sábado, 13 de abril de 2024

Día Internacional del Beso


 

El 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso. El origen de esta festividad tiene sus raíces en Tailandia y tiene que ver con el beso más largo de la historia registrado.

El beso en cuestión duró 58 horas, 35 minutos y 58 segundos y fue resultado de un concurso protagonizado por una pareja que batió su propio récord. Anteriormente, en el mismo certamen, habían logrado una marca de 46 horas, 24 minutos y 9 segundos consecutivos.

Desde aquel día muchos países han optado por realizar concursos de este tipo y actividades con el beso como gran protagonista.

“Bésame, bésame mucho…” Según los estudios, besar tiene muchos beneficios para la salud. Algunos de los beneficios que tiene para la salud es que acelera la frecuencia cardiaca y la temperatura, con lo que mejora la circulación del organismo, estimula el sistema inmune y libera mediadores químicos que inducen a cierta serenidad y tranquilidad.

Siendo así, podemos decir que si nos besáramos más estaríamos más sanos…

Pues, hoy viene bien recordar la leyenda de “El Beso”… Cuenta que el capitán francés quiso robar un beso de los fríos labios de Elvira de Castaneda. ¿Qué secreto esconde la iglesia toledana en esta maravillosa leyenda del gran Gustavo Adolfo Bécquer? "El Beso" de  Gustavo Adolfo Bécquer:

“Era el tiempo en que el ejército francés de Napoleón había tomado Toledo (1808-1812) y tal cantidad de soldados acampaban en la plaza que tuvieron que coger todo tipo de edificios, sin reparar en su clase, uso o destino. Lleno el alcázar, empezaron a 'habitar' todos los conventos e iglesias de la ciudad.

Fue una noche, a hora ya muy avanzada, cuando llegaron a Toledo unos cien dragones a caballo que, rompiendo el silencio de la ciudad con el chocar de los cascos de sus corceles en el empedrado y el sonido metálico de su armamento, llegaron hasta la plaza de Zocodover. El oficial que mandaba la fuerza era joven. Al llegar a la plaza fue atendido por otro que, después de cuadrarse y saludarle militarmente, se dispuso a acomodar a la tropa en el lugar que le habían asignado.

Al conocer el capitán el sitio donde iban a ser acomodados, puso algunos reparos, pero su compatriota, que era sargento aposentador, le hizo los cargos de que en el alcázar ya no cabía más gente y que en las celdas de los frailes de San Juan de los Reyes dormían quince húsares en cada una. Trató de convencerle de que el convento al que le habían destinado era bueno y la parte de la iglesia estaba prácticamente libre para meter los caballos.

Siguieron tropa y capitán al aposentador por las estrechas y oscuras calles de la ciudad, guiados por un pequeño farol que éste portaba. Después de un corto paseo, llegaron hasta la iglesia, que se encontraba completamente desmantelada. En pocos momentos y debido al cansancio que traía la tropa, fueron acomodándose, dejando atados los caballos dentro del local.

A la luz del farolillo podía verse el estado de la iglesia, con sus hornacinas vacías de imágenes. Podían adivinarse, más que distinguirse, en sus paredes, algunos retablos. Había también losas con inscripciones, citando los nombres de los allí enterrados; pero lo que verdaderamente destacaba en todo este conjunto del ruinoso y desmantelado edificio, eran las estatuas de mármol blanco, como albos fantasmas, que, unas tendidas y otras postradas de rodillas, se hallaban sobre los mausoleos de los muertos enterrados en este lugar.

La jornada había sido larga, habían recorrido catorce leguas a caballo y el cansancio pudo más que la precariedad del alojamiento, por lo que al poco tiempo se dejaron de oír las protestas de la soldadesca, que como pudo se acomodó y, poco a poco, el silencio se fue apoderando del improvisado cuartel.

Al día siguiente, nuestro capitán era esperado por algunos compañeros de promoción que, conociendo su llegada, le habían mandado aviso de que le aguardaban para saludarle en la plaza de Zocodover. El encuentro fue muy agradable, pues hacía tiempo que no se veían. Después de fuertes abrazos y cariñosos saludos se habló de todo; pero lo más acuciante e importante para los que ya llevaban tiempo en Toledo, eran las noticias que traía el recién llegado de su patria. Así siguió la conversación hasta que uno de ellos, en tono de broma, preguntó a nuestro capitán, que qué tal había dormido en su «alojamiento», a lo que éste contestó, que no había podido dormir demasiado, pero que el insomnio junto a una bonita mujer había sido más llevadero.

Sus interlocutores no daban crédito a lo que acababan de oír. Estaba recién llegado y ya había tenido una aventura amorosa… Solicitaron más información sobre lo acontecido y el narrador les contó que fue despertado de manera brusca por el ruidoso sonar de la campana gorda de la catedral y de que, en ese momento, se había acordado del campanero y de toda su familia. Pasado el susto, intentó recuperar el sueño perdido y fue entonces cuando, ante sus ojos, se encontró con la figura de una mujer arrodillada, iluminada su figura por la escasa luz que de la luna penetraba en el templo.

Sus amigos le miraron entre incrédulos y asombrados, pero él continuó con su relato, diciéndoles que no se podían ni imaginar lo que ante sus ojos se había aparecido: era una joven de una belleza incomparable, con las facciones llenas de dulzura. Su ademán era reposado y noble y su blanco traje componía una perfecta sintonía con la palidez de su rostro. Les comentó que, por un momento pensó que era una alucinación, producto del cansancio del camino, pero no, ella estaba allí, y permanecía inmóvil ante él, como si no fuera una criatura humana.

Uno de sus camaradas, que tomaba el relato a broma, fingió que se hallaba vivamente interesado y le preguntó, que si le había hablado. El capitán respondió que no se había determinado a hablarle porque estaba seguro de que ella ni le veía ni le habría oído en caso de dirigirle la palabra. El mismo amigo le inquirió si es que era muda, ciega o sorda. A esto le contestó que era todo eso a la vez, pues se estaba refiriendo a una estatua de mármol.

Al oír el final de la aventura, soltaron todos fuertes carcajadas y uno de ellos dijo que de ese género tenía él bastantes en su aposento de San Juan de los Reyes. Pero el recién llegado le contestó que nunca serían como la suya, que se trataba de una dama castellana que, en virtud de la habilidad del escultor, parecía tener vida.

Siguiendo la broma, uno de los contertulios pidió que les fuera presentada la belleza en cuestión, haciendo la salvedad burlona de 'si no había celos de por medio'.

El capitán les contó entonces, que junto a la dama, también estaba la estatua de mármol de un guerrero que parecía estar tan vivo como ella y que sin duda pensaba que debía ser su esposo. También manifestó entre bromas y veras, que si no le tomaran por loco ya le habría destrozado.

Las carcajadas continuaron saliendo sonoras y vivaces de sus gargantas y por fin, decidieron visitar y ser presentados a la dama en cuestión. Quedaron emplazados para esa misma noche. Se reunirían en esta misma plaza para, desde allí, con algunas viandas y buen vino francés, dirigirse a la iglesia, donde celebrarían una pequeña fiesta en honor de la hermosa joven de mármol.

Llegada la hora y allegados todos, marcharon en dirección a la iglesia donde su amigo se alojaba. Una vez en ella, fueron recibidos por éste que les esperaba en la puerta. Penetraron en el templo que se encontraba totalmente a oscuras, por lo que el capitán mandó a su asistente que hiciera una gran fogata que, al mismo tiempo de iluminarles les proporcionaría calor, pues el ambiente era algo frío. El fuego fue encendido con parte de las puertas de la iglesia y trozos de sillas del coro y al poco iluminó la estancia a la vez que la hacía más placentera.

Lo primero que hicieron fue abrir unas botellas y tomar unos tragos que les fueron calentando por dentro. Al poco pasaron al lugar que ocupaba la tumba donde, con toda clase de reverencias exageradamente burlescas, fueron presentados por el capitán a la dama. Al verla, todos coincidieron en que se trataba de una bella mujer y que la pena era que fuese de mármol, reconociendo que, si el parecido de la efigie era fiel al original, hubo de ser una de las mujeres más hermosas de su tiempo.

Los compañeros le preguntaron si conocía el nombre de la joven y él contestó que por la inscripción que había en el mausoleo, se trataba de doña Elvira de Castañeda y de su marido don Pedro López de Ayala, que luchó con el Gran Capitán en Italia.

La fiesta continuó cada vez más animada, destapando botellas y más botellas que eran trasegadas por los concurrentes y que al quedar vacías eran arrojadas contra paredes y retablos. Pero, mientras sus compañeros cantaban y disparataban gracias al alcohol ingerido, nuestro capitán permanecía en silencio, sin apartar su mirada de la estatua de doña Elvira.

Los amigos se dirigieron a él y le hicieron brindar. Entonces, levantando su copa frente a la estatua del guerrero arrodillado junto a la mujer, le espetó que brindaba por su emperador que le había dado la ocasión de venir a Toledo a cortejar a su mujer en su tumba. Se brindó por ello y el capitán, balanceándose, se llegó hasta el sepulcro y bebiendo un sorbo, expulsó el vino que guardaba en su boca y lo derramó sobre la cara del mudo guerrero. Hecho esto, se acercó a la estatua de la mujer exclamando que sólo un beso suyo le calmaría el ardor que le consumía.

Esto le fue censurado por todos sus amigos, que de alguna forma estaban asustados por el comportamiento de su compañero, diciéndole que dejara en paz a los muertos. El joven no hizo caso y tambaleándose, como pudo se llegó a la estatua y se dispuso a abrazarla y darle un beso. Pero al tender los brazos, un grito de terror inundó la estancia. Había caído desplomado a los pies del sepulcro echando sangre por nariz y boca. Los oficiales, sorprendidos ante lo que vieron, quedaron inmovilizados sin poder dar un paso para socorrerle. En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían visto al inmóvil guerrero que tenía a su lado levantar la mano y derribarlo de una tremenda bofetada con su guante de piedra”.


Fotografía: Internet


 

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