Este domingo iniciará la celebración de la Semana Santa con el Domingo de Ramos, día en el que se recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, cuando fue recibido por sus discípulos y la población con palmas y ramos de olivo.
El Domingo de Ramos debe de ser visto por nosotros, los
cristianos, como el momento para proclamar a Jesús como el pilar fundamental de
nuestras vidas, tal como lo hizo el pueblo de Jerusalén cuando lo recibió con
palmas y ramos de olivo y lo aclamó como Hijo de Dios.
Marcos en su Evangelio, nos describe como fue esa entrada:
“Llegó Jesús en un borriquillo mientras muchos extendían sus
mantos en el camino y otros lo tapizaban con ramos cortados en el campo.”
Los ramos de olivo y de palma son el signo por excelencia de
la renovación de la Fe en Dios. Se les atribuye ser un símbolo de la Vida y
Resurrección de Jesucristo. Asimismo, recuerdan también la Fe de la Iglesia en
Cristo y su proclamación como Rey del Cielo y de la Tierra.
Esta es una fiesta cristiana de paz. Los ramos, con su
antiguo simbolismo, nos hacen recordar ahora la alianza entre Dios y su
pueblo. Confirmada y establecida en Cristo, porque Él es nuestra paz.
En la liturgia de nuestra Santa Iglesia Católica, leemos en
el día de hoy estas palabras de profunda alegría: Los hijos de los hebreos,
llevando ramos de olivo salieron al encuentro del Señor, clamando y diciendo:
Gloria en las alturas.
Mientras Jesús pasaba, cuenta San Lucas, las gentes tendían
sus vestidos por el camino. Y estando ya cercano a la bajada del Monte de los
Olivos, los discípulos en gran número, transportados de gozo, comenzaron a
alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que habían visto: Bendito sea
el Rey que viene en nombre del Señor, paz en el cielo y gloria en las alturas.
En este día, los cristianos conmemoramos la entrada de Cristo
en Jerusalén para consumar su Misterio Pascual. Como lo explica el Papa
Francisco: “Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es
alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén,
aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama
solemnemente el relato del evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro corazón
siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús
sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y
lloró sobre Jerusalén”.
Según el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia publicado por la Santa Sede: “A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión de Domingo de Ramos”.
El P. Bonnin, sintetizando ambos textos, detalló en cuatro
puntos que el conservar los olivos y palmas es un signo de:
Que creemos en Jesús, que Él es nuestro Rey y que estamos
dispuestos a permanecer junto a él, pase lo que pase.
Que anunciamos que Él ha vencido a la muerte en su
resurrección; que su Pascua es el centro de la historia y la fuente de nuestra
esperanza.
Que queremos ser “constructores de paz”, la paz de Cristo
Rey, paz con Dios y con nuestros hermanos.
Que al igual que Cristo queremos hacer de nuestra vida un don
para Dios y nuestros hermanos. Que estamos dispuestos a vivir como “mártires”,
testigos del Amor y dispuestos a sacrificarnos por amor, como Él y en Él.
El Domingo de Ramos tiene dos dimensiones: la primera, el
anticipo de la Pascua y del triunfo de Jesús, y la segunda, el inicio de la
pasión y muerte de Jesucristo. Por un lado, está el grito del triunfo y la
victoria, y por otro, la representación profunda de su pasión y muerte. Por
esta razón la Eucaristía del Domingo de Ramos tiene dos momentos importantes.
El primero es la procesión de las palmas y la bendición de las mismas por parte
del sacerdote, mientras que el segundo es la lectura de la Palabra que evoca
esa Pasión.
Te aclamamos, Señor, queriendo unirnos a todos los que sufren, a
tantos enfermos que no pueden con el dolor, a tantas familias deshechas por la desunión,
a todas las parejas rotas por el desamor, a tantos niños en soledad llenos de
cosas y necesitados de amor.
Te aclamamos pidiéndote nos ayudes acompañar la vida de tantas
personas llenas de nostalgia e inseguridad, de todos los deprimidos,
desanimados y sin ganas de vivir, de los que no tienen valores que merezca la
pena, de los que tienen penas que nadie consuela, de los que les falta el calor
de hogar, y de los que tienen hogar y falta el calor familiar.
Te aclamamos contentos y llenos de esperanza. Por eso creemos
que este mundo tiene remedio, que se puede dar la vida como Tú, para crear
vida, que juntos contigo y con los otros, somos una familia, que poco a poco
vamos haciendo tu reino y que nos juntaremos en tu abrazo final de los días.
Te aclamamos, te felicitamos y te admiramos, por lo bien que nos explicaste la mejor manera de vivir, y cómo nos contaste quién es nuestro Dios padre y nos abriste caminos nuevos, y nos llenaste de ilusión y esperanza. Y porque sentimos que caminas a nuestro lado, nos invitas a vivir a tu manera y a contar con tu presencia, te damos las gracias, Jesús…
Las hojas de palma, escribe San Agustín: Son símbolo de
homenaje, porque significan victoria. El Señor estaba a punto de vencer,
muriendo en la Cruz. Iba a triunfar, en el signo de la Cruz, sobre el Diablo,
príncipe de la muerte.
Él viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos encaminarnos por este camino deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Papa Francisco.
¡Aleluya! Bendito el que viene en el nombre del Señor ¡Aleluya!
Fotografía: Internet
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