando a disciplinas fuertemente consolidadas desde la epistemología.

Los griegos emplearon la expresión “fabricar” para referirse a la producción poética, y la de “descubridor” para referirse al artista. Para ellos, el concepto de creador, o creación, implicaba “libertad de acción”, rasgo que debía permanecer ajeno a las artes, puesto que, bajo su concepción, un artista no crea, sino que se rige por las leyes y normas que buscan imitar a la naturaleza. No obstante, ello no tiene una valoración negativa. Para los griegos, la Naturaleza era perfecta, por lo que la acción de los hombres debía estar encaminada a parecerse a ella, descubrir sus leyes y someterse a ellas. El artista era un descubridor, no un inventor. Por algo “canon” quiere decir “medida”. Sólo el poeta salía de este estándar porque era el que “fabricaba”, ofrecía cosas nuevas al traer un nuevo mundo a la vida, por tanto, no estaba sujeto a ninguna serie de leyes. Para Platón, la poesía imita una cosa de tal manera que crea aquello que imita, es decir, hace que una cosa llegue a existir de nuevo.

Si bien los romanos utilizaban los vocablos creatio (creación) y creare (crear), restringían su uso al referente creator, sinónimo de padre y creator urbis, fundador de una ciudad.  En los demás casos, mantenían la concepción griega del artista como “imitador”. Durante la época medieval, los pensadores religiosos llegaron más allá: tomando el sentido romano de la palabra “creator”, llegaron a designar “creación” al acto que Dios realiza a partir de la nada (creatio ex nihilo). Del mismo modo, al tomar el vocablo griego “fabricar” y adjudicarle el sentido restringido del “hacer con la materia”, igualan la poesía a las otras artes. El poeta podía fabricar, pero no crear, ya que, la poesía, como las otras artes, seguía unas normas y unas leyes en su proceso de elaboración (rima, ritmo, etc.). Es entonces cuando surge abiertamente la distinción entre creación divina -limitada al sentido religioso que se le adjudicó- y creación literaria que despoja a la escritura poética de cualquier relación con la denominación de “creación”.

Durante el Renacimiento, los artistas dieron diversos nombres al proceso de producción de la obra de arte. El artista “inventa”, “preordena”, “emplea formas que no existen en la naturaleza”, “plasma su visión”, “configura un mundo nuevo”, “inventa lo que no es”, “hace surgir de la nada”, “produce una transformación”. Bien entrada la Ilustración, se acepta que construye según su estilo y, sobre todo, imita, representa la naturaleza y lo social. Justamente con el espíritu que gobierna la época, el surgimiento de la modernidad, con ella de conceptos centrales del proceso de industrialización moderna: linealidad, causalidad, progreso, invención.

Aunque la idea de que la creación como atributo del artista surgió en el siglo XVII, es con los románticos, en pleno siglo XIX, cuando se afianza y se convierte en un rasgo definitorio del arte. Sólo entonces se hizo común la creencia de que ésta era una particularidad del artista; creador llegó a ser sinónimo de escritor. Los románticos elevan al artista al nivel del demiurgo, el hacedor que crea la realidad transformándola en el arte que produce. Como lo exhibe a todas luces Becker en uno de las estrofas de sus Rimas: “Mientras la ciencia a descubrir no alcance/ las fuentes de la vida,/ y en el mar o en el cielo haya un abismo/ que al cálculo resista,/ mientras la humanidad siempre avanzando/ no sepa a dó camina,/ mientras haya un misterio para el hombre,/ ¡habrá poesía!” (Becker, 2000: 11)

En el siglo XX, la expresión se aplicó a todas las formas simbólicas de la cultura: se habló de creación en las ciencias, la política y la vida cotidiana. El término se relacionaba con la fabricación de cosas nuevas -no a partir de la nada-, y es de aquí que surge la distinción anglosajona. El significado derivado del latín “creatio” hace referencia al proceso, para distinguirlo del atributo -capacidad que tienen todos los seres humanos para crear-, por lo cual se introduce el término “creative” (creativo). Por ello, hoy, en psicología y pedagogía es corriente el uso de referentes como creativo o creatividad, para distinguirlos del sentido que el romanticismo dio a la denominación “creación” como “don”, “pulsión”, “intuición” como recurso único que mueve a la producción de la obra artística.

Hoy se aplica el nombre de creación literaria a la labor que realiza el escritor, entendida como proceso de escritura del texto literario con intenciones estéticas; sin la connotación religiosa de “hacer surgir lo nuevo de la nada”; ni con la idea de que el escritor representa; ni con la significación romántica de “talento innato”, aunque también se separa de la mirada de las ciencias humanas que la delimitan desde la creatividad como cualidad inherente a la condición humana. Hoy, gracias al uso reiterativo de la nominación, se ha popularizado el nombre de creación literaria al proceso, y de creador se ha asignado al autor de la obra.

La vida es como un libro: algunos capítulos son tristes, otros felices, otros excitantes. Pero si nunca vuelves la hoja, nunca sabrás lo que el próximo capítulo te depara...

Una de las ideas más bellas es, la de que la literatura es esencialmente algo que produce placer y el placer es cuestión de reconocimiento. “Nos gusta una obra donde nos reconocemos”. Cuando nos identificamos con una obra disfrutamos de la lectura. Los libros son nuestros mejores amigos. Pues, disfrutemos de historias apasionantes y apasionadas del mundo literario.

No es analfabeto aquel que no sabe leer, sino aquel que sabiendo leer, no lee...


Fotografía: Internet


 

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