Cómo desenmascarar a los malos de cuento en la vida real
antes de que te destruyan: nos lo descubre la psicóloga Isabel Serrano-Rosa.
Ya desde niños nos avisan los cuentos, los malvados existen:
el lobo, el ogro, la bruja, etc. En los comics, todo superhéroe tiene su
villano, el Joker, Magneto, Pingüino. Pero como los buenos siempre ganan y los
héroes salvan a la humanidad, damos por descontado que los malvados van de cara
y recibirán su merecido.
¿Qué pasa en la realidad? Los malvados de carne y hueso pasan
desapercibidos durante mucho tiempo, son grandes seductores y se aprovechan de
nuestra bondad para hacer de las suyas. A diferencia de la ficción, no suelen recibir
su castigo pues, a menudo, nos mostramos excesivamente indulgentes pensando en
sus razones para cometer los agravios, obviando lo evidente: sus abusivas
conductas y el daño causado.
De siempre corren historias terribles de gente perversa y sin escrúpulos, pero en los últimos tiempos, quizás por la incertidumbre de la
pandemia, la guerra o el aviso de la crisis económica, hay un aumento de
personas que narran historias de conductas espeluznantes de malvados
camuflados, que ejercen verdadera violencia en la vida cotidiana sin ningún
reparo, dice Isabel, psicóloga y directora de EnPositivoSí.
Síndrome de víctima. Al principio, como Caperucita, nadie se da cuenta de la manipulación malévola. La empatía emocional -esa que nos pone en el lugar del otro- se activa en la amígdala y lleva a la compasión rápido. "Pobrecillo lo pasa mal" es nuestro alegato. Nos dan pena. Ellos lo saben, se muestran encantadores; son tan cándidos que dan ganas de ayudarlos. Pero pronto empiezas a notar alguna leve acción hostil, insinuaciones, mentiras, pequeñas humillaciones, toquecitos sin importancia o te pegan un corte con la precisión de un bisturí, pero con una gran sonrisa.
Empieza la segunda parte, ahora la intención es
desestabilizarte. Cuando insinúas que te ha hecho daño arranca la etapa del '
victicinismo', es decir, se hace la víctima, una forma de forma de manipulación
mediante la cual se da por ofendido, se muestra susceptible o sugiere que tú sufres
algún tipo de delirio, porque ellos están y son muy sanos. Ellos te pueden tratar mal, tú a ellos jamás.
En la tercera etapa, la culpa es siempre tuya y acaba por
hacerte responsable de todo lo sucedido. El objetivo es minar tu autoestima. En
ese momento dudas de ti mismo, piensas "¿no seré yo quien se inventa todo
esto?" Esta confusión psíquica se agrava por la negación de algunos amigos
y allegados que te dicen: "Pasa no vale la pena estar mal por eso" o
"Es un impresentable, olvídale". Entonces la destrucción moral ha
comenzado; ahora decides ser cordial con la esperanza de que eso le aplaque.
Una expectativa errónea pues perciben tu amabilidad como debilidad y esto
activa su crueldad.
El odio y el amor comparten circuitos cerebrales I.S.R. Investigadores
de la Universidad de Londres que estudiaban los circuitos neuronales del odio,
encontraron que eran los mismos que los del amor romántico. Con una pequeña
particularidad: mientras que los románticos desactivan el córtex, la parte del
cerebro pensante y pierden la cabeza por el amado, los 'haters', los
odiadores, hiperactiva las zonas del pensamiento, posiblemente para maquinar
mejor el daño. Por lo tanto, la perversidad nace de un sesgo mental que supone,
no solo que el otro está equivocado, sino que actúa contra él con mala
intención, para hacer daño porque es deshonesto y mezquino, lo que justifica la
desconfianza y valida el posible ataque.
La víctima, la verdadera víctima, acude a consulta por falta de autoestima,
inseguridad, insomnio, ansiedad, depresión o ideación suicida. Se quejan de sus
compañeros, parejas o familiares, pero no tienen conciencia de la violencia
subterránea que están sufriendo y tampoco, se atreven a "hablar mal de
ellos" pue se sienten ¡asustados, culpables o avergonzados! Se trata de un
suicidio psicológico pues se instala el deseo imposible de que le consuele
aquel que le hiere.
La triada oscura. Una viñeta en la red representa al diablo
tumbado en el diván: "Doctor, intento ser bueno, pero no puedo ¿por
qué?", le dice a un Freud que responde con gesto desconcertado. No están
enfermos, no sufren trastornos de la personalidad, ni siempre en su historia ha
habido un gran sufrimiento o maltrato. Hace tiempo que la ciencia busca el gen
malvado. Sabemos que hay circunstancias biológicas y psicológicas que propician
a estos individuos con "empatía cero" seres, egoístas, desaprensivos
y despiadados. Lo mejor es identificarlos a tiempo porque, con ellos, el amor
no obra milagros.
Son la Tríada Oscura, término acuñado en el 2002 por los
psicólogos Delroy Paulhus y Kevin Williams de la Universidad de la Columbia
Británica. Narcisistas, psicópatas y maquiavélicos. Un mismo individuo puede
mostrar uno de estos rasgos o tenerlos todos combinados.
Narcisistas. Gracias al cuento de Blancanieves, su madrasta y
su "Espejito, espejito quien es la más bella del reino" sabemos que
hay personas que no dudan en despreciar y arrinconar a cualquiera que pueda
hacerles sombra. Un narcisista está ávido de admiración y aprobación, pero lo
hacen despellejando a los que están a su lado. Si te sientes como un gusano
tienes uno cercano. Una joven médica arrogante trabajaba en la consulta de una
doctora senior de renombre. Cuando la doctora enfermó, ella no dudó en intentar
quedarse con el negocio. Cuando ésta regresó recuperada, la malvada utilizó
todos los medios a su alcance para desprestigiarla, incluyendo denuncias
falsas. "Mi único delito es no haberme muerto", afirma la doctora
aliviada.
Psicópatas. Úrsula, de la Sirenita, es un ejemplo de los que
quieren convertir a otras personas en objetos de su propiedad. Para ello no
dudan en buscar tu punto vulnerable: tus anhelos más profundos. No tienen
compasión, pues tenerla supondría considerar a otro como un ser humano.
Trasgreden cualquier límite para sentirse poderosos. Son hábiles en leerte la
mente (empatía cognitiva se llama) para hacer un daño más refinado. Un hombre
pidió a un okupa que entrara en el piso vacío propiedad de su ex mujer sabiendo
que ella intentaba venderlo. Le dio además la consigna de hacerse el muerto si
ella entraba y así podía "atacarla como si fuera un accidente".
Maquiavélicos. El lobo de Caperucita es el maquiavélico que
engaña y miente mientras "te dora la píldora". Bajo su conducta
inofensiva y benévola, son fríos, calculadores y solo persiguen sus intereses.
Que el odio lleve puesta una sonrisa no significa que sea menos dañino, es la
"ira fría", según el psicólogo K. Scherer. Camuflados de
"abuelita" tienen grandes dientes para comerte mejor. Un empleado con
este rasgo llega tarde, acosa a su compañero pues no duda en señalar "sus
supuestos fallos" y es encantador con sus superiores. La víctima calla por
temor a perder su trabajo.
"Un solo bien puede haber en el mal: la vergüenza de
haberlo hecho". Séneca.
Llama la atención la deshumanización del otro, la falta de
sufrimiento (sin culpa no hay arrepentimiento), la autojustificación y que sean
los primeros en pedir compasión. Cada uno de nosotros puede usar puntualmente
un proceso malvado, en momentos de rabia o agravio, pero enseguida cambiamos
registro. Lo que les vuelve dañinos es la frecuencia y la repetición de sus
conductas destructivas a lo largo del tiempo que pueden afectar directamente a
la identidad de la víctima.
La sociedad. Parece que nuestra sociedad no percibiera la
violencia indirecta. No tenemos buenos sensores para los malos integrados en
todos los ámbitos. En el día a día, bajo la idea de respetar la libertad
podemos no percibir situaciones, incluso graves que están pasando. Es más,
parecen que poseen un superpoder, el de manipular de un modo natural, lo cual
parece una buena baza en un mundo como el de la política o negocios. El
damnificado puede ser fácilmente olvidado. Cuanto ganaríamos si les pusiéramos
límites enseguida y no les funcionara su conducta, sencillamente no la usarían,
pero solo nos indignamos cuando aparecen en los medios de comunicación
presentados y amplificados.
No es la vida la que separa a la gente, es la maldad, la
hipocresía, la traición, el egoísmo y la falta de respeto. Ismael Mejía.
Fotografía: Internet - Fuente: elmundo.es
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