No estés dando explicaciones a nadie... Tus amigos no las necesitan, tus enemigos no las creen y los estúpidos no las entienden.
Muchas veces creemos que dar explicaciones es solo un
problema de decirle a los demás todo aquello que hacemos o dejamos de hacer,
pero el tema va más allá de eso: dar explicaciones también tiene que ver con la
compulsión por agradar, por cuidar el “qué dirán”, por sentirnos “queridos” y
por proteger a toda costa lo que creemos que es nuestra “imagen pública”. Todo
esto es una fuente de tremendas complicaciones, sufrimiento, frustraciones,
sobrecostos e incoherencias.
La compulsión por agradar... Veamos por qué, nos lo explica a continuación Paulo C. Mesa: Como ya lo he explicado
detalladamente en otras entradas (“El arte de decidir cuánto es suficiente”
primera, segunda y tercera parte), vivimos condicionados para diseñar nuestra
vida buscando el agrado de los demás. Nos vestimos y configuramos la apariencia
de nuestro cuerpo pensando en cómo nos vean, conseguimos lo que tenemos para
que otros puedan medir nuestro “éxito” (o status que llaman) y últimamente
contamos con Facebook para facilitar la “publicidad” personal.
Me refiero al hecho de volver la vida personal en especie de tribuna pública; cualquier trivialidad hay que contarla... Dos buenos colegas blogueros hacen referencia a este asunto con mejor detalle. Les recomiendo revisar: “Deja de compararte” del blog Minimun, así como esta otra entrada del amigo Kevin en su blog Minimal Spot: “Mis dos años sin Facebook”; y al que le caiga el guante… simplemente cójalo, póngalo en perspectiva, entiéndalo y haga algo con él para transformarlo. Seguro que esta es una maravillosa fuente de simplificación.
El “qué dirán”. Luego de vivir 36 noviembres, el “qué dirán”
no me ha servido de nada. Los pocos “qué dirán” que me han servido finalmente
fueron los buenos, o “recomendaciones” que llaman, y que realmente son tan pocos
y tan específicos que los puedo contar con los dedos de las manos. Esas fueron
buenas opiniones que alguien se formó y que cambiaron mi vida. También ha
habido “qué dirán” que han afectado mi reputación, pero como cuido que mis
actos sean los que reflejen mi ser, finalmente los ataques a mi “imagen”
siempre han terminado desvirtuados.
Aquí toco un punto importante: aunque crecí en una cultura
orientada a cuidar el “qué dirán” (sí, es cierto, puedo decir con absoluta
tranquilidad que los colombianos somos bastante esclavos del “qué dirán”),
también he recibido el balance de cuidar el peso de mis actos, es decir, más
que dar explicaciones, me he esforzado por conectar la esencia de mi ser
primero en mi hacer. He visto que a esto también le llaman “coherencia”. Hacer
las cosas antes que hablar de ellas, porque las cosas, al hacerse, hablan por
sí mismas.
Cuidarse del “qué dirán” he visto que es una fuente de mucho
sufrimiento, complicaciones y tremendo sobrecosto. Lo veo como una fuente de
sufrimiento porque cuando otros no dicen lo que queríamos que dijeran, nos
sentimos frustrados, adoloridos, inseguros y hasta defraudados. Dejamos nuestra
valía personal y autoafirmación en manos de alguien más. ¡Qué tremenda cosa tan
“loca”!
Cuidar el “qué dirán” genera complicaciones porque nos hace
consumir más de lo necesario, accediendo a artículos y servicios totalmente
inútiles para que otros digan “cosas bonitas” sobre nosotros: mira la ropa que
usa, mira el móvil (teléfono celular) que tiene, mira los viajes que hace, mira
cómo es de buen papá / mamá, mira el colegio al que van sus hijos, mira el
automóvil que se compró, mira los lujosos lugares dónde se divierte… mira, mira,
mira… y cuando te metes en toda esa carrera de ratas nadie vendrá a decirte:
“claro, como me interesa seguir hablando bien de ti, entonces te voy a dar este
dinero extra para que sigas comprándote cosas mejores y yo poder seguir
manteniendo un buen ‘qué diré…’ de ti”… no, no, no, de ninguna forma. Estos
mismos seres serán los que te despedacen cuando se desplomen las endebles bases
de tu imagen pública material.
Por otra parte, el cuidado del “qué dirán” te pone en la
disyuntiva de no saber a quién agradar y cómo hacerlo, porque al final terminas
queriendo agradar a todo el mundo y no agradas a nadie, por lo que luego sufres
más ante tanto desagrado y desaprobación. Ponlo en ejemplos simples y casos
concretos... Cada
quien duerme con su conciencia y sabe qué hizo. El tema aquí es preguntarse al
final ¿Lo que hice era genuinamente para mí o para cuidar el “qué dirán”?
Nadie duda de la importancia de la imagen pública. Inclusive
tal vez sea uno de los activos intangibles más valiosos que tenemos. Una buena
imagen pública puede hacer una enorme diferencia en nuestra calidad de vida y
en lo simple que pueda llegar a ser todo para nosotros. La imagen pública va
desde el historial de crédito ante el sistema financiero de tu país, hasta lo que digan tus familiares de ti (siempre y cuando hayan unas buenas relaciones…), pasando por el hecho
de que las personas que te rodean te juzgan como alguien confiable o no, y de
hecho confían o desconfían de ti.
El punto aquí es que creemos que la imagen pública es algo
que fabricamos nosotros mismos, pero lo que no nos damos cuenta es que en
realidad ésta se construye como producto de los juicios que hacen los demás
sobre nosotros y de la coherencia de nuestros actos. La cosa es tan simple como
yo decir que soy “buen pagador” y que cumplo con mis deudas, pero en realidad le
debo a medio mundo todo y no les pago a tiempo. Puedo decir lo que quiera, pero
mis actos muestran que definitivamente “no soy” quien “digo” ser. Tal vez esto
suene a verdad de Perogrullo, pero si miras a tu alrededor abunda la gente que
no entiende esto y que actúa en este espacio de incoherencia. En conclusión,
somos lo que hacemos, nuestros actos nos definen, no nuestro discurso, ni lo que digan los demás...
Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con
vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los
conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así,
todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.
No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar
frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el
fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. (Mateo 7: 15-20)
Dar explicaciones es impráctico. Tus amigos no las necesitan:
tus amigos, tus verdaderos amigos, los que te quieren con el alma, los que te
tratan como parte de su familia, los que te ven como una hermana o hermano, son
incondicionales contigo y te respetan. Si haces algo que va en contra de lo que
ellos piensan lo aceptarán, aunque no lo compartan o harán lo necesario para
prevenirte de caer al abismo. No pedirán justificación por tus actos o una
explicación de tus porqués. Simplemente te respetarán.
Tus enemigos nos las creen: quien no cree en ti, quien
compite contigo, quien te irrespeta, quien está en tu contra, quien te tiene
envidia… quien se siente tu enemigo (cuídate tú de ver y de buscar “enemigos”…
y de casar peleas), siempre pensará que lo que haces es artificial, que estás
tramando algo o que tus logros son en contra de ellos. Así que no te afanes por explicar ni
demostrar nada a tus “enemigos”, es mejor dejar que ellos solos se hundan en su
lodo personal y que no te salpiquen.
Los estúpidos no las entienden: hay personas que no entienden
tus explicaciones o sencillamente no les importan. Estos seres te ignoran y te
ignorarán siempre… pero tú piensas que les tienes que dar una explicación por
alguna clase de razón imaginaria que te has pintado en la cabeza. Me he visto
en esta situación y la sensación al final es la de sentirme como un tonto, y
para echarle más fuego a la tontería, hay otros tontos que han confundido mi
necesidad de dar explicaciones y luego me han pedido un informe completo (sí,
bien escrito y en diapositivas de Power Point…); cuídate de caer en estas
tonterías que complican tanto la vida (y las reuniones de trabajo…).
Unas salidas finales: Lo primero y más importante es darte cuenta de que muy pocas veces hay que dar explicaciones, y de que la mayoría de las veces a nadie le importan tus explicaciones.
Antes de dar explicaciones piensa si esto contribuye a
mejorar, prevenir, corregir o solucionar algo. Si no es así, cierra la boca y no te metas en chismes.
La mayoría de las veces las explicaciones también suenan a
excusas y a casi nadie le gusta escuchar excusas de otro, a no ser que se
trate de ofrecer una genuina disculpa.
Si vas a dar una explicación, piensa si esto posteriormente
podría generar alguna complicación extra. Recuerda nuestro mantra: “mantenlo
simple… mantenlo simple… mantenlo simple…”. Si explicar lo que no nos han
pedido enreda las cosas, pues no lo expliques ¿Para qué habría que hacerlo?
Tus actos te definen y dicen quién eres: si van en la vía de lo que quieres mostrar, no tienes que decir nada. Si van en contra, con mayor razón cierra la boca porque te ganarás más enemigos.
Fotografía y fuente: Internet
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