domingo, 17 de abril de 2022

La muerte no es el final

 


Les dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Juan 11:25.

Los cristianos confían en lo que la Biblia dice sobre la muerte y el más allá, porque este Libro contiene el testimonio de alguien que resucitó: Jesucristo. Él había anunciado que volvería a la vida después de su muerte (Mateo 16:21). Pocas personas lo creyeron.

Sin embargo, sus allegados pudieron constatarlo: Jesús, muerto en una cruz y colocado en una tumba, resucitó de entre los muertos al tercer día, antes de ser llevado al cielo. (Lucas 24:51).

La muerte, que no perdona a nadie y puede llegar en cualquier momento, naturalmente es considerada como la peor cosa que nos puede ocurrir. A menudo es un tema tabú y da miedo, pero también suscita muchas preguntas. ¿Qué sucede después? Algunos creen que es más razonable o más tranquilizador, decirse que no hay nada después de la muerte. Para otros, que prefieren imaginar que sus seres queridos continúan existiendo después de la muerte, hay otra vida… pero ¿cuál?

Jesús triunfó sobre la muerte. La confianza en la Palabra de Dios, que no puede mentir, quita toda incertidumbre sobre el más allá y da seguridad al creyente. Saber que Jesús triunfó sobre la muerte nos da la certeza de que su existencia no se acaba en la tumba y menos en el infierno. Todos los que aceptan a Jesús como su Salvador pasarán a la eternidad con Él. Lo prometió: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive en mí, no morirá jamás”.

La resurrección de Jesucristo lo cambia todo. ¡Qué traumatizantes fueron esos tres días para los discípulos! El Jueves Santo, en la Última Cena, oyeron que Jesús predecía su muerte. Luego, en el Jardín de Getsemaní cuando vieron que arrestaban a Jesús, huyeron de miedo. Más tarde, esa misma noche, Pedro negó tres veces conocer a Cristo y terminó sollozando amargamente al reconocer su cobardía. Por último, el Viernes Santo, presenciaron con impotencia el trauma de ver cómo los romanos flagelaban a su Señor, lo torturaban y lo crucificaban.

¿Qué significaba todo este horror? Que todo lo que habían imaginado conseguir por ser seguidores de Cristo, se desmoronaba ante sus propios ojos y el “Reino de Dios” que Jesús les había anunciado, no parecía más que un sueño ilusorio que se esfumaba entre los azotes y los martillazos de los soldados. Luego, llegado el sábado no atinaron a sosegar la incertidumbre y llenos de miedo se escondieron, con la incierta esperanza de que las autoridades no vinieran a buscarlos a ellos también.

Jesús, liberado, triunfa sobre la muerte. Pero luego llegó el Domingo de la Resurrección, cuando de repente Jesús se hizo presente glorioso en medio de la pesada penumbra de los discípulos. ¡Cristo estaba vivo! Había vuelto a la vida; no sólo a la vida anterior. ¡Estaba transformado! ¡Era tanto la alegría que no podían creer lo que veían sus ojos! Cristo llevaba aún las marcas de la crucifixión, pero estaba milagrosamente libre de todas las ataduras de la muerte que sofocan la vida, y era capaz de realizar nuevas maravillas, como la pesca milagrosa junto al mar e impartir la misericordia de Dios como lo hizo con Pedro a orillas del Mar de Galilea; podía hacerse presente como lo hizo para los discípulos en Emaús. En realidad, ¡la muerte no tenía la última palabra! ¡Jesús había resucitado a una vida nueva y gloriosa!

El pecado tampoco tenía la última palabra. Cuando vivió en este mundo, a ningún otro hombre lo ofendieron o maltrataron tanto como a Jesús, pero aun cuando sufrió lo indecible a manos de sus muchos enemigos y detractores, jamás pidió venganza ni represalia; jamás salió una maldición de sus labios y nunca demostró el más mínimo indicio de resentimiento contra quienes le odiaban o conspiraban con falsos testimonios para matarlo. Pero tampoco dejó jamás que las amenazas de sus enemigos lo disuadieran de seguir adelante hasta cumplir su misión, ni que las disensiones o la falta de fe de sus discípulos lo desanimaran ni le hicieran lamentar haberlos escogido. Clavado en la cruz, lo único que pidió fue el perdón para quienes le habían crucificado. Ni siquiera la traición de Judas ni la negación de Pedro pudieron enturbiar ni su mente ni su corazón.

El Viernes Santo parecía que el pecado y la muerte habían triunfado, pero esa idea errónea no duró mucho. ¡Destruyan este Templo y lo reconstruiré en tres días! Apenas tres días más tarde, Jesús resucitado, triunfante y glorioso se presentaba a sus discípulos y sólo tuvo para ellos palabras de perdón, misión y amor: “La paz esté con ustedes... Como el Padre me ha enviado, así los envío yo”. (Juan 20, 19. 21).

Los apóstoles,  transformados por la Resurrección. Este es el mensaje de la Pascua de Resurrección: ¡Cristo ha resucitado y hoy está vivo! Ha derrotado a la muerte y a todas las fuerzas que llevan a la muerte y nos mantienen oprimidos por el miedo a la muerte. Ahora, habiendo resucitado a una vida nueva y gloriosa, Cristo demostraba que la misericordia, la fidelidad y el amor eran las que tenían la última palabra, no la violencia, ni el odio ni la mentira ni la envidia que llevaron a sus enemigos a darle muerte.

Por eso, cuando celebramos la Pascua de la Resurrección, celebramos algo mucho más trascendental que el regreso de Jesús a la vida: ¡Celebramos el hecho cierto de que la muerte ha sido derrotada de una vez por todas y para siempre para todos los que quieran creer en Cristo Jesús, nuestro Señor! 

Ha sucedido esto, respetando el rumbo natural de los acontecimientos, el Padre no ha querido intervenir en la historia para evitar la crucifixión y muerte. Ha confiado en la fidelidad del Hijo, en su fe y entrega, y lo libra del dolor y muerte, dándole resurrección y vida, señorío y poder, un nombre-sobre-todo-nombre, mostrando que es Dios y hombre al mismo tiempo, nuestro Salvador.

La muerte no es el final, en un punto y seguido... En muchas partes del Libro de los Hechos vemos que los discípulos experimentaron la misma vida victoriosa que Jesús había tenido. Por ejemplo, los vemos anunciando que la resurrección es una promesa para todo el que cree; los vemos saliendo al mundo llenos de confianza y valentía, compartiendo el Evangelio con cuantos iban encontrando por el camino. Incluso cuando las autoridades los arrestaban, los azotaban y los encarcelaban, ellos seguían predicando la buena noticia, pero… ¿por qué? Porque ya no tenían miedo a la muerte.

Compartamos la victoria. Esta es la magnífica noticia de la Pascua de la Resurrección: que Jesucristo, nuestro Señor, ha derrotado la muerte. Es cierto que todos tendremos pruebas que pasar y no hay garantía alguna de que siempre saldremos airosos del todo. Pero Dios nunca nos prometió que siempre tendríamos finales felices; nos prometió darnos la gracia y la fuerza necesarias para afrontar cada desafío con paz y confianza en su protección y su generosidad.

En la vida, en cualquier situación de inseguridad o angustia —una enfermedad, un fracaso, cuando hay insultos, mentiras y desprecios familiares — nos parece que sufrimos “una pequeña muerte” que puede quitarnos la paz, aunque todo lo demás vaya bien. Pero llevados del ejemplo de Jesús, tenemos que pedir la gracia y el poder de saber perdonar y no guardar resentimiento, para resolver las diferencias y buscar la paz, aun con aquellos que no nos aprecian. Ahora que cuando estamos convencidos de que Jesús ha triunfado sobre la muerte, todas estas “pequeñas muertes” pierden “el aguijón”, crece nuestra confianza en Cristo y esa confianza nos enseña a caminar confiados, afrontando cada situación con paz, con el rostro en alto y con la idea clara en la mente y el corazón: “¡Soy hijo de la resurrección! ¡La muerte no tiene fuerza contra mí!”.

La Resurrección de Jesucristo es también la prenda de nuestra futura y feliz resurrección. Y esta esperanza es la que le da sentido a toda nuestra vida y a todo en nuestra vida, incluso al sufrimiento y la muerte. Jesucristo ha derrotado a la muerte. En Él la vida triunfó sobre la muerte... El amor ha vencido al odio. La vida ha vencido a la muerte

Jesús, ha vencido la muerte. ¡Cristo vive! El encuentro personal con Cristo Resucitado por la fe, los sacramentos y la práctica de la caridad es fuente de Vida para quien cree en Él. Una Vida nueva y eterna que se empieza a manifestar en nosotros ya desde este mundo, pero que culminará en el encuentro personal, amoroso y definitivo con Dios al final de nuestro peregrinar terrestre... El amor ha vencido al odio. La vida ha vencido a la muerte. La luz ha disipado la oscuridad.

Palabras del Papa Francisco, en la vigilia Pascual de 2021: Siempre es posible volver a empezar, porque existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Incluso de los escombros de nuestro corazón, Dios puede construir una obra de arte.

“Ama, porque el amor es la llave de la vida. Cree, porque la fe es la llave de la esperanza. Sonríe, porque la sonrisa es la llave de la amistad. Y siempre confía en Dios, es la llave de la eternidad.

Yo sé ¡Padre mío! Yo sé que estás aquí, ahora, conmigo. Y en tus manos entrego mi vida. (Lc 23,46).

Que el inmenso amor de Jesucristo te colme de bendiciones, paz y amor. Que su espíritu guíe tu vida por siempre...

Los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación. (Juan 5:29).

Para todos los buenos cristianos: ¡Feliz Pascua de Resurrección!


Fotografía: Internet

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